Publicidad

¿Baja natalidad? No nos culpen a las mujeres

La falta de estabilidad económica, el alto costo de vida, el precio de las viviendas, la inseguridad laboral, la precariedad de los sistemas de cuidado y la debilidad de las redes públicas de salud y educación son, hoy por hoy, los factores que más pesan al momento de tomar decisiones sobre si tener hijos, cuándo y cuántos.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Catalina Calderón*
17 de agosto de 2025 - 05:41 p. m.
Opinión
Opinión
Foto: El Espectador
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Mucho se ha dicho en los últimos meses sobre la caída en la tasa de natalidad en Colombia. El año pasado, apenas 445.011 bebés nacieron en el país, la cifra más baja desde que se tiene registro. Y, como era de esperarse, el tema ha desatado un debate profundo —y en ocasiones muy polarizado— sobre las causas, los riesgos y las posibles soluciones frente a esta nueva realidad.

Es cierto: el descenso sostenido en la natalidad implica desafíos que nos enfrentan como sociedad con una nueva realidad. Este fenómeno afecta las proyecciones del sistema pensional, la dinámica de la fuerza laboral y, en el mediano plazo, la sostenibilidad de algunas políticas públicas. Pero no podemos permitir que esta discusión se instrumentalice desde sectores que buscan retroceder en los derechos que las mujeres hemos logrado con tanto esfuerzo. La invitación es a hacer una lectura desde la orilla adecuada.

No, la caída en la natalidad no es producto de la legalización del aborto ni de la expansión de los derechos reproductivos. De hecho, lo que muestran los datos y las investigaciones es que el problema no es que las personas ya no quieran ser madres o padres, y hay una serie de factores que responden a este planteamiento desde distintas ópticas.

La falta de estabilidad económica, el alto costo de vida, el precio de las viviendas, la inseguridad laboral, la precariedad de los sistemas de cuidado y la debilidad de las redes públicas de salud y educación son, hoy por hoy, los factores que más pesan al momento de tomar decisiones sobre si tener hijos, cuándo y cuántos.

A eso se suma la creciente percepción de incertidumbre frente al futuro. Crisis climática, retrocesos democráticos, conflictos geopolíticos y discursos extremistas que amenazan la autonomía de las mujeres generan un peso emocional real. Hoy muchas personas, sobre todo jóvenes, ven la maternidad como una decisión demasiado costosa, no solo en términos económicos, sino también de tiempo, estabilidad y bienestar emocional.

Las mujeres estamos planificando mejor, tomando decisiones más informadas y equilibrando nuestros proyectos personales, profesionales y familiares. Y eso es un síntoma de una sociedad moderna, que progresa en la senda del desarrollo, no una amenaza. La autonomía que hemos adquirido tras años y luchas por nuestros derechos no es la causa del problema. De hecho, es parte de la solución.

Lo que realmente necesitamos es que la maternidad sea más planeada y deseada, con una autonomía respaldada por políticas públicas que nos permitan ejercerla de forma plena y segura. El embarazo adolescente y no deseado no puede seguir siendo un indicador de doble rasero, que nos escandalice, por un lado, pero siga siendo medido dentro del sostenimiento demográfico de un país.

Es urgente repensar el cuidado, redistribuirlo con equidad y dotar al Estado de herramientas para acompañar a quienes deciden ser madres. Licencias justas, sistemas de educación y salud públicos, guarderías accesibles y políticas fiscales que alivien el costo de criar no deberían ser rogadas: son condiciones básicas para una sociedad que está a tiempo de repensar su crecimiento de forma sostenible.

Cada país enfrenta este fenómeno desde condiciones sociales, económicas y culturales particulares. Como lo señala el State of World Population 2025, el problema no es la falta de deseo de maternar, sino la falta de agencia reproductiva: muchas personas no pueden decidir libremente cuántos hijos pueden tener, aunque así lo deseen, porque las condiciones no están dadas.

En Colombia, por ejemplo, hablar de baja natalidad sin considerar el contexto de precariedad económica, informalidad laboral y las pocas políticas de cuidado es desconocer la realidad. Aquí la licencia de maternidad alcanza solo 18 semanas, muy por debajo del año completo que ofrecen países como el Reino Unido, y las propuestas para crear esquemas parentales compartidos siguen sin materializarse.

Mientras tanto, Chile muestra nuevas formas de abordar la corresponsabilidad, donde el número de vasectomías aumentó más de 800 % en la última década, lo que demuestra que cada vez más hombres, muchos de ellos jóvenes o sin hijos, están cuestionándose lo mismo; solo que en este caso optan por asumir activamente la planificación familiar.

Junto con Chile, Argentina registró una baja significativa en la tasa de embarazos adolescentes gracias al programa Plan ENIA (Embarazo No Intencional en la Adolescencia), que logró reducir la tasa de nacimientos en niñas y adolescentes a la mitad desde 2018. Un éxito que fue truncado cuando el gobierno de Javier Milei lo desmanteló en marzo de 2024.

Antes de caer en conclusiones simplistas o alimentar discursos que tildan de egoístas, frías o mezquinas a las mujeres que no desean ser madres, es urgente revisar con seriedad todos estos factores. La caída en la natalidad no es una excusa para restringir nuestros derechos ni culparnos de ello. En lugar de preguntarnos por qué ya no nacen tantos niños, deberíamos preguntarnos: ¿estamos creando las condiciones para que las personas puedan decidir libremente sobre su maternidad y paternidad? ¿Estamos asegurando que esos nacimientos se den en contextos de dignidad, amor y estabilidad?

Somos muchas las mujeres que queremos seguir aportando al crecimiento económico, a la innovación, al cuidado y al liderazgo de nuestros países. Pero también queremos y tenemos derecho a maternar si así lo decidimos. En mi caso, como mamá de un hijo, fue precisamente esa conversación honesta conmigo misma y con mi pareja lo que me llevó a decidir no tener un segundo hijo. No fue miedo ni rechazo a la maternidad: fue amor, responsabilidad y conciencia. Hoy deseo, desde este lugar, que todas podamos tener las condiciones para tomar estas decisiones en plena libertad.

* Directora de Women’s Equality Center para Latinoamérica.

Por Catalina Calderón*

Temas recomendados:

 

Yilda Ruiz Monroy(e44a8)11 de septiembre de 2025 - 07:53 p. m.
Excelente. Yo también tuve solo un hijo por las mismas razones. Traté de darle lo mejor dentro de mis posibilidades, porque me parece más justo y humano que tener 10 muchachitos desnutridos y analfabetos. Mi hijo no va a tener hijos, y yo respeto su decisión. Este mundo no es un lugar amable.
Berta Lucía Estrada(2263)18 de agosto de 2025 - 03:59 a. m.
Excelente columna. Habría que agregar los bajos salarios, la precariedad laboral de las mujeres y la falta de una educación en las mismas condiciones que los hombres. Nadie puede ser llamado "egoísta" por no desear tener un hijo. Hacerlo es una gran responsabilidad y no siempre se puede asumirla como es debido. Y si, las mujeres tenemos derecho a nuestra propia viva; no somos máquinas reproductoras.
ML (11374)17 de agosto de 2025 - 08:30 p. m.
Excelente columna y análisis
Olegario (51538)17 de agosto de 2025 - 07:35 p. m.
No tienen hijos, pero sí perros 🐩 y gatos 🐱 a tutiplén, y eso aplica tanto para hombres y mujeres, los jóvenes egoístas y arribistas de hoy en día. Solo aspiran a “vivir sabroso” y nadando en billuyo.
  • Otton(emcod)17 de agosto de 2025 - 10:08 p. m.
    Increíble que usted haga ese comentario. Definitivamente o no leyó o no entendió. Y en ese caso no se sabe qué es peor!!!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.