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Casi tres décadas después de convertirse en una de las primeras mujeres ordenadas en la Iglesia de Inglaterra, Cherry Vann alcanzó un nuevo hito: a finales de julio fue elegida como la primera mujer en ocupar el cargo de arzobispa en la Iglesia Anglicana de Gales. Para esta tradición centenaria del cristianismo, que comparte raíces con el rito romano (la Iglesia católica) y con las Iglesias de Occidente, está permitido que las mujeres sean ordenadas sacerdotisas y, además, los clérigos no están obligados al celibato en la mayoría de sus congregaciones.
“La Iglesia tiene algo que se llama usos y costumbres, que es la manera como nosotros hacemos las cosas. Dentro de esa concepción del ministerio, pero también de la dignidad de la persona humana, hombres y mujeres son esencialmente iguales, y eso lo resume todo: no hay diferencia entre hombre o mujer para ascender a un ministerio”, cuenta a El Espectador Diego Sabogal, presbitero de la Iglesia anglicana en Colombia. De hecho, añade, pertenecen a la novena provincia de la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos y cuenta que hace unos años tuvieron a Katharine Jefferts Schori, bióloga y científica, como obispa. “Es decir, la persona que, como clériga, gobernaba toda una provincia con iglesias en el Caribe, Centroamérica, Colombia, Ecuador, etc”.
Por esto, el ascenso de Vann no es del todo inesperado, aunque el simbolismo que encarna su figura sí resulta llamativo. No es solo la primera mujer en ocupar un cargo jerárquico tan alto en Gales, sino también la primera persona abiertamente perteneciente a la comunidad LGBTIQ+ en hacerlo. Vann es lesbiana y lleva más de 30 años en unión civil con su pareja.
“Durante años mantuvimos nuestra relación en secreto porque me preocupaba despertar y verme en la portada de un periódico. Ahora, Wendy me acompaña a todas partes, y cuando asisto a mis servicios, es normal. Pero en Inglaterra tenía que quedarse arriba si tenía una reunión en casa”, confesó en entrevista a The Guardian poco después de su nombramiento. Hoy, además, forma parte de la iniciativa cristiana Open Table Network, que brinda apoyo a creyentes de la comunidad LGBTIQ+.
Aunque ahora su labor está en Gales, su carrera como presbítera se ha desarrollado en su mayoría en Inglaterra, donde no está permitido el matrimonio ni la unión civil entre personas del mismo sexo, razón por la cual ocultó su relación por décadas. Solo en 2020, cuando fue nombrada obispa de Monmouth, en Gales, dejó de esconder su sexualidad. Si bien es cierto que Gales e Inglaterra pertenecen a la mancomunidad de naciones que conforma el Reino Unido, la organización de la Iglesia anglicana funciona de manera autónoma. De hecho, la ruptura entre las congregaciones de Gales e Inglaterra se dio hace más de un siglo, en 1920.
Sabogal explica que para ellos la elección de Vann no fue una sorpresa, pues, según cuenta, “no todas las provincias trabajan en el ministerio femenino, pero cada una tiene autonomía para desarrollar su propia cosmovisión en este sentido. Así, Inglaterra, Escocia, etc., también tienen, obviamente, su autonomía”.
Una elección democrática
Otro de los aspectos claves a la hora de pensar en el nombramiento de Vann es la forma en la que se dio el proceso. A diferencia de la Iglesia católica, en la que la designación de los obispos, arzobispos y cardenales depende del papa, en este caso el papa León XIV, la organización de la Iglesia anglicana pasa por procesos más sinodales, que involucran de forma mucho más activa a cada comunidad.
“Ellos tienen un comité electoral para los obispos, conformado por laicos y clérigos. Eso ya es una novedad respecto a cómo nosotros elegimos a los obispos, o cómo los ortodoxos eligen a los suyos, pues en su caso los eligen solo los clérigos, no los laicos. Entonces uno va entendiendo que ahí ya hay una diferencia que permite una apertura distinta”, explica Mario Rivera, sacerdote católico jesuita, docente de teología de la Universidad Javeriana y magíster en Estudios Interdisciplinarios sobre Religiones y Culturas. Bajo esta lógica, el nombramiento de la arzobispa refleja la identidad de una comunidad anglicana galesa más abierta, en un país donde el matrimonio igualitario es legal desde 2013.
Rivera recuerda que algo similar ocurrió con Gene Robinson, presbítero anglicano estadounidense que en 2003 se convirtió en obispo de New Hampshire y fue el primero en declararse abiertamente homosexual. Pero, al igual que él, Vann también enfrenta debates dentro de las congregaciones anglicanas, muchos de ellas más conservadoras que las comunidades que han elegido a estos obispos.
Las discusiones han sido tan complejas que, en ocasiones, han terminado en sanciones para las comunidades que han mostrado tal grado de apertura ante la diversidad sexual. “Esas iglesias están en comunión con la Iglesia americana, que también tiene sectores muy conservadores. Todas las iglesias africanas mantienen posturas radicales en contra de la inclusión de homosexuales en el episcopado y en todo este tipo de temas”, cuenta Rivera y añade que, en su opinión, el panorama se ve muy interesante.
“No dejamos de reconocer que esto es novedosísimo, pero representa a un sector bastante pequeño de la comunión anglicana, como lo es la Iglesia de Gales, que incluso es pequeña al interior del mismo Reino Unido. Sin embargo, sí es un asunto que puede ir abriendo brechas hacia el futuro en otras iglesias”, complementa. La pregunta es hasta qué punto esas brechas pueden extenderse dentro del anglicanismo. En Colombia, por ejemplo, existen presbíteras anglicanas, como Loida Sardiñas Iglesias, quien ejerce su ministerio como clérigo asociada en la Catedral San Pablo, en Bogotá, y además es docente de teología en la Universidad Javeriana.
No obstante, el reverendo Sabogal advierte que “la tradición en la región gira en torno a la masculinidad en las expresiones y vivencias de la fe. Entonces, es muy difícil que en Latinoamérica lleguen a aceptar a una mujer siquiera como presbítera; es muy complejo”. El nombramiento de Cherry Vann, entonces, encarna una paradoja, pues mientras abre las puertas en algunas provincias anglicanas, en buena parte del mundo cristiano su ejemplo aún parece un horizonte remoto. Aun así, su figura ya se alza como símbolo de que la fe también puede dialogar con la inclusión.
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