“Hay un exceso de odio en Colombia”: Humberto de la Calle

El exnegociador de paz, ahora en plan de precandidato presidencial, propone que el próximo 20 de julio en todo el país la gente salga a decir: no hay espacio para la violencia.

Hugo García Segura y Lorena Arboleda Zárate
18 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
 Para De la Calle, si el uribismo gana la Presidencia en 2018 sería un retroceso para el país. / Óscar Pérez
Para De la Calle, si el uribismo gana la Presidencia en 2018 sería un retroceso para el país. / Óscar Pérez
Foto: OSCAR PEREZ

¿Los colombianos no nos hemos dado cuenta de lo que significa el desarme de las Farc después de 53 años de conflicto?

A mí me parece un milagro, pero tengo esa preocupación. Estuve en la ONU hace ocho días y la única noticia buena del mundo en materia de conflictos es la de Colombia. Si bien parte de los colombianos somos conscientes de ello, otra parte no lo es y noto cierta indiferencia. Después de más de medio siglo de confrontación, terminar una guerra debería ser un motivo de regocijo, pero aquí nos lo han convertido en una tragedia, porque hay grupos de recalcitrantes que lo que quieren es entorpecer. Es una situación muy extraña y difícil de entender, porque el hecho claro es que, más allá de las discusiones, la guerra con las Farc ha terminado.

¿No cree que eso se debe a que la gente quería ver la imagen del guerrillero entregando su fusil?

Es probable que muchos colombianos hayan creído que las conversaciones eran la batalla que no se dio, la búsqueda de la rendición de las Farc, y no entendieron que un acuerdo implica encontrar puntos de contacto y soluciones. Tampoco han entendido lo que sigue después, que es lo más importante. Este ya no es un tema del Gobierno y de las Farc, sino que lo que se desprende es una oportunidad de transformación y de cambio esencial para Colombia: estabilizar el campo, mejorar la política, buscar caminos de transformación, de política social, de mayor igualdad y de lucha contra la profunda inequidad vergonzosa. Eso es lo que está en juego, pero también la sociedad liberal, respetuosa, que no discrimina por la diferencia, que es tolerante, que huye del fanatismo religioso. Me parece que en el 2018 sí tenemos una enorme oportunidad de conducir este país por el camino que corresponde.

A veces da la sensación de que las Farc no sienten garantías suficientes para hacer la dejación de armas...

Yo creo que va a haber cumplimiento de ambas partes. Vamos a tener accidentes y dificultades, pero no debemos limitarnos a la fotografía instantánea de hoy. La paz no es un evento, es un proceso. Y todos los días vamos a ir canalizando esto en un lenguaje que va más dirigido a la opinión pública de buena fe, no a los recalcitrantes. No gastemos tiempo en tratar de convencer a los que ya tomaron una decisión de fanatismo, pero a la opinión pública de buena fe, los hechos le van a ir mostrando que ese es el camino.

Si estuviera en el lugar de las Farc, ¿entregaría las armas antes de que queden en firme las garantías jurídicas?

Categóricamente, sí. Me parece que un comportamiento que parezca mezquino, en el sentido de que yo voy midiendo las consecuencias del día a día de lo que haga, lo que termina haciendo es favorecer la diatriba de los opositores. Las Farc deben tener en cuenta que su responsabilidad es inmensa. Comprendo sus preocupaciones, pero eso no debe impedir el cumplimiento de lo acordado. En esto, quiero recordar una anécdota que se la oí a Antonio Navarro: después de la muerte de Pizarro, se pensó que el proceso había acabado. El presidente Virgilio Barco se llevó la impresión de que era el fin del proceso. Navarro acude a la Presidencia y le transmite a Barco: “Pese a la muerte de nuestro comandante, seguimos adelante". Es el momento de la grandeza de todos: de la sociedad colombiana para obrar sin mezquindades y buscar la reconciliación. Este no es un tema sólo de balas y presupuesto, es de búsqueda de la reconciliación. Y la guerrilla tiene que entender que si no mira con generosidad a la sociedad y si no tiene un lenguaje más constructivo, lo que terminan haciendo es favorecer a los enemigos del proceso.

Hay debate por la tardanza en la dejación de las armas. Usted, como negociador que fue, ¿ve justificada esa polémica?

Es que, mucho más importante que eso es el hecho de que todos entendamos que el acuerdo hay que cumplirlo, y eso involucra al Estado y a las Farc. Y más allá de las fechas, ya es hora de que los colombianos tengamos claro que esto se va a cumplir. El Estado ha cumplido, pero también surgen enormes riesgos: actitudes políticas de grupos importantes de opinión que lo que pretenden es que en 2018 demos marcha atrás. Este es un mensaje extraordinariamente nocivo y genera inestabilidad. En segundo lugar, respeto las instituciones, en particular a la Corte Constitucional, pero me parece que estamos olvidándonos del sentido común y entrando en un laberinto alucinante de aplicación de normas jurídicas que amenazan con continuar complicando la toma de decisiones. Estamos al frente de algo mucho más sencillo y es histórico: es el fin de una guerra, es algo tan simple como eso. También veo complicaciones desde la perspectiva de un acuerdo que, en mi opinión, compromete la voz del Estado colombiano y no sólo del Gobierno. Y hay un elemento ético fundamental: uno no puede hacer un pacto para revisarlo después, ese es un acto de perfidia. Un tercer elemento es que la proximidad del proceso electoral hace que la paz deje de estar en la mayor altura de los valores de los colombianos y se utilice como comodín en la disputa política. Ese me parece muy riesgoso.

¿Por qué? ¿Existe la posibilidad de que las Farc regresen a la guerra?

No estoy propiamente pensando en que regresemos a las Farc que había, pero sí que una sensación de inestabilidad en los acuerdos puede generar disidencias y expresarse en distintas formas de criminalidad. Una diáspora en la base arruina los acuerdos. Hay una situación muy especial en Colombia, pues hay otras fuentes de violencia, de crimen organizado y de otros grupos subversivos y, para el guerrillero raso o para el comandante de un frente, hay esas opciones violentas. Ese riesgo se incrementa en la medida en que la sociedad dé mensajes tan cruzados y no entienda que es la gran oportunidad para Colombia.

¿El Estado tiene realmente la capacidad de cumplir lo que se acordó en La Habana?

Claro que la tiene. No tengo dudas en eso. Me preocupa más la voluntad de sectores del Estado, no del Gobierno: posibles discusiones en el Congreso o decisiones de carácter judicial. Allí es donde nos falta entender más clara y sencillamente un mensaje central: sin balas se facilita el cambio. Si seguimos en la violencia, la transformación se va a alejar. Hay una enorme oportunidad histórica que se deriva de los acuerdos en beneficio de Colombia, no en beneficio de las Farc.

¿A que sectores se refiere, a la Corte Constitucional? ¿La ve politizada?

Sobre las incidencias procedimentales no tengo mayor opinión. Mi posición frente a la Corte no es politización, sino de perspectiva. ¿Qué es la teoría de la sustitución de la Constitución? Que hay que salvaguardar su estructura básica, y si algo hace parte de la estructura básica es la consecución de la paz. No debemos olvidar que, en el 91, cuando se acepta un camino excepcional para convocar una Constituyente, la Corte lo hizo porque entendía que la paz era una orden del votante. Hoy, estamos cerrando el ciclo que empezó ese año. Es decir, lo que sustituye la Constitución es no cumplir ese mandato. Esa sí sería la verdadera sustitución. Desde esa perspectiva, mi propuesta es que la Corte examine eso en estos términos y no en una visión exagerada y excesiva sobre elementos secundarios y de carácter procedimental.

¿Y no será que ya se necesita otra Constituyente?

En este momento no lo estoy viendo ni lo estoy proponiendo, pero no lo descarto. Lo que no puede haber es una especie de entrampamiento en el sistema político y jurídico. Es que lo que está ocurriendo es una paradoja. Es un país que encuentra un camino para solucionar un largo conflicto y para buscar sendas de transformación y resuelve bloquear el sistema. Una situación de esta naturaleza tiene que ser resuelta. El vacío político no le conviene a nadie.

¿Le parece que el Gobierno no ha sabido comunicar los beneficios del Acuerdo de Paz?

Siempre se ha hecho esa crítica y es válida, pero me parece que es sólo parte del análisis. Lo que hemos encontrado es que la sociedad se ha roto, está llena de odios y de prejuicios. Muchas personas van a las redes sociales para reafirmar lo que desean oír, no para oír a otros. Hay un exceso de odio en Colombia y una degradación de la reflexión política. Hemos reemplazado la reflexión por el insulto. Cuando una persona emite una opinión, sus antagonistas tratan de destruir a la persona y no al argumento. Me parece que, en esas circunstancias, el problema no es sólo de comunicaciones. Yo sí creo que hemos entrado en una fase extraordinariamente peligrosa. Yo he venido proponiendo una cosa jocosa y otra seria. La jocosa es un plan nacional de valeriana, que quiere decir, echar gotas de valeriana en los acueductos a ver si nos sosegamos un poco.

¿Y la otra?

En un pacto de no violencia, al que deberíamos concurrir todas las fuerzas políticas y sociales, incluso quienes se opusieron al Acuerdo, porque allí sí tiene que haber un punto de encuentro entre los colombianos. Y no me refiero un pacto aquí en Bogotá, en la séptima o en la Plaza de Bolívar. Deberíamos escoger un día y una hora, yo propongo el próximo 20 de julio, para que en todos los municipios de Colombia digamos: no hay espacio para la violencia. Alguien puede tratar de refutarme y decir que eso suena un poco teórico, como pintar palomitas. No, porque hay hoyos negros de violencia en la sociedad colombiana de muy distinto signo. Si el mensaje de la agresividad no es neutralizado, el riesgo de que esto entre en una fase de confrontación ya no será sólo verbal.

¿Cuál va a ser su rol para defender todo lo que acaba de mencionar en las elecciones del año entrante? Porque ya habla como candidato...

El que me corresponda. Si alguien es el portaestandarte de estas ideas, habrá que apoyarlo y para convertir esto en una cosa más práctica y concreta, esa es la razón por la que he llamado a una coalición amplia, antes de la primera vuelta, que no se limite a los partidos. Yo no estoy hablando sólo de los partidos políticos. Hay que convocar a los independientes, a los estudiantes que se tomaron las calles, a los movimientos sociales, para entender que aquí es mucho lo que tenemos que defender y que no podemos desviar el camino. Yo voy a estar ahí en la condición que me toque y voy a estar ahí hasta cuando tenga fuerzas para hacerlo.

Pero no va a negar que ya le han hablado al oído para que sea candidato...

Sí, claro. No voy a responder de manera hipócrita. Una cosa es que no haya formalizado una candidatura, pero tampoco soy ciego o sordo. En efecto, hay sectores muy disímiles que me lo han propuesto y es algo que hay que evaluar, pero, insisto, yo haré lo que corresponda.

¿En esa baraja de candidatos por la paz incluye a Germán Vargas Lleras?

Él ha guardado silencio y no quiero entrar en una diatriba de tipo personal, pero, ¿qué conclusión pueden sacar los colombianos del silencio? No sé si a estas alturas ese silencio implica que cualquier manifestación en contrario sería tardía.

¿Y si el uribismo gana la Presidencia en 2018?

Sería un retroceso. Lo digo con el mayor respeto, no quiero incurrir en el vicio del insulto, pero sí es necesaria la franqueza. Esta democracia colombiana no se hace a base de falsas cortesías. Pienso que el camino que le conviene a Colombia no es el que propone el Centro Democrático, ni en el terreno de la paz, ni en volver trizas el Acuerdo, ni en una concepción de política que tiene que buscar un camino de tolerancia, de respeto a la diferencia, de alejarse del fanatismo, de no apelar a la autoridad unipersonal.

¿Cuáles serían los elementos de un acuerdo político para proteger lo pactado?

El Acuerdo no puede ser incumplido de frente ni clandestinamente. Un acuerdo debería implicar un compromiso de crecimiento económico incluyente. El diagnóstico, además, es que el Estado todavía es incapaz de copar sus territorios y sigue siendo extremadamente ineficaz. Incluso, en ocasiones es un lastre para el progreso económico. Paralelamente a eso, la sociedad no puede basarse en el odio ni en la discriminación, en ninguno de sus frentes: identidad sexual, política o religiosa.

¿Acaso ve odio religioso hoy en Colombia?

Nos están proponiendo regresar a la guerra religiosa que liquidamos hace más de 60 años. ¿Qué es lo que le conviene al país en términos religiosos? Lo que tenemos en libertad de cultos. Tengo un mensaje para las comunidades cristianas: en 1991 dimos por terminado el Concordato y abrimos una franja amplia de libertad de cultos y respeto. En eso nos acompañaron los cristianos. Por ejemplo, para la primera ley de libertad de cultos, yo tenía interlocución permanente con Viviane Morales. Las comunidades cristianas eran aliadas del liberalismo para esa conquista. Dar un paso atrás en eso sería un error para los cristianos porque si usted justifica la discriminación religiosa hoy y mañana puede estarle abriendo la puerta a otro tipo de discriminaciones o de la represión incluso desde el Estado.

¿Ese es un mensaje para Alejandro Ordóñez?

Sí, para él también, sin duda, porque una propuesta de fanatismo religioso y de descalificación por razones religiosas es el peor error que puede cometer Colombia.

Lo veo muy crítico frente al papel del Estado en los últimos años, pero usted ha hecho parte de ese Estado en muchas oportunidades...

Tenemos vacíos y si hay que hacer autocrítica, se hace. Pero también se ha progresado. No se trata de hacer populismo y demagogia, pero uno no puede desconocer los avances, aunque aún son insuficientes. Aparte de que hay una ruptura social, lo que hemos visto en el transcurso de estos años es que hay una Colombia invisible, y una gran indiferencia e insolidaridad en la toma de decisiones. Un presidente de una entidad financiera me dijo un día: “¿Usted por qué se metió en ese embeleco de la paz?”. Para mí fue una especie de bofetada entender que la paz sea un embeleco. Esa es una visión absolutamente insolidaria con el resto de Colombia. Y cosas como esas, hay muchas.

Hay otro concepto que se le ha quedado mucho a la gente que es el llamado “castrochavismo”, ¿cómo acabar con ese mito?

Tengo que confesar que la primera vez que escuché esa palabra me dio risa. Pensé que era un chiste porque me parecía inverosímil que se tratara de enmarcar allí el esfuerzo que se estaba haciendo para dar por terminado un conflicto, pero ahora veo que realmente es una mentira que, con base en la repetición, ha ido calando. Es un ejercicio de propaganda política totalmente equivocado. En primer lugar, los riesgos de una solución populista provienen de la inercia de la élite colombiana y de la clase dirigente para resolver los problemas que hemos tenido. Esta es una sociedad conflictiva y si uno cierra las vías del diálogo, de las respuestas razonables, de la discusión política sosegada, ahí es donde empieza a correr el riesgo de trasladar el camino de Colombia hacia fórmulas autoritarias de izquierda o de derecha. Ese es el verdadero peligro. Es exactamente lo contrario. El no hacer nada es lo que puede propiciar un riesgo de esa naturaleza. Hoy, cuando es claro que el régimen de Maduro está violando los derechos fundamentales y que ha puesto en jaque los elementos esenciales de la democracia —algo de lo que no tengo duda— pretender que quienes estamos en la tarea de consolidar una solución de paz en Colombia queremos caminar hacia el castrochavismo es realmente una mentira del tamaño de la catedral de Manizales.

¿Cuándo tomará una decisión sobre su candidatura?

Muy pronto.

Por Hugo García Segura y Lorena Arboleda Zárate

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