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Pensar en las flores como un obsequio, una forma de mostrar gratitud o decoración hace que tengamos que devolvernos varios siglos. No existe una fecha exacta citada por los historiadores de cuándo se empezaron a usar con estos fines, pero sí se habla de su relación con rituales, altares y como una manifestación de afecto desde el antiguo Egipto (o antes) para luego pasar por las civilizaciones griega y romana, y expandirse a cada rincón del mundo.
Pero ¿qué las hace tan especiales? Una primera razón puede ser su variedad, pues se estima que hay más de 300.000 especies de plantas con flores en todo el mundo, a lo que se suman sus efectos en el cuerpo humano. “El contacto con las flores, con la naturaleza, tiene la capacidad de influir en el estado de ánimo de las personas y generar felicidad. Recibir flores, por ejemplo, puede producir serotonina, conocida como la hormona de la felicidad, y tener beneficios como la reducción del estrés”, explica el psicólogo Néstor Dionissio.
Estos puntos a favor, entre muchos otros, han hecho que las flores, en múltiples tamaños, colores y presentaciones, no pierdan vigencia y representen una oportunidad de negocio que se ve reflejada desde el campo, con la floricultura, hasta los viveros y las floristerías, que están detrás de la venta al público. Esta nota reúne las historias de cuatro mujeres que, aunque no se conocen, están entrelazadas por las flores. Rosas, claveles, crisantemos y hortensias, que se han convertido en su legado, su motivación y el sostén de sus familias.
Las raíces y la tradición resguardada
Antes de graduarse de diseñadora industrial, en 2008, Cristina Teresa Genoveva quedó a cargo de un cultivo de flores en Cachipay; su padre tuvo que irse del país y en ella quedó toda la responsabilidad. Ese giro del destino le salió bien y fue el inicio de una vida dedicada a las flores, inicialmente, en el mundo de las exportaciones. “Yo estaba terminando la carrera, recuerdo que me tocó meter solo media matrícula y madrugaba a las 4:00 de la mañana a visitar el cultivo, recogía las flores y los follajes y las llevaba a las buqueteras para exportar por medio de ellas. Yo recorría las floristerías de Bogotá y vendía las flores que no lográbamos exportar”, recuerda.
El Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) precisa que el país tiene más de 2.210 lugares de producción para exportación y, gracias al tamaño de la industria y su articulación, como en este caso, el país es el segundo exportador de flores del mundo.
Cristina siguió con su vida, alcanzó a ejercer de diseñadora por un tiempo, pero el gusto por las flores ya estaba allí. Se había enamorado de ese mundo, así que en 2010 decidió abrir La Fioreria, en el garaje de una casa en Quinta Camacho, donde ya no solo vendía lo cosechado en su cultivo, sino también de otros en municipios aledaños a la capital. Hoy en día, La Fioreria de Genoveva queda en la calle 68 en Bogotá y se enfoca en flores para bodas y eventos. Cuenta Cristina que, aunque las rosas siempre serán las reinas (y son las que más se exportan), en los últimos años se han popularizado los claveles y crisantemos, gracias a su variedad de colores.
“Lo que más he aprendido trabajando ha sido la paz y tranquilidad que me genera trabajar con flores, por lo que ellas transmiten, no solo por su belleza, sino por cómo cambian cualquier ambiente, pues transmiten tranquilidad y buena energía. Además, este trabajo me ha permitido ser emprendedora y una mamá presente; tengo dos hijos y he podido manejar el tiempo gracias a la naturaleza del negocio”, señala.
Una oportunidad que se convirtió en sustento
A María del Carmen Vargas la idea de vender flores le llegó de su mamá. Cuenta que en 1982 empezó a buscar ideas de negocio con la necesidad de sostener a sus hijos. En ese entonces su mamá tenía una tienda cerca del cementerio de Fusagasugá donde vendía velas. “Recuerdo que me dijo que intentara vender flores, que nadie vendía por esos lados y así lo hice”, rememora.
El consejo fue sabio y, como la demanda era alta y la oferta más bien poca, no pasaron muchos días para que el negocio empezara a tomar fuerza. Los clientes llegaban y María del Carmen reafirmaba su decisión. Su floristería se sumó a la lista de los más de 1,8 millones de micronegocios que les pertenecen a mujeres en Colombia.
Después de ver la buena acogida de su negocio, decidió no solo vender flores para el cementerio, pues ahora le pedían ramos y arreglos para decorar las casas. Con este nuevo reto, se metió de lleno a la floristería para toda ocasión e incluyó chocolatinas, peluches y regalos para complementar los buqués.
“Hoy en día la presentación de flores que más se sigue vendiendo son los buqués, creo que por el precio y la comodidad, pues cada cliente puede pedir lo que le gusta y lo que va acorde con su bolsillo”, cuenta.
Y aunque el fuerte de Colombia son las exportaciones, con más de 59.000 toneladas de flores exportadas para San Valentín (en 2025), lo cierto es que desde la pandemia el regalar flores, según perciben las floristerías, se ha vuelto mucho más común, como un apoyo para expresar los sentimientos y mostrar cercanía.
“Es una tradición bien recibida por la mayoría de las personas, es algo que gusta y se percibe como un buen detalle”, añade María del Carmen. Ahora en la Floristería Carmenza no solo recibe pedidos en el Día de la Madre o Amor y Amistad, sino para fechas especiales como aniversarios, cumpleaños y graduaciones, lo que le ha permitido hacer de este oficio la mayor fuente de ingresos de su familia.
Las manos detrás de un vivero en la Ciudad Jardín
La historia de Irene Farfán Chávez de Rocha y las flores es de tradiciones y fuerza de género. Hace más de 80 años, su madre, la abuela Rudecinda, abrió un vivero en el patio trasero de la casa paterna de la familia, ubicada en la vía a La Aguadita, en Fusagasugá. “Mi mamá sembraba plantas y las vendía, trabajaba en eso y yo le ayudaba, tenía unos 13 o 14 años; ahí fue que empezó todo, pero a mí siempre me han encantado las flores, incluso desde antes”, recuerda Irene.
Ese gusto, mitad heredado y mitad propio, hizo que no dudara en continuar con el negocio y lo que fue en un inicio Jardín Estambul pasó a llamarse Jardín Claudia, nombre que también le puso a su primera hija, quien por unos años también tendría su propio vivero.
Irene vendía y cultivaba anturios, begonias, pensamientos y primaveras, estas últimas eran las que más le compraban “al ser más resistentes y perfectas para decorar interiores. Aquí pasaban y llevaban para Bogotá. En todo mi tiempo que tuve salud yo sembré muchas plantas, avionadas, y venían las personas a comprar para sus casas o para revender”, dice.
Gracias a su vivero, esta villapinzonense, que debido al conflicto interno creció en la Ciudad Jardín, logró criar a sus hijas: Claudia, Diana, Libia y Olga, después de que su esposo muriera, y hoy a sus casi 90 años ve con satisfacción esta labor. “Las flores no pasan de moda porque son muy lindas, dan vida y felicidad, y como negocio también son muy buenas y dan muchas oportunidades”, añade.
Cifras del Minambiente estiman que el país tiene más de 3.600 viveros, el 90 % del sector está compuesto por una economía familiar campesina y se concentran, principalmente, en Cundinamarca, Antioquia, el Eje Cafetero y el Valle del Cauca. De ese total, más de 460 estarían ubicados en la provincia del Sumapaz, la cual está integrada por 10 municipios, siendo Fusagasugá su centro económico y capital.
Jardín Claudia sigue en la lista, aunque no con el volumen que lo hizo en los años dorados de Irene, pero mantiene viva una memoria de tres generaciones que se han dedicado al viverismo, así como un legado que se expande entre nietos, bisnietos y tataranietos, que posiblemente nunca se borrará, de hacer de las flores y plantas un innegociable en el querer cotidiano.
Aprender de la naturaleza y del arte de la composición
El querer crear fue lo que llevó a Shallima Turizo Dancur, de profesión gastrónoma, a volcarse al mundo de las flores. Desde hace 13 años se ha enfocado en Lottas Floral Studio, un estudio de diseño y estilismo en el que promete crear arreglos florales diferentes para cualquier espacio y evento. Dice que su mayor interés es explorar la variedad de flores que tiene el país que asciende a 1.600, según el ICA.
“Tenemos miles de flores, y hoy la genética nos permite también tener flores de cualquier parte del mundo. Es algo que vengo estudiando desde hace siete años”, cuenta. Shallima ha puesto el foco en que sus clientes no solo elijan las rosas y los claveles, sino que se arriesguen con las nuevas tendencias.
“Hay clientes clásicos a los que les gusta un solo tipo de flor, pero la pandemia despertó curiosidad por ver qué más flores hay en el país y el público de entre 30 y 50 le gustan cosas muy modernas, todo más orgánico, la gente prefiere arreglos que se vean más sueltos, como si fueras al jardín, lo cortaste y lo pusiste, pero falta muchísimo para que las personas reconozcan y exploren ese tipo de diseño como tal”, explica.
Lottas tiene sede en Barranquilla y Bogotá, y gran parte de su foco lo ha puesto en las redes sociales, un canal por el que también le llegan clientes. Dice que la mayor bondad de las flores es expresar lo que las palabras no logran.
“Internacionalmente, vemos que hay un mayor interés por el tema de las flores, y en el mercado local hablamos de fechas como el Día de la Madre, porque en Colombia es ley darle flores a la mamá, pero hemos visto que regalar flores es cada vez más relevante, porque nos permite comunicar, expresa gratitud, amor y esto se suma a una tendencia de buscar bienestar y crear una conexión con la naturaleza”, precisa.
Al igual que Cristina, Carmenza e Irene, para Shallima las flores se han convertido en su pasión, que se ha enfocado en llevar a varios países y reafirma que embellece el mundo de una manera estética y sentimental. Puede ser por esto que ya se evidencia un cambio de roles de género, en el que las flores dejaron de ser un regalo casi exclusivo para las mujeres y ahora son para un amigo, un hermano, un padre o un novio.
Estas cuatro mujeres con su oficio han hecho que en días especiales y fechas emblemáticas varios rostros sonrían porque a sus manos llegó una planta con flores o un ramo pensado para alegrar.
