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La sede de los diálogos, la diferencia entre el Gobierno y el Eln

La agenda de diálogos está prácticamente pactada, falta definir el lugar donde se desarrollará la fase pública. El Eln quiere que sea Venezuela, pero el Gobierno prefiere Ecuador.

Alfredo Molano Jimeno, Felipe Morales Mogollón
07 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

Las relaciones entre el gobierno Santos y el Eln se mantienen en corto circuito. Mientras en La Habana se sigue cocinando la paz con las Farc, después de dos años de haber anunciado diálogos exploratorios, no ha sido posible instalar una mesa de negociación entre el Ejecutivo y los “elenos”. Los continuos aplazamientos demuestran la dificultad histórica para que este proceso tome forma, pero en los últimos tiempos, a pesar de que ya existe agenda a bordo, la talanquera tiene razón específica: los desacuerdos para escoger la sede.

El punto de la discordia es Venezuela. El Eln, por compromiso con la revolución bolivariana que emprendió el fallecido presidente Hugo Chávez, además representada en los acercamientos que han tenido lugar en Caracas, insiste en que en ese país se desarrolle la fase pública de la negociación política. El Gobierno se niega rotundamente a esa posibilidad y prefiere a Ecuador, no sólo por la expresa invitación que hizo el presidente Rafael Correa, sino por la estabilidad que hoy provee esta nación desde la perspectiva política. El dilema mantiene el tema empantanado.

Hasta el pasado 6 de diciembre, en Venezuela no había mayor obstáculo para facilitar la opción de ser sede de esos diálogos, pero la situación política en el vecino país cambió drásticamente y eso ha repercutido en el anillo más cercano al presidente Nicolás Maduro. Aunque el punto de contacto lo manejan el exministro del Interior, Ramón Rodríguez Chacin, y el excanciller Elías Jagua, el debate está caliente en el propio entorno del Palacio de Miraflores. Maduro sigue firme en el interés de ayudar, pero los que le hablan al oído ya no están tan convencidos de ese apoyo.

Unos le dicen que desista de facilitar el punto de encuentro, otros le interrogan acerca de qué puede ganar Venezuela con seguirle trabajando a la paz de Colombia. Maduro persiste porque lo siente un legado de Hugo Chávez, aunque no le faltan dudas por los antecedentes que hoy mantienen cerrada la frontera con Colombia y sus resquemores de que Bogotá hace parte de la “conspiración” contra su gobierno. Quizá por eso duró dos meses sin pasarle al teléfono al presidente Juan Manuel Santos. El mismo tiempo que la mesa ha estado paralizada en busca de un acuerdo mínimo.

Se volvieron a hablar hace una semana en la cumbre de la Celac, que se realizó en Quito, que entre otros aspectos terminó con el apoyo de la región al proceso de paz de Colombia, incluyendo la negociación con el Eln. Sin embargo, el presidente Santos, a pesar de que sabe que la paz sin el Eln es imposible, insiste en que la sede de los diálogos no puede ser Venezuela. En medio de la disyuntiva, esta semana se vivió un forcejeo con declaraciones públicas. El Eln dijo estar listo desde noviembre para terminar la fase confidencial, pero el presidente Santos dijo que no era cierto.

Detrás de este teléfono roto entre el Gobierno y el Eln existe otro factor que está causando interferencia. A pesar de que la agenda central está acordada, la discordia está enclavada en la participación ciudadana. Son diferencias de criterios sobre la forma de involucrar a la sociedad en la negociación, pero en el fondo es también la relación entre el delegado del Gobierno, Frank Pearl, y el jefe guerrillero Antonio García, que ya parece agotada. Por eso, ya se rumora que de llegarse a una fase pública sería necesario oxigenar la mesa de diálogos con nuevos interlocutores.

Se dice que a cambio de Antonio García entraría Pablo Beltrán, que desde mediados del año pasado refuerza el equipo de diálogos. En cuanto al Gobierno, la baraja es mayor. Se habla de la actual embajadora de Colombia en la OEA, María Emma Mejía, o del exministro de Ambiente y actual embajador en Alemania, Juan Mayr; pero definitivamente el nombre que más suena es el del actual embajador en Cuba y exvicepresidente, Gustavo Bell. Los rumores alcanzan para apuntar a que el general (r) Eduardo Herrera Verbel podría dejarle su cupo al actual embajador en Austria, el general (r) Freddy Padilla.

En medio de las conjeturas se advierte la persistencia del presidente Santos para que coja forma el asunto. Su ministro de Trabajo, Luis Eduardo Garzón, ayuda en la sombra. Lo mismo que el obispo de Cali, Darío Monsalve, y el catedrático Alejo Vargas. Un gesto parece alentar el camino. La búsqueda y entrega de los restos del cura guerrillero Camilo Torres Restrepo, cuya muerte se produjo el 15 de febrero de 1966, hace 50 años, se ha convertido en una obsesión del presidente Santos. Incluso, en círculos cerrados ha dicho que sus familias se conocieron antes de la guerra.

En cualquier momento puede haber humo blanco para que el Gobierno y el Eln se decidan a destapar sus cartas en una fase pública. Por estos días el tema pasa por las dificultes de un nuevo secuestro y la muerte de un uniformado en acciones de guerra, pero persiste el interés de las partes en que se pueda anunciar una mesa de diálogos con sede acordada. El tema no parece tan remoto, huele a diálogo de paz con el Eln, pero, como en el caso de las Farc, nada es un lecho de rosas. Los opositores siguen firmes. A la mesa le falta una pata para que quede servida.

Por Alfredo Molano Jimeno, Felipe Morales Mogollón

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