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Vivimos en una época en la que el sonido de una notificación puede interrumpir cualquier momento: una conversación, una comida, el descanso. La tecnología, que prometía hacernos la vida más fácil, ha terminado por ocupar cada espacio de ella. La hiperconectividad se ha convertido en una forma de vida y, aunque tiene ventajas indiscutibles, también ha traído consecuencias silenciosas que hoy se manifiestan en el bienestar emocional de millones de personas.
El doctor Omar Cuéllar Alvarado, director general del Instituto Colombiano del Sistema Nervioso – Clínica Montserrat, lo resume con claridad: “Mientras más conectados estamos con la tecnología, menos lo estamos entre nosotros”. Lo que antes era una herramienta de comunicación y trabajo se ha transformado en una fuente constante de estímulos y comparaciones. Hoy es común ver familias o grupos de amigos reunidos en silencio, cada uno pendiente de su pantalla. Esa desconexión emocional, explica el especialista, está cambiando la forma en que nos relacionamos y afecta de manera directa la salud mental.
La exposición constante a las pantallas no solo altera los hábitos sociales. Según Cuéllar, también tiene efectos fisiológicos. La luz de los dispositivos, sobre todo en horas de la noche, envía señales al cerebro que interfieren con los ritmos naturales del sueño. “Esa estimulación lumínica impide que el cerebro reconozca la ausencia de luz y active los sistemas necesarios para dormir. Por eso vemos cada vez más personas con insomnio o trastornos del sueño”, señala.
A esto se suma el fenómeno de la recompensa inmediata: cada notificación, cada “like” o logro en un videojuego activa los circuitos cerebrales asociados al placer, generando una sensación de gratificación que empuja al usuario a buscarla una y otra vez. “Con el tiempo, esa necesidad constante de validación puede derivar en ansiedad o dependencia. Hay quienes sienten malestar cuando no pueden revisar sus redes sociales o responder de inmediato un mensaje”, explica el médico.
Los niños y adolescentes son los más vulnerables. En etapas en las que la identidad y la autoestima se están formando, la sobreexposición digital puede dejar huellas profundas. “Los menores construyen su valor personal a partir de lo que ven en redes sociales, y cuando no alcanzan esos estándares de éxito o belleza idealizados, se sienten frustrados o insuficientes”, advierte Cuéllar. En ese sentido, recomienda evitar el acceso a redes sociales antes de los 14 o incluso los 16 años, y limitar el tiempo de pantalla diario a no más de hora y media. “Los colegios y las familias que han restringido el uso de dispositivos en el aula han visto mejoras en la atención y el rendimiento académico”, agrega.
Otro fenómeno reciente es la búsqueda de apoyo emocional en herramientas de inteligencia artificial. Aunque muchas plataformas prometen acompañamiento o consejos personalizados, el director del ICSN pide precaución. “Una máquina no puede reemplazar la mirada integral de un profesional de salud mental. Puede ofrecer respuestas positivas o tranquilizadoras, pero sin entender el contexto real de la persona. En casos de crisis, incluso puede ser peligroso”, afirma. De hecho, se han reportado casos en el mundo donde usuarios en estados depresivos han recibido respuestas inapropiadas o desesperanzadoras por parte de sistemas automáticos.
La vida laboral tampoco escapa a la hiperconectividad. Los límites entre el trabajo y el descanso se han vuelto difusos, especialmente con el auge de la comunicación digital. Grupos de WhatsApp, correos fuera de horario y mensajes urgentes a cualquier hora hacen que muchos empleados vivan en modo “disponible” todo el tiempo. “Esta cultura de la conexión permanente genera agotamiento emocional y estrés crónico. Es necesario aprender a poner límites: silenciar grupos, activar el modo ‘no molestar’ y respetar los tiempos personales”, recomienda Cuéllar. “Desconectarse no es irresponsable, es una forma de autocuidado”.
Los efectos de esta nueva realidad se reflejan con claridad en los servicios de salud mental. La Clínica Montserrat, institución líder en atención psiquiátrica y psicológica, ha visto un crecimiento exponencial en la demanda de consultas en los últimos años. “Después de la pandemia, la necesidad de atención emocional se multiplicó”, explica Cuéllar. “Eso nos llevó a ampliar nuestra capacidad instalada no solo en hospitalización, sino también en los servicios ambulatorios”.
Como respuesta a esa creciente demanda, la clínica acaba de inaugurar una nueva sede de consulta externa en la avenida 19 # 135-25, en Bogotá, dedicada exclusivamente a la atención ambulatoria en salud mental. El objetivo, según su director, es ofrecer más espacios para que las personas puedan acceder a acompañamiento psicológico y psiquiátrico de manera oportuna. “Que más gente busque ayuda es una buena señal: significa que se están rompiendo los estigmas y que entendemos que la salud mental es parte esencial de la salud integral”, sostiene.
El futuro, dice, pasa por educar emocional y digitalmente a las nuevas generaciones. Hablar abiertamente de los riesgos de la hiperconectividad, enseñar a usar la tecnología con equilibrio y promover espacios sin pantallas son estrategias básicas para construir bienestar. “No se trata de satanizar la tecnología, sino de aprender a convivir con ella sin perder la conexión más importante: la humana”, concluye.
Comuníquese con la Clínica Montserrat
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