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Romeo y Giulietta

Literatura, un príncipe ruso y la crisis en la posguerra se esconden detrás del origen de uno de los carros más famosos del mundo.

El Espectador
20 de septiembre de 2013 - 10:00 p. m.
El Giulietta Spider, que salió en tres versiones, es uno de los más recordados de la marca.
El Giulietta Spider, que salió en tres versiones, es uno de los más recordados de la marca.

Pocos años después de que finalizara la Segunda Guerra Mundial, una celebración histórica se llevó a cabo en un club nocturno de París. Nada de inusual habría tenido aquel encuentro si no fuese porque los participantes eran siete directivos de la famosa marca de autos Alfa Romeo y Jean-Pierre Wimille, el piloto de cabecera de la compañía italiana, quien en ese entonces era una aclamada celebridad. El motivo del festín era el lanzamiento del Alfa 1900. Pero las libaciones y las risas de repente fueron interrumpidas por un personaje que, sin saberlo, sería el culpable de una revolución en la industria automotriz.

El príncipe ruso —extraño entre aquellos días de comunismo soviético— que se entrometió en la charla, les lanzó a aquellos europeos una pregunta que luego los llenaría de dudas, incertidumbres e ideas: ¿Ocho Romeos sin ninguna Julieta? El sarcasmo, claro, valiéndose de la obra literaria de Shakespeare, hacía alusión a la soledad del grupo, pero llevaba también implícito un mensaje que sería el mejor impulso publicitario en tiempos de crisis.

Aunque la historia es, posiblemente, sólo una leyenda que llena de misticismo el origen de uno de los más reconocidos carros en el mundo, lo cierto es que en el Auto Show de Turín de 1954 salió a la luz un diseño que deslumbraría al público: el Giulietta Sprint, ingeniado por el grupo Bertone, una empresa de carrocerías que también ha sido contratada por Ferrari, Lamborghini y Volvo.

En principio, el motor de esa máquina, que pesaba alrededor de 1.000 kilos, alcanzaba los 53 HP, pero las siguientes versiones pronto desarrollarían una velocidad y una potencia considerables. Poco a poco ese automóvil con nombre de mujer, que se convertiría en sinónimo de elegancia y en un ícono de la cultura italiana, arrasaría con las ventas en América y el Viejo Continente. De hecho, luego de 1963, cuando se terminó la construcción de la planta de Arese, el Giulia fue el primer auto fabricado. Sus distintas versiones (Berlina, T.I., Spider, Sprint Veloce y Spider Veloce y Sprint Speciale de Bertone y Sprint Zagato) fueron compradas por más de un millón de conductores.

Pero más allá de las historias, de que esos primeros diseños hayan sido la inspiración para motivos que hoy son sinónimo de eficacia y de que personalidades de la talla de Perón y Rita Hayworth se hubiesen antojado de adquirir uno, el Giulietta fue el primer experimento de producción en masa de Alfa Romeo. Y eso implicó que, por las condiciones de la posguerra, los empresarios voltearan a mirar a un público que antes estaba relegado y olvidado. Tuvieron, en suma, que abrir sus puertas para que nuevos Romeos también tuvieran sus Giuliettas.

Por El Espectador

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