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Una biblioteca que nace con una fogata en el patio. Un grupo de jóvenes campesinos se sienta alrededor del fuego, con cuadernos sobre las piernas. Entre ellos se mueve una mujer de jean ceñido, camisa institucional y pañoleta gris. Carga leña y libros en su mano. Ese es su terreno. En medio de la selva del Putumayo, Stella Nupán dirigió durante tres décadas una biblioteca que le ganó espacio a la guerra.
Esta historia forma parte del libro La pequeña inmensidad: historias de mujeres bibliotecarias, escrito por la periodista Anamaría Bedoya Builes. Es un texto breve, pero contundente, publicado por la Alcaldía de Medellín con apoyo de Comfama. Narra la vida de cuatro mujeres que hicieron de las bibliotecas rurales y comunitarias lugares de resistencia, encuentro y transformación.
En los años noventa, Medellín estaba lleno de bibliotecas comunitarias. “Allí se comenzaron a sentar resistencias, refugios. Las bibliotecas eran espacios de resistencia comunitaria muy importantes”, cuenta Bedoya. Pero, añade que cuando comienza a indagar en cómo ha sido el lugar, “la magia está en quienes dirigen estos espacios. En esa época, todo se hacía en su mayoría con voluntarios”. Muchas de esas mujeres no eran bibliotecólogas de profesión, pero sí una profunda vocación. No lo hacían por reconocimiento.
Una de ellas fue Gloria Bermúdez. Fundó una biblioteca en una antigua escuela abandonada de una vereda de El Retiro, Antioquia. La llamó Laboratorio del Espíritu. “Ella ya había superado el síndrome del impostor. Era una mujer que realmente creía en el poder de las palabras”, recuerda Bedoya. Gloria transformó ese lugar con intuición y confianza: enseñó a leer en voz alta, sembró bosque alrededor del edificio y formó a Mireya y Marisol, dos jóvenes campesinas que empezaron como voluntarias y hoy son las nuevas lideresas del proyecto.
La biblioteca tiene hoy un programa de música en alianza con la Sinfónica. Aunque Gloria falleció en 2023, su legado sigue vivo. “Vuelvo a la metáfora del jardín: Gloria sembró una confianza en los demás que no era ingenua. Confiaba en que había una fuerza que la acompañaba. No se sentaba a dudar si iba a lograrlo. Iba y lo hacía”, dice Bedoya.
Lo que despertó en Bedoya la idea de escribir el libro fue el trabajo de Cindy Johana Guzmán y Natalí Saldarriaga en el corregimiento Altavista, al suroccidente de Medellín. En una zona periurbana marcada por violencias y desplazamientos, crearon una biblioteca itinerante con la Colectiva La Enjambre. La llamaron también La pequeña inmensidad.
“A ellas les tiene que gustar mucho lo que hacen para hacerlo, porque es un trabajo sin reconocimiento”, asegura Bedoya. “Fueron ellas quienes me inspiraron a buscar otras historias similares. Hablé durante muchas horas con cada una de las protagonistas. Hacer reportería era indispensable”, complementa.
La historia de Stella Nupán, no obstante, fue especialmente difícil de contar. “Es un territorio que ha sido muy vulnerable”, explica Bedoya. Stella dirigió por más de treinta años la Biblioteca Luis Carlos Galán Sarmiento, en La Hormiga, Putumayo. A primera vista, parece una mujer suave; pero, “cuando la ves en acción, cuando la escuchas hablar, encuentras a una mujer fuerte, observadora, profunda, llena de intuición. Las personas han encontrado en ella la posibilidad de ser ellos mismos”.
Su biblioteca reunió a niños, niñas, jóvenes y mujeres desplazadas. De ahí nació el Grupo de Amigos de la Biblioteca (GAB), un colectivo de lectores, radialistas, voluntarios y escritores que crearon una revista, un programa de radio (El Hormiguero) y jornadas de lectura en las veredas. “Noté ese síndrome del impostor en todas”, menciona Bedoya e indica que lo dejan de lado “cuando ellas comienzan a ver ese efecto en los chicos y en las chicas”.
Stella fue reconocida como la mejor bibliotecaria del país, apareció en rankings nacionales, viajó a España y fundó pequeñas bibliotecas escolares en lo profundo de la selva. Durante las noches más oscuras y crudas del conflicto, le leía en voz alta a sus hijos para tapar los gritos que salían de una casa de tortura instalada por paramilitares cerca de su hogar. “Ella ha permitido que otras personas, en la biblioteca, se permitan ser auténticas”, afirma Bedoya.
Consuelo Marín, la cuarta mujer retratada en el libro, nació en Nariño, Antioquia, y trabajó como promotora de lectura en la Comuna 13 de Medellín. Estuvo vinculada a la Biblioteca Centro Occidental durante y después de la Operación Orión. “Fue una experiencia muy dolorosa para ella. Se dio cuenta tiempo después de que había estado deprimida”, señala Bedoya.
Hoy, Consuelo vive en una casa campesina en el monte de San Vicente. En el muro donde antes había una gruta de la Virgen, instaló una pequeña biblioteca libre. Fue bibliotecaria sin ser haber pasado por la academia. Aprendió leyendo, preguntando, haciendo. “Veo en ellas grandes personas, personas muy generosas”, comenta Bedoya. “Quise escribir un poco desde eso de: yo quiero ser así cuando sea grande. Quiero tener algo de ellas”, puntualiza.
Las cuatro historias están atravesadas por el conflicto armado, pero también por un hilo común: el pensamiento en colectivo. Son mujeres que se entienden en relación con otros, que valoran el encuentro, que conocen el poder de la palabra. Algunas tienen títulos profesionales; otras, no. Pero todas han sostenido bibliotecas vivas en territorios marcados por la violencia, la exclusión y el abandono estatal.
“Faltan muchas historias por contar. Hay mujeres muy formadas, otras no tan intelectuales, que abrían la biblioteca, la ponían bonita. Las bibliotecas están llenas de mujeres, pero en la institucionalidad los cargos grandes están dominados por hombres”, concluye Bedoya.
