Y dejaron la llave del grifo abierta…

Mauricio Botero Caicedo
26 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

“A lo que convierten en desierto lo llaman morada de la paz”. Publio Cornelio Tácito.

Los integrantes de la administración anterior están en su derecho de publicar los libros que quieran y de inundar dichos escritos con platitudes, muchas veces lindas, pero vagas y alejadas de la realidad. Una de esas platitudes, que repiten una y mil veces, es que “acabaron con 50 años de guerra” o que “el sol de la paz por fin brilla en Colombia”. Porque el hecho de haber llegado a un acuerdo con parte de uno de los actores del conflicto no implica que haya paz en Colombia, ni mucho menos que haya cesado la violencia. Todo analista serio acepta que la gasolina del conflicto armado en Colombia es, ha sido y será el narcotráfico. En 1989, hace más de 30 años, el narcotráfico demostró que no tenía límite alguno ni en sus objetivos militares, incluyendo el asesinato de líderes sociales. Hoy el poder del narcotráfico es mayor que nunca, porque la anterior administración dejó la llave del grifo abierta.

¿Será que el Gobierno no se dio cuenta de que el narcotráfico era la gasolina de todos los conflictos desde hace cerca de 50 años? ¿Por qué hicieron oídos sordos y dejaron multiplicar el área sembrada por un factor de cinco y duplicar por dos la productividad? ¿Qué llevo a que en La Habana se llevara a cabo una pantomima, una especie de “Teatro de lo Absurdo”, en el que las Farc afirmaban que pensaban abandonar el narcotráfico, destruyendo los laboratorios y confesando las rutas, y los representantes del Estado hacían de cuenta que lo que prometían los guerrilleros era verdad?

Es necio asumir que la negligencia en permitir la multiplicación del narcotráfico es producto de mala fe. Pero tampoco pueden decir que nadie sonó la alarma, porque prestantes miembros del equipo, como Rafael Pardo, Juan Carlos Pinzón y Néstor Humberto Martínez, le advirtieron al presidente de entonces el peligro que el narcotráfico representaba para el país y para el mismo proceso de paz. Comulgo más con la hipótesis de que el gobierno anterior se encegueció con las pompas y vanidades asociadas con la paz y no dimensionó las catastróficas consecuencias de hacerse los locos con el narcotráfico, y que varios de los negociadores lo que en realidad estaban era cocinando sus ambiciones presidenciales.

Pero el tiempo ha puesto en evidencia que la política de las Farc de igualmente hacerse los locos en relación con el narcotráfico también fue un lamentable error. En La Habana, las Farc insistieron que su involucración en el narcotráfico era solo marginal: que ellas eran la DIAN de la selva y se limitaban al cobro de un impuesto por cada gramo de coca producido. El precio de tan desafortunada estrategia es que hoy los “disidentes”, que en La Habana los negociadores de las Farc consintieron, tienen toda la intención de asesinar a los reintegrados que estorben el resurgimiento del narcotráfico. Es la guerra de las Farc contra las Farc.

Apostilla. No suelo discutir públicamente con otros columnistas, especialmente si son mujeres. Pero reitero mi argumento expresado hace unas semanas: la totalidad, repito, la totalidad de los funcionarios deben ser honestos, capaces y aptos para desempeñar los cargos, indistintamente de sus órganos reproductivos. ¿Le quedó claro, doña Florence?

 

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