El record de 3.459 pesos alcanzado la semana pasada, nos puso a hacer cuentas sobre sus efectos en el pago de deuda externa; inflación, compra de insumos y bienes de capital, entre otros. ¿Qué podemos esperar de actores y variables que determinan la tasa de cambio en un periodo en que, como consecuencia de la guerra comercial, la única regla es la ausencia de reglas?
En principio, el precio del dólar debe responder a dos factores: inflación comparada y oferta y demanda cruzada de divisas. La inflación anualizada a junio entre Colombia y Estados Unidos muestra un diferencial de 1.78 superior en nuestro país. Por otra parte, salvo por los efectos de la guerra comercial en los precios del petróleo, no se observan, en el corto plazo, perspectivas de cambios significativos en la balanza comercial entre los dos países.
En ese escenario el gobierno colombiano debe tomar las previsiones necesarias para atender eventuales anomalías en el servicio de la deuda e ingresos por petróleo, pero, al menos por ahora, no parece factible otra escalada y deberíamos mantenernos cerca de los 3.300 en lo que queda del año. Sin embargo, el desenlace de la guerra comercial, y sus efectos, parecen imparables, cuando menos hasta las elecciones norteamericanas.
A nivel mundial la incertidumbre, afectando inversión y crecimiento, ha escalado la semana anterior desde el anuncio, por parte del gobierno Trump, de nuevos aranceles a las importaciones Chinas y la respuesta inmediata de ese país al suspender compras procedentes de Estados Unidos y devaluar su propia moneda.
En el mediano plazo, al enseñar sus dientes, China advierte que su “arsenal” en la guerra comercial puede ser superior al de Trump: mientras este prácticamente agota el espectro de importaciones susceptibles a la imposición de aranceles, China golpea las expectativas electorales de Trump, al afectar importaciones agrícolas procedentes de zonas que lo respaldan, y esgrime la devaluación de su moneda como un poderoso argumento de competitividad de sus exportaciones al mundo, en general, y no solo a los Estados Unidos, con lo que puede compensar el mercado que pierda allí.
Vale considerar que “apenas” el 20 % de las exportaciones de China tienen como destino a USA y se ha enfocado en el desarrollo de su mercado interno, con un enorme potencial. Por otra parte, en términos más pragmáticos, Estados Unidos debe a China una cifra billonaria representada en papeles emitidos que podría, en el extremo, desvalorizar a discreción, una medida que tendría efectos demoledores.
A estas alturas de la guerra comercial, el discurso del presidente Trump, que ha partido de un hecho real como es su déficit comercial con China, no consigue los resultados esperados aunque funcione como argumento electoral: al 30 de junio su balanza comercial con el mundo en lugar de disminuir aumentó casi en un 8%, ratificando que las relaciones entre crecimiento y comercio no son, propiamente, lineales, pero no cabe duda que se ha afectado negativamente el crecimiento mundial y empezamos a considerar una recesión.
Como están las cosas el desenlace de la guerra comercial, y el de la economía, crecimiento y bienestar mundial, tendrán un hito crucial en las elecciones norteamericanas del próximo año en las que, hasta hoy y de acuerdo con un promedio de encuestas, los demócratas ganarían en el congreso, 45.8% - 38.3%, y Trump perdería con Biden, al menos, por 8 puntos. ¿Hasta dónde llegará para conseguir su reelección?
El precio del dólar, cuyo encarecimiento puede hacer más competitivas, marginal y temporalmente, nuestras exportaciones, dependerá de factores que escapan a la voluntad del gobierno colombiano y, prácticamente, de cualquier gobierno. Se abrió la caja de pandora y desconocemos, básicamente, sus consecuencias.