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Yesid, una muerte sin photoshop

Sergio Ocampo Madrid
15 de marzo de 2021 - 03:00 a. m.

Se llamaba Yesid Villamizar, tenía 45 años y era estudiante de Cine y Televisión en la Universidad Nacional, de Bogotá, donde también trabajaba como fotógrafo. Nunca lo conocí y no era su amigo, aunque era uno de los 5.000 “amigos” que me permite tener Facebook, red en la que aparecía bajo el seudónimo de Hazzas Elo. Teníamos 92 personas en común, muchos de ellos, escritores, académicos, fotógrafos, cineastas.

Llegué a esta historia por curiosidad, porque me llamaron la atención los comentarios en su muro o en Twitter desde mediados de febrero, en los que daba cuenta de que estaba enfermo de COVID-19 en el Hospital Universitario de Santander (HUS). Luego, cuando cayó en coma y terminó intubado, fue su hermana Maryluz quien continuó colgando información en un tono cada vez más desesperanzado, hasta ese reporte final del 9 de marzo, cuando todo terminó.

Con los comentarios de sus amigos en internet, las fotos que tomó y publicó, sobre todo de las marchas por el sí a la vida y al agua y no al oro en Santurbán, por los líderes sociales asesinados, por la no violencia hacia las mujeres o a la brutalidad policial, con el dossier de sus propios pensamientos colgados en las redes, terminé armando un retrato mínimo de él que me ayudaron a complementar su hermana Maryluz, y su compañero de trabajo en la Nacional, Fito Alarcón.

Yesid tiene bastante de ese eterno personaje trágico que siempre perseguimos los escritores, y creo que, como muchos, nació en el país equivocado, en uno que poco apostó por él, que se la puso difícil desde antes de nacer, que no lo protegió ni lo rodeó para que desarrollara sus poderes creativos, su profunda y sensible humanidad, y que en últimas lo dejó morir.

Nació en Bucaramanga en el 75 y nunca tuvo papá. Desde que empezó el bachillerato trabajó en la plaza Guarín vendiendo fruta hasta las 12 del día, hora en la que salía corriendo para el colegio en el horario de la tarde. Él, sus tres hermanas y su mamá, doña Margarita, vivían en el barrio Miraflores, donde habían comprado un lote en el que fueron construyendo con los años una casa. Era zona de riesgo por deslizamientos y una noche una lluvia de varias horas los dejó sin vivienda. El Ejército les ayudó a rescatar del barro unos pocos enseres y se acomodaron los cuatro en una pieza en arriendo. Antes de graduarse, presentó el Icfes y obtuvo un puntaje de 398 sobre 400, con lo cual aspiró a la beca Andrés Bello, de la Gobernación de Santander, pero se la dieron a un chico del San Pedro Claver, colegio jesuita, quien le ganó por 2 puntos.

Persistiendo, consiguió cupo en la Universidad Industrial de Santander, UIS, donde avanzó hasta quinto semestre de Medicina. Vivían en el barrio Los Estoraques, lo cual significaba una caminada de una hora y media de ida y otro tanto de vuelta para ir a estudiar de lunes a sábado. Nada se hacía en ese barrio sin autorización de los paramilitares, que tuvieron control absoluto hasta el 2004. Tres años antes se salvó, por intercesión de su mamá, de ser llevado a la fuerza por los “paras” que requerían de un médico. En el 2005, ya en la mitad de la carrera, se cansó de estar estudiando con las uñas, sin dinero para los materiales y con el ritmo agotador de las caminatas. Desistió y se retiró. Un químico le ayudó a montar una microempresa de desinfectantes y limpiadores, todo muy artesanal sin registros ni permisos.

Hace cinco años se presentó a la Nacional, de Bogotá, para estudiar Cine y Televisión. Ingresó como el más viejo de su curso, casi a los 40. Su mamá había montado una granja con 20 gallinas y con la venta de huevos criollos le enviaba dinero para pagar una residencia. Tenía talento y simpatía y por eso consiguió en cuarto semestre que la universidad lo contratara como monitor.

A doña Margarita le habían diagnosticado cáncer de mama tiempo atrás, pero se agravó finalizando 2020. Como las clases se volvieron virtuales, Yesid decidió irse a Bucaramanga para cuidarla. “Resista mamá -le decía al volver de las quimioterapias que la dejaban agotada-; en menos de seis meses yo me voy a graduar y quiero que usted reciba mi diploma”.

En febrero, la tos con que venía Yesid se agravó y fue al Hospital. Lo recluyeron y al día siguiente contó en twitter que había dado positivo para Covid. Como había sido aprendiz de Medicina, comenzó a hacer comentarios y hasta videos sobre procedimientos internos en el HUS que le parecían inadecuados con la gente contagiada. El 16 reveló que iba a ser internado en UCI y que tenía mucho miedo de ser intubado. De ahí en adelante, el registro lo siguió llevando Maryluz. Así supimos el primero de marzo que necesitaba una terapia ECMO, un procedimiento costosísimo en el que un aparato suple las funciones de los pulmones y el corazón, mientras estos se recuperan; también, que había un cruce de correos entre clínicas y la EPS, Medimás, en los que se tiraban la pelota de las responsabilidades para no aprobarle el tratamiento. Varias instituciones lo habían rechazado porque había estado 12 días con respiración mecánica, demasiado tiempo para recibir esa terapia, además porque el formato de solicitud estaba incompleto y porque le borraron información pertinente. Así consta en un correo de una clínica en oficio a la Defensoría del Pueblo, el pasado 2 de marzo.

El martes pasado falleció, faltando menos de tres meses para entregarle el diploma a su mamá. La familia le hizo un entierro simbólico el viernes porque no les dejaron ver el cadáver. Según Maryluz, nunca les permitieron verlo, en este mes de su agonía, ni siquiera en un video, y muchas veces tuvieron que llamar a pedir el reporte que es obligatorio cada 24 horas. “Es que ustedes son los que han armado tanta bulla y cuelgan videos”, dice ella que le respondían los médicos del HUS.

En las cifras al futuro, Yesid solo será uno más de los 60.676 muertos por el coronavirus hasta el 9 de marzo. Las otras cifras significativas de su vida, hijos sin padre, muchachos que desertan de carreras por la plata, personas sin hogar por avalanchas, chicos enrolados a la fuerza, todas esas cifras nunca se cruzan; todas corresponden a realidades separadas de un país que mata o deja morir muy fácilmente.

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