Y no hubo posconflicto

Hernando Gómez Buendía
24 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Nos anunciaron la paz como el albor de una nueva sociedad, pero en realidad fue el fin de una penosa enfermedad.

La enfermedad eran los muertos y el dolor de la guerra degradada con las Farc; pues esta guerra se detuvo hace 22 meses, y el martes próximo las Farc se van a disolver oficialmente.

Este es el único logro indiscutible del Acuerdo de Paz: el de los miles y miles de personas que ya no serán víctimas de una guerra degradada. El costo de ese logro formidable será la impunidad para los guerrilleros, y de paso también para los militares, funcionarios y empresarios que causaron tanto daño. Pero de todos modos en Colombia no existe la justicia, así que el costo efectivo de la paz no fue muy elevado.

Bajo estas circunstancias —y dada la debilidad del Estado y la pequeñez de nuestros dirigentes— hay que exaltar el fin de medio siglo de desangre inútil como un hito realmente excepcional en nuestra historia. Pero Colombia sin las Farc sigue siendo Colombia, y no hay razones objetivas para esperar ningún cambio adicional.

Lo que importaba era acabar con las Farc, y ahora que se acabaron nadie quiere dar los pasos que dizque nos llevarían a aquella “nueva Colombia”:

—El Gobierno ni siquiera acabó de construir los campamentos para los exguerrilleros, y el Congreso levantó sus sesiones sin reglamentar la Justicia Especial, crear las jurisdicciones electorales, ni por supuesto aprobar las reformas sociales prometidas. La bancada oficialista rompió filas, la Corte Constitucional cambió de rumbo y la “implementación jurídica” del acuerdo se quedó en veremos.

—Las Farc prefieren ocultar la entrega de las armas (por “honor militar”), y con eso perdieron su última oportunidad publicitaria. Anuncian un “programa político” que ignorarán los medios, ningún partido o candidato quiere juntarse con ellas, y hablan de cursos de enfermería o de panadería para reinsertarse… Incluso ya empezaron a sufrir la guerra sucia.

—Los otros actores armados ya se están reacomodando. El Eln sabe que va a ser arrasado, pero también pretende negociar con “dignidad”. Las disidencias, los “clanes” y los narcos se disputan los negocios y las zonas de cultivo. Y las Fuerzas Armadas ya encontraron nuevas misiones que por supuesto impedirán que les recorten su jugoso presupuesto.

Por eso mismo a nadie le interesa ya la paz. El desempleo, la corrupción y la salud son los problemas que le importan a la gente, y solo el 5 % de los encuestados considera que la paz es prioritaria. Lo cual a su vez explica la abismal falta de sintonía entre los dirigentes y la gran mayoría de los colombianos:

—El 79 % en las encuestas dice que “el país va por mal camino”, la imagen negativa de todas las instituciones está batiendo récords, Santos es un ausente con solo un 12 % de favorabilidad, ninguno de los candidatos tiene fuerza popular, y los medios son más y más amarillistas porque no tienen temas que interesen a la gente.

—Y quedan dos minorías que se aferran al tema de la paz. La de Uribe con sus socios que quieren seguir viviendo de la rabia hacia a las Farc, y la de la izquierda que sigue soñando con esa “nueva Colombia” que ahora ya no será.

Por todo lo anterior hay que decir que el país no va “por mal camino”: en realidad no va para ninguna parte.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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