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Y se nos fue Quino, carajo

Sergio Ocampo Madrid
05 de octubre de 2020 - 03:00 a. m.

Hay gente que ha hecho mucho por uno, y ni siquiera lo sabe. El miércoles pasado murió Joaquín Salvador Lavado, Quino, y yo me quedé sin poder agradecerle todo lo que hizo por mí, sobre todo en mis años tempranos.

Esa colección completa de viñetas que publicó Ediciones de la Flor en los años 70 sobre una niña que casualmente tenía mi edad no solo me hizo más llevadera una adolescencia demasiado prosaica, poco memorable, sino que me marcó para siempre, al punto de convenir con Julio Cortázar en que “lo importante no es lo que yo piense de Mafalda; lo importante es lo que ella piense de mí”.

En esas diez publicaciones aprendí más del sentido crítico de la vida, de la filosofía, de la tragicomedia de ser latinoamericano, de la política, de las ironías de la clase media, que en el bachillerato y la universidad juntos. Una iniciación en la clave única de tratar de mirar de modo distinto, en el arte del humor sutil e intuitivo, y una actitud de cuestionar lo malo que ya nadie ve pues se mimetizó en el paisaje. Hay una viñeta que no olvido en la que Guille, el hermano menor de Mafalda, un niño que apenas está soltando la lengua, le pregunta dónde está el papá. Ella le responde que está trabajando. Él se viene entonces con un “¿po qué?” Y ella contesta: “Cuando uno es grande tiene que trabajar”. De nuevo, un “¿po qué?”, y un subsecuente “porque si no, no puede comprarse comida ni ropa ni nada”. Otro “¿po qué?”, pero ya con la voz un poco alterada, y un “porque así está organizado este mundo, Guille”. Viene un último “¿po qué?”, casi a los gritos, y una conclusión grave de ella con un toquecito condescendiente sobre la cabeza de él: “Tan solo año y medio y ya candidato a los gases lacrimógenos”.

Sin conocer en carne propia esos gases, cada vez más frecuentes aquí, sigo siendo un candidato por una inconformidad y rabia crecientes cuyo origen remoto tiene que ver con Mafalda y aquella viñeta en la cual ella exclama: “Y luego se extrañan de que avance el comunismo en el mundo”. Lo dice al enterarse de que en el ajedrez el rey puede comer hacia adelante, hacia atrás, hacia todas partes, y los peones solo pueden hacerlo en diagonal y con el horizonte estrecho de solo la casilla siguiente. Con Susanita también entendí que hay gente muy peligrosa para quien la solución contra la pobreza es simplemente esconder a los pobres; gracias a Miguelito pude descubrir que después de ver la TV, si uno primero se echa desodorante, luego compra una lavadora y finalmente se toma un whisky tiene que ser muy tarado para no ser feliz. También, que la libertad de prensa es una maldición si sirve para publicar recetas de sopa de pescado, como aquella que recorta y luego cocina Raquel, la mamá de Mafalda. Pero no todo fue tan trascendente y político, también esa exploración sutil de la escuela (pública por demás), del drama clasemediero de tener un auto (Renault 6) en el que lo más importante sigue siendo el ser humano, o de las vacaciones cuyo pago implicaba quedarse encerrado el resto del año. Y otro año más. Memorable esa imagen del niño encerrado en un balcón con barrotes, con su triciclo y el balón al lado, la cara muy triste mirando a la calle, a la libertad, y Mafalda explicándole a Guille que el delito cometido por aquel pequeño fue “nacimiento en área urbana con el agravante de querer ejercer niñez”.

Mafalda se quedó en unos eternos nueve años pues Quino decidió acabarla en 1973, o sea no dibujarla más. Se dijo que la mató e inclusive circularon rumores de que alcanzó a pintar los cuadros en los que ella moría atropellada, por una patrulla de la policía, en una versión, y por un bus escolar, en otra. Terriblemente metafórico lo uno y lo otro. Hace 12 años, Quino aclaró que no era cierto eso de haber pintado el fin de su personaje. Lo cierto es que para 1973 Mafalda dejó de existir y no tuvo que padecer, ni ninguno de los chicos de su combo en el barrio San Telmo, ni la horrenda dictadura militar de su país ni el desastroso retorno del peronismo años después; tampoco la melancólica guerra de las Malvinas ni el asesinato de John Lennon, ícono de sus amados Beatles, ni el ascenso de China a potencia mundial, algo que a ella le provocaba un miedo insistente, porque los chinos han existido siempre, pero “los de antes solo hacían proverbios”. No hubo guerra nuclear, como temía, o todavía no, pero sí un nuevo siglo con otras dictaduras, a lo Chávez, a lo Uribe, o autoritarismos moviéndose en un temible borde entre el ridículo y el despotismo bruto, como Bolsonaro o Trump.

Quino fue muy sabio al dejarla eternizada en los 9 años porque aun siendo él un genio era imposible sostenerla en su hermosa frescura humanista y crítica, a los 20 o a los 40 o 50. O ella, o él, o ambos hubieran terminado en fuga, en exilio, ante el mundo que sobrevino después. Él, un hombre verdaderamente ácido e inclusive antipático, descalificaba a todo aquel que le preguntara por Mafalda a los 50. “Ella era solo un dibujo”, dijo en más de una entrevista.

Hay algo de tragedia en el propio personaje de Quino que lo llevó a odiar a Mafalda y a condenarla a una perpetua niñez por no saber cómo hacerla crecer, pero sobre todo por sentir que su creación era más conocida que él, más famosa y seguramente más imperecedera. En entrevista con El País a finales de los 90 admitió que todo el resto de sus trabajos nunca trascendieron como lo hizo Mafalda y eso lo cabreaba bastante. Un conflicto similar al que podría haber padecido Cervantes al comprobar que su Quijote lo hizo a él inmortal pero menos inmortal que el propio Quijote, y que el resto de sus novelas no pasaron de ahí. Una rara mezcla de gratitud y rencor, pero también de una envidia tierna.

Injusto con él mismo porque de sus otros trabajos también recuerdo muchas genialidades como aquella de la criada eficiente que en el primer cuadro se enfrenta al desorden total del apartamento de un bohemio, y en el cuadro final deja en perfecto orden hasta el caos del Guernica que cuelga en la pared. O aquella de la fábrica que vende letreros de “Abajo la sociedad de consumo”, en la que se ven enormes multitudes haciendo fila para comprarlos.

Se fue Quino. Nunca pude decirle lo importante que fue para mí y de seguro para otro millón de ilusos e ingenuos que, como yo, siguen teniendo una Mafalda por dentro.

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Daniel(26555)05 de octubre de 2020 - 08:25 p. m.
Solo un comentario insignificante: el carro del papá de Mafalda no era un Renault 6, era un Citroen 2CV.
Hincharojo(87476)05 de octubre de 2020 - 07:45 p. m.
, 👋👋👋👋👋
Atenas(06773)05 de octubre de 2020 - 06:40 p. m.
¿Y cómo compagina este misógino compulsivo, y de repulsivos bodrios, con su querencia por la siempre caricatura profunda de Mafalda del ingenioso Quino? Así este fuese un simpatizante de algunos políticos de no gratas recordaciones.
Usuario(51538)05 de octubre de 2020 - 05:00 p. m.
Hermosa columna y buenos comentarios. Solo que como siempre, llega un discípulo del reo # 1087985 a hacer popó en ella.
  • KLIM(d3hga)05 de octubre de 2020 - 08:32 p. m.
    ¿Reo? Espere, tenga paciencia y vera lo que viene pierna arriba.
shirley(13697)05 de octubre de 2020 - 01:07 p. m.
Exquisito escrito.De lo mejor en materia de opinión hoy lunes junto al del señor Donadio. La risa,el buen humor,la ironía y el sarcasmo son herramientas válidas para confrontar en ocasiones una realidad triste y apabullante. Brillante y contundente aquello de "tan sólo año y medio y ya candidato a los gases lacrimógenos". Don Sergio:todos llevamos un niño o una niña en nuestro espíritu. Gracias.
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