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Universidades vs. Trump: presidenta de Fordham pide libertad académica


Tania Tetlow, exfiscal federal de Estados Unidos y primera presidenta laica de la Universidad jesuita Fordham, en entrevista advierte sobre el desequilibrio entre el Gobierno y los tribunales. Su apuesta es por una universidad centrada en valores y no en agendas políticas.


Hugo Santiago Caro

08 de julio de 2025 - 07:27 p. m.
Exfiscal federal de Estados Unidos y primera presidenta laica de la Universidad jesuita Fordham, en entrevista
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Tania Tetlow fue nombrada la presidenta número 33 de la Universidad de Fordham, convirtiéndose en la primera persona laica y la primera mujer en ocupar este cargo. Uno de sus papeles como profesora de Derecho fue contribuir, por medio de su investigación, a persuadir al Departamento de Justicia para que replanteara su regulación de la política constitucional. Antes de su carrera académica, Tetlow fue fiscal federal adjunta, donde procesó todo tipo de casos, desde delitos violentos hasta fraude.

    En las instalaciones de la Universidad Javeriana, donde se llevó a cabo la asamblea de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas (IAJU), conversó con El Espectador. Habló de las tensiones que se han desatado entre las universidades y el gobierno de Trump y subrayó la importancia de la unidad institucional para contrarrestar ataques y evitar divisiones entre universidades. Además, destacó el papel protagónico de la academia en el desarrollo de Estados Unidos.

¿Cómo ha influido su experiencia de fiscal federal en su forma de liderar una universidad jesuita?


Como fiscal, tienes un poder enorme sobre los casos que procesas, y debes reflexionar profundamente sobre la justicia, la misericordia y la ética. Descubrí que todos los días usaba la formación jesuita que había recibido para hacer bien ese trabajo.


¿Qué desafíos del liderazgo universitario le han recordado más su tiempo en el sistema judicial?


Tuvimos algunas protestas estudiantiles y dos estudiantes fueron arrestados por invasión de propiedad privada. Ese fue el vínculo más directo y fue doloroso. Lo que descubrí siendo fiscal es que no quería pensar únicamente en mis casos, sino también en los sistemas y en la justicia en general. También, en las experiencias de las personas involucradas, qué las motivaba, qué había pasado en sus vidas y en sus infancias. Por eso me encanta formar parte de la educación superior, porque es una parte fundamental de la democracia y de la oportunidad. Además, es una manera de transformar la vida de personas que enfrentan muchas dificultades y se trata de invertir en el talento.


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Vi personas increíblemente brillantes y con talento que terminaron en la delincuencia porque no tenían otras opciones. Solía pensar en lo extraordinarios que podrían haber sido como directores ejecutivos de una empresa si tan solo hubieran tenido otras oportunidades.


¿Por qué fue doloroso?


Porque amamos a nuestros estudiantes y queremos que sean apasionados, activistas y que luchen por la justicia, pero debemos equilibrar eso con los derechos de otros estudiantes a aprender. Ellos vienen a tomar sus clases y exámenes. Por lo general, hacemos un trabajo excelente negociando ese equilibrio, recordándoles siempre a los estudiantes que quieren protestar de que, por ejemplo, sus compañeros necesitan estar en la biblioteca sin ruido afuera. En este caso, la mayoría aceptó retirarse; sin embargo, algunos estaban dentro de un edificio de aulas de una manera que interrumpía el funcionamiento normal. Aunque fue un cargo menor, que luego fue retirado, no nos gusta encontrarnos en ese tipo de situaciones.


El papa Francisco fue un jesuita y con su muerte hemos hablado mucho de sinodalidad, que quiere decir un “caminar juntos” en la Iglesia católica, ¿cómo ha puesto en práctica esa idea, siendo la primera presidenta laica de una universidad jesuita como Fordham?

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Los jesuitas no solo practican la sinodalidad, sino también el discernimiento, algo que el papa Francisco describió como la mayor contribución de los jesuitas al mundo. Para mí, eso ha significado recordar la importancia de escuchar con profundidad antes de apresurarse a dar una respuesta, buscar otras voces, tomarse el tiempo que requiere una decisión difícil —no todas, pero sí las realmente importantes—. Luego, consultar con tu intuición, con tus valores, prestar atención a esas formas en que, en el fondo, sabemos cuál es la decisión correcta. A veces, claro, hay voces internas que dicen: “Está bien, puedes postergar esa decisión difícil” o “eso da miedo, no lo hagas”. Esas son las voces que uno debe ignorar, y, en cambio, escuchar aquellas que hablan el lenguaje de los valores.


¿Qué ha aprendido al tratar de equilibrar la participación amplia de la comunidad con el respeto por siglos de tradición católica?


La Iglesia católica tiene valores profundos que nos sostendrán siempre, especialmente en lo relacionado con la búsqueda de la verdad. La conexión entre fe y razón está en el origen de las universidades y de gran parte de la ciencia, y eso es algo en lo que nos apoyamos, porque sigue siendo tan moderno como siempre. La Iglesia también cree en el cambio —lento, sí—, pero en todo caso en responder a los signos de los tiempos. Así que cuando damos la bienvenida a una comunidad religiosamente más diversa, cuando intentamos ser relevantes para la sociedad actual, en realidad estamos siendo profundamente católicos. Eso es precisamente lo que la Iglesia nos pide hacer.


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¿Cómo interpreta la decisión de la Corte Suprema de impedir que los tribunales federales bloqueen políticas gubernamentales en el ámbito nacional? ¿Qué impacto cree que tiene sobre la capacidad del poder Judicial para controlar al poder Ejecutivo?


Fue una decisión más compleja en términos procesales. La pregunta era si un juez federal de primera instancia, en un distrito específico, podía bloquear una ley federal en todo el país. La Corte dijo que no, que no tenía esa facultad. Así que eso representó un cambio en la ley. No creo que sea una buena idea. Es algo que quizá los conservadores lamenten cuando estén fuera del poder, por lo difícil que habrán hecho impugnar una ley. Pero bueno, ya veremos.


¿Qué le revela este cambio sobre el estado del sistema de pesos y contrapesos en Estados Unidos?


Es un momento de mucha presión sobre el sistema de pesos y contrapesos entre los tres poderes del Gobierno federal: los tribunales, el Congreso y el poder Ejecutivo. Hemos visto una tendencia creciente hacia un poder Ejecutivo cada vez más fuerte, desde ambos partidos, en parte porque el Congreso ha estado paralizado y no ha logrado avanzar mucho. Eso ha llevado al Ejecutivo a asumir un papel más activo.


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Pero ahora estamos viendo una etapa en la que la administración —la Casa Blanca— está empujando los límites de la tradición: lo que se permite y lo que no. Lo que observaremos es hasta qué punto esos límites cambian de forma permanente con el permiso de los tribunales o si, por el contrario, los tribunales logran contener ese avance. Si lo hacen, también será clave ver si la administración acata esas decisiones. Hasta ahora no ha habido una negativa abierta, pero sí hay una tensión evidente. Creo que muchos estadounidenses sienten cierta ansiedad sobre si realmente se mantendrán en pie los pesos y contrapesos del sistema.


¿Cree que los tribunales de menor instancia están recurriendo a nuevas estrategias legales para recuperar cierto control sobre esos límites?


La verdad, no sé si puedo opinar con autoridad sobre eso. Mis días de leer opiniones legales ya pasaron, así que no soy experta en ese tema.


¿Cómo ha defendido la identidad y los valores de Fordham sin comprometerlos frente a la inestabilidad financiera y las presiones de la Casa Blanca sobre el sistema académico?


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Simplemente hacemos nuestro trabajo. Nuestros valores son la razón por la que Fordham existe y eso lo sentimos con más fuerza como institución religiosa. Si alguna vez nos obligaran a elegir entre Dios y el financiamiento público, elegiremos a Dios. Estamos movilizando a nuestra comunidad para defender los fondos destinados a ayudas financieras. En Estados Unidos, esa ayuda para que los estudiantes puedan pagar la universidad se les entrega directamente a ellos y pueden usarla en la institución que elijan. Parte de esos fondos podría recortarse, así que les hemos pedido a nuestros estudiantes y egresados que le recuerden al Congreso que invertir en los jóvenes tiene el mayor retorno sobre la inversión que se puede lograr con el dinero de los contribuyentes.


También hemos recordado a nuestra comunidad cuán fundamentales son ciertos temas para la doctrina católica y nuestro derecho constitucional a enseñar nuestra fe. Eso incluye temas como la justicia social, la preocupación por el medioambiente —algo que todos los últimos papas nos han exigido como un imperativo moral—, y la acogida y la inclusión de los marginados. Eso siempre será parte de nuestro trabajo. Es lo que somos.


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Cuando ocurre todo lo de Harvard y Columbia, más de 150 universidades se unieron en una acción legal. ¿Qué le deja esa solidaridad institucional?


Que hay fuerza en los números y también seguridad. Cuando todas hablamos con una sola voz, es mucho más difícil que se ataque a una universidad en particular. No queremos caer en estrategias de “divide y vencerás”, del tipo “si nos permiten ir contra las universidades más elitistas, dejaremos en paz al resto”. No creo que eso sea cierto. Además, Estados Unidos sería un país mucho más pobre si perdiera las contribuciones de algunas de sus universidades más antiguas, instituciones que incluso son más viejas que el propio país. Son universidades que han reunido a cientos de ganadores del Premio Nobel, que han impulsado descubrimientos científicos y médicos extraordinarios. Hay muchísima innovación que sostiene la economía de Estados Unidos y todos debemos luchar por protegerla.


A medida que se intensifica la presión política sobre la educación superior, ¿qué tipo de liderazgo cree que se necesita para proteger la libertad académica y los valores institucionales?


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Este es un momento en el que se está cuestionando la libertad académica y por eso es crucial recordar lo importante que es. Es un momento para ejercerla bien. En el aula, debemos enseñar a nuestros estudiantes a ser abiertos, curiosos y dispuestos a equivocarse. Eso empieza por dar el ejemplo. No se trata de tenerlos como audiencia cautiva para imponerles nuestras creencias, sino de enseñarles hechos y luego enseñarles cómo debatir y formarse opiniones. Así que, por ahora, nos concentramos en hacer bien nuestro trabajo: enseñar e investigar, por todas las razones profundas que lo justifican. También es estar preparados para defenderlo, si llega el momento.


¿Cómo cree que evolucionará este conflicto entre las universidades y el Gobierno federal en los próximos años?


Lo más difícil es la incertidumbre, que funciona casi como un impuesto. Es muy complicado hacer planes a futuro cuando hay tanta inestabilidad. Mucho de lo que ha pasado en estos primeros meses son órdenes que luego se retiran, que los tribunales suspenden o medidas que se revierten poco después. Eso es agotador.

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Estamos tratando de encontrar, especialmente en nuestros principios jesuitas y católicos, la paciencia y la fortaleza para atravesar este momento sin caer en el cinismo. Creo que, para nosotros, hay un recordatorio constante: los estudiantes nos están observando. Ellos quieren saber si realmente pueden marcar una diferencia en el mundo y nuestro trabajo es darles esperanza, que es distinta del optimismo. El optimismo es creer que todo va a salir bien y la verdad es que ninguno de nosotros está del todo seguro de eso. La esperanza, en cambio, es lo que uno hace para mejorar el mundo. Es lo que tenemos que enseñarles a nuestros estudiantes.

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Por Hugo Santiago Caro

Periodista de la sección Mundo de El Espectador. Actualmente cubre temas internacionales, con especial atención a derechos humanos, migración y política exterior.@HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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