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Mi (anti)natural lactancia materna

Escribo esto a partir de mi experiencia (que no me hace una experta), en la que afortunadamente he contado con el apoyo de mi esposo —que se informa, se interesa y me respeta— y muchas mujeres alrededor que me alientan a continuar.

María Alejandra Medina

06 de agosto de 2025 - 10:48 a. m.
La Semana Mundial de la Lactancia Materna se celebra del 1 al 7 de agosto de cada año.
Foto: William Niampira Gamba

Escribo esto mientras tengo algunos minutos libres, en el baño o mientras el niño duerme. Ser mamá es un trabajo literalmente de tiempo completo.

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Hoy, dos meses y medio después de haber dado a luz a mi primer bebé, puedo confirmar que es lo más hermoso que he vivido, lo que más orgullo me produce. Eso, en la vista panorámica, porque el día a día puede lucir menos bello, más duro, más pesado.

Antes de esto, incluso antes del embarazo, había oído hasta el cansancio sobre lo difícil que era la falta de sueño, el dolor físico después del parto o la cesárea, el “baby blues” y otras cosas. Pero nunca nadie me había contado lo desafiante que podía llegar a ser la lactancia.

Distintas representaciones (artísticas, publicitarias, entre otras) siempre me la ofrecieron como algo hermoso y natural. Pero en este tiempo he podido indagarlo con mujeres a mi alrededor, desde mi madre, mi suegra, mis tías, mis vecinas… todas con algo en común: la lactancia como experiencia traumática.

Mi desconcierto no pudo ser mayor: cómo algo tan natural podía sentirse tan antinatural. Y tan desconocido, tan poco hablado.

Para el ejercicio se necesitan dos: una madre que nunca ha lactado y un bebé que nunca ha sido amamantado. Un par de inexpertos. Muchas cosas pueden salir mal.

Puede doler, probablemente por un agarre inadecuado; el dolor puede dificultar la estimulación de la lactancia, y de ahí se puede formar una angustiante bola de nieve.

En mi caso, durante el embarazo me preparé, me informé, pero eso no bastó. Una mala asesoría en las primeras horas tras el nacimiento —mi ignorancia hizo que me tomara varias semanas entender que no fue un buen acompañamiento y que incluso fue violento—, fallas en el agarre, el dolor que vino después, entre otras cosas, me tienen aún luchando para conseguir una lactancia materna exitosa.

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He tenido por lo menos ocho asesorías con mujeres profesionales, expertas. De todas he aprendido algo. En la última finalmente entendí que el problema es compartido: una debilidad en la succión de mi bebé, que quizá se desencadenó a raíz de esa primera mala asesoría y que estamos tratando ahora con fonoaudiología; es una falla que, a su vez, ha dificultado una correcta estimulación de mi producción.

Me ha costado energía física y mental, tiempo y dinero, pero he tenido el privilegio de entender —algo— mi proceso. No creo que sea el caso de todas. Muchas (contemporáneas y que nos precedieron) se quedarán con la idea de que no dieron leche, que fue su culpa. Pero todo es más complejo que eso.

Por lo anterior, me parece muy loable el propósito de esta Semana Mundial de la Lactancia Materna: el entorno importa. Este debe ayudarnos a sostenernos, a caminar este camino, del que en últimas se beneficiará la sociedad.

Se nos juzga (“Toda la vida la humanidad ha lactado, eso no puede ser tan difícil”, “No das leche porque no has hecho esto o lo otro”, o lo que es peor: “No das leche por tu genética”, una condena). También están los consejos no pedidos, como aquellos que invitan a abandonar: “Dale fórmula y ya”, como si la fórmula, además, fuera la salida fácil (es costosa y muchas veces engorrosa, sin olvidar la culpa y el miedo que la pueden acompañar). Sé, no obstante, que algunos de esos consejos llegan con una preocupación real por mi salud mental, porque efectivamente es algo que debemos priorizar.

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Insisto en la lactancia porque es mi decisión. Admiro a las que han tomado decisiones distintas precisamente por eso: por decidir. Y es acaso mayor mi admiración por las que no tuvieron otra opción.

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Escribo esto a partir de mi experiencia (que no me hace una experta), en la que afortunadamente he contado con el apoyo de mi esposo —que se informa, se interesa y me respeta— y muchas mujeres alrededor que me alientan a continuar. Por lo mismo, lo escribo para animar a la que se sienta sola y perdida, para que, en la medida de lo posible, busque ayuda especializada o al menos fuentes confiables de información.

Sé también que todas las experiencias son distintas. Afortunadamente, para muchas el camino es más fácil (y es lo que les deseo a todas, especialmente a mi prima, mi cuñada y mis amigas que han parido recientemente o que pronto lo harán).

Finalmente también lo escribo como un reconocimiento a mí misma, para compensar en algo tantas horas de autoflagelación mental. Para tratar de sanar. Y, por supuesto, como un reconocimiento para todas, por sostener vidas. Eso tendría que ser suficiente.

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