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Muchas fueron las conclusiones que la IV Cumbre CELAC-UE dejó esta semana. Migración, democracia, derechos humanos y cooperación marcaron el encuentro, considerado una oportunidad de alto nivel para que ambos continentes aúnen esfuerzos frente a problemas comunes. Sin embargo, uno de los grandes pendientes volvió a quedar fuera de las mesas principales: los derechos de la niñez.
Mientras se discutía sobre energía, seguridad, derechos y comercio, organizaciones como Save the Children insistieron en que no se puede hablar de desarrollo ni soluciones reales sin un enfoque en la infancia, pues millones de niños sufren los efectos colaterales sin ser tenidos en cuenta al diseñar soluciones.
Y es que al encuentro, aunque reunió a representantes de Estado de varias orillas políticas y logró consensos que políticamente parecían imposibles, le quedó pendiente alcanzar unanimidad frente a una población que sufre transversalmente los efectos de los problemas que se discutieron allí: la niñez.
El encuentro terminó con una declaración en la que se reafirmaron los compromisos, pero la niñez solo aparece explícitamente mencionada en uno de los más de 50 puntos convenidos.
Medio ambiente: deuda con la infancia
La declaración final de la Cumbre, firmada por 58 países, reafirma el compromiso birregional con la acción climática, la transición energética y la protección ambiental, pero en ningún punto se menciona de forma explícita a la niñez, pese a que la crisis ecológica afecta de manera directa su presente y futuro.
En América Latina, según sondeos de Unicef, uno de cada tres niños vive en zonas de alta vulnerabilidad ambiental. Deforestación, contaminación del agua y desastres climáticos reducen sus oportunidades de educación, salud y un derecho fundamental como es crecer en un ambiente digno. “La infancia debe estar en el centro de la agenda climática”, reiteró la organización en un pronunciamiento previo a la Cumbre.
Algunas iniciativas presentadas, como la Plataforma País, podrían marcar una diferencia si integran un componente de infancia. Este programa busca impulsar 14 proyectos de reforestación, cuidado del agua y apuestas climáticas con enfoque territorial. Si se ejecuta con participación comunitaria, incluyendo niños, podría ser un modelo verde y social.
Sin embargo, expertos advierten que los compromisos ambientales siguen sin traducirse en presupuestos enfocados en niños. “Hablar de sostenibilidad sin pensar en las generaciones futuras es, en el fondo, una contradicción”, aseguró Save the Children durante la Cumbre.
Acceso a derechos: otra cara del desarrollo
Más allá del clima, la agenda de derechos humanos y democracia también marcó el tono del encuentro. Los líderes reafirmaron su compromiso con las libertades fundamentales y la inclusión, pero las organizaciones civiles subrayan que los niños en Latinoamérica aún viven realidades de derecho fracturados y pocas veces garantizados por los gobiernos.
La migración irregular entre América Latina y Europa ha crecido en los últimos años, y miles de menores cruzan fronteras sin acompañamiento ni acceso a protección. Plan International y Unicef recordaron que los acuerdos birregionales deben incluir mecanismos de atención diferenciada para la niñez en movilidad, con rutas seguras y acceso a educación.
Otro punto clave discutido fue el de la brecha digital. La Cumbre destacó la transformación tecnológica como motor de desarrollo, pero en América Latina más de 32 millones de niños no tienen acceso regular a internet, lo que limita su derecho a aprender y participar. Incorporar la conectividad como derecho básico en los programas de cooperación podría reducir desigualdades y abrir oportunidades reales para la infancia.
Un cierre pendiente
La Cumbre dejó una hoja de ruta ambiciosa: cooperación birregional, transición ecológica, digitalización y derechos humanos, pero también evidenció un vacío: la infancia no fue un tema transversal.
La agenda quedará incompleta si los compromisos climáticos no piensan en el agua que beben los niños, si la digitalización no considera la brecha entre lo urbano y lo rural, y si la cooperación no mide su impacto en la infancia.
El reto para los países firmantes es traducir los acuerdos de Santa Marta en políticas que lleguen a los territorios y, sobre todo, a los niños, porque mientras los adultos negocian el futuro, ellos ya lo están viviendo.
