Alemania enfrenta una enorme contradicción antes de las elecciones de este domingo: mientras el país urge de miles de migrantes para poder mantener la fuerza laboral y a la nación funcionando, los principales partidos políticos han centrado sus campañas en promesas de controles fronterizos más estrictos y deportaciones.
Según el estudio “Inmigración y mercado laboral: un análisis para Alemania y los estados federados”, el número de trabajadores caerá un 10 % para 2040 sin la inmigración. Un cálculo proyecta que, para satisfacer las necesidades del futuro mercado laboral y evitar que este colapse, se necesitan alrededor de 288.000 trabajadores internacionales anualmente en 2040.
“Por supuesto, la prioridad debe ser desarrollar el potencial de mano de obra local, tanto entre los residentes locales como entre los que ya han emigrado, y aumentar la participación en el mercado laboral. Pero esto por sí solo no será suficiente para satisfacer la demanda laboral futura hasta 2040”, afirmaron los autores del estudio.
Pero lo que se ha visto en la campaña electoral es todo lo contrario a una respuesta a estas necesidades. El partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ha prometido restringir el acceso a beneficios sociales, reforzar controles fronterizos y la expulsión masiva de migrantes. De hecho, AfD sorprendió en esta campaña al distribuir “pasajes de expulsión” para indocumentados, lo que condujo a investigaciones por posible incitación al odio.
Esto era de esperarse, considerando las posturas que ha tomado el partido frente a la migración desde 2013. El problema es que el resto de formaciones políticas, perdiendo el discurso frente a AfD en esta materia, han empezado a sumarse a esta tendencia. La Unión Demócrata Cristiana (CDU), cuyo líder es Friedrich Merz (un gran opcionado para el cargo de canciller alemán), prometió una “congelación inmediata de la inmigración” y el rechazo de migrantes indocumentados que lleguen a las fronteras del país, incluyendo aquellos que buscan asilo.
La Unión Social Cristiana (CSU) y los Verdes, aunque más moderados, han tenido que moldear sus posiciones asegurando que “no todos los que vienen a Alemania podrán quedarse”, en medio de las preocupaciones de seguridad debido a recientes ataques mortales perpetrados por migrantes, que terminaron por catapultar este como uno de los temas pilares de la campaña. Ambas agrupaciones han resaltado que “son más favorables a los programas de retorno voluntario que a las deportaciones”.
“(Quienes no tienen) derecho de residencia tras un examen individual de las condiciones necesarias para el asilo y la residencia, y tras agotar todos los recursos legales (...), deben abandonar el país rápidamente”, apuntaron los Verdes.
Así, incluso la izquierda se encuentra adoptando un discurso antimigratorio. El año pasado, la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), de izquierda, logró posicionarse como una gran fuerza populista emergente en las elecciones regionales de Sajonia y Turingia. Su líder, Sahra Wagenknecht, destacó por su postura antiinmigración que coincide con la agenda de AfD, en el espectro ideológico opuesto.
“En el papel, el BSW pertenece a la izquierda, incluso a la extrema izquierda, pero defiende una combinación inusual de políticas económicas de tendencia izquierdista y retórica antiinmigratoria”, señala Nils Adler, reportera de “Al Jazeera”.
Pero, ¿cómo es que izquierda y derecha están coincidiendo en tomar una postura antiinmigrantes? Bueno, el odio hacia los migrantes llega en un contexto difícil, con una economía en recesión y en su fase más crítica desde la posguerra y una sensación creciente de inseguridad. Vamos con lo primero.
Para responder a por qué los discursos antimigrantes están siendo tan exitosos en ambos espectros políticos, hay que recuperar un término surgido en los 90: el “Sozialtourismus” o “turismo de bienestar”, una traducción aproximada al español. Este fue acuñado a finales de la década de 1990, cuando la Unión Europea empezó a discutir su ampliación.
Diez países (conocidos como los A10), cuya gran mayoría pertenecía al Bloque del Este Soviético, ingresaron el 1° de mayo de 2004 a la mancomunidad, y mientras se discutía su ingreso, algunas figuras políticas manifestaron su inconformismo con la idea de que estos nuevos integrantes gozaran de los sistemas de bienestar.
Uno de los mayores críticos de esta posición fue Reino Unido, donde surgió un “temor racial” gracias a medios como el “Sunday Times”, que pronosticaron la llegada de unos “100.000” gitanos desde Polonia, Hungría y Eslovaquia, quienes buscaban “viajar” a suelo británico para obtener las prestaciones sociales de este país. Ante esto, el primer ministro, Tony Blair, dijo que tomaría medidas contra el “turismo de beneficencia”.
En 2004, un artículo de “The Guardian” recordó que “nadie de los nuevos Estados miembros puede venir a Reino Unido para solicitar prestaciones sociales”. La gente proveniente de estas naciones solo podría ir a trabajar, y Reino Unido necesitaba más trabajadores para cubrir más vacantes en áreas como agricultura o construcción en ese momento. “Las prestaciones sociales están restringidas a los inmigrantes que se han integrado en el sistema económico, pero que luego quedan temporalmente desempleados”, señaló el diario.
Las aclaraciones no importaron. El mito del “turismo por beneficencia”, es decir, de personas que viajaban a otro país para asentarse y empezar a recibir beneficios sociales, había despegado. Una década después volvió a ocurrir, esta vez con un mayor énfasis en Alemania, donde fue reintroducido por el entonces secretario de Estado, Günter Krings, y explotado por la Deutsche Presse-Agentur GmbH (Agencia Alemana de Prensa) en medio de la llegada de unos 262.000 rumanos y unos 144.000 búlgaros este año. Se convertió en el eslogan electoral de la CSU, que apuntó a los inmigrantes como defraudadores de la asistencia social. De hecho, “Sozialtourismus” fue elegida como la “Palabra sin sentido del año”, un reconocimiento que entregaba la Sociedad de la Lengua Alemana dirigido a las formulaciones que, desde la comunicación, “violan la idoneidad fáctica o la humanidad”.
Este reconocimiento nos lleva a la gran pregunta, cuya respuesta ya hemos anticipado brevemente con el caso inglés (y a lo largo de todo este proyecto sobre migración): ¿los migrantes están robando a la economía nacional?
Por supuesto que no. Hemos insistido en los grandes aportes de la migración a las economías de los países, un argumento que la derecha (y ahora también la izquierda) ignora. Pero esto es un poco más nuevo: sugieren que se están aprovechando de las economías nacionales para sus propios beneficios. En Alemania, ha sido Merz quien ha recuperado con mayor énfasis el término “turismo de bienestar” al acusar a los refugiados ucranianos de migrar a Alemania para aprovecharse de su política social. Aunque Merz pidió disculpas más adelante, la idea ha quedado establecida entre partidos de derecha, como AfD, y de izquierda, como BSW, que insisten en que es así y por ello los migrantes son “un problema”. ¿Qué dicen los estudios?
Análisis del Instituto de Berlín para la Investigación Empírica sobre Integración y Migración (BIM), la Universidad de Chicago, la Universidad Libre de Berlín y el Instituto para el Estudio del Trabajo (IZA) no encuentran una relación entre la idea de la migración a gran escala y la búsqueda de asistencia social en un país.
De hecho, los inmigrantes aportan más al Estado de lo que reciben en ayudas. Un estudio realizado en Murcia, España, concluyó que los inmigrantes aportan un 70 % más a la economía de lo que reciben en prestaciones, superando en un 30 % a los ciudadanos locales.
Al igual que mencionó “The Guardian” en el caso de Reino Unido en 2004, un estudio de la American Economic Association sobre el caso de la Unión Europea explica que “la mayoría de los refugiados recién llegados tienen oportunidades laborales muy limitadas y, por lo tanto, no tienen alternativas a las prestaciones sociales”. Las políticas sociales suelen estar atadas a que los migrantes consigan un trabajo. Si quedan desempleados, pueden acceder a estos beneficios, antes no. Esto rompe con el argumento de quienes consideran que los migrantes y refugiados solo viajan a otro país para obtener sus beneficios sociales.
Por otro lado, hay que destacar que una de las fuerzas impulsoras de la migración son los conflictos, como en el caso de Ucrania, por lo que podría considerarse agresivo señalar que estos refugiados están viajando por la “atracción” a los beneficios sociales, como apuntó Merz.
Ahora, la solución que plantean los principales partidos es buscar recortar las prestaciones sociales para las personas migrantes. Dominican Afscharian, investigador de políticas públicas comparadas en la Universidad de Tübingen, y Martín Seeleib-Kaiser, profesor de políticas públicas comparadas de la misma institución, escribieron que recortar estos beneficios para los migrantes solo empeoará las condiciones de estas personas que “no pueden permitirse una vivienda y una atención sanitaria adecuadas y tienen que aceptar condiciones de trabajo abusivas”. En ese sentido, solo conducirá a que estos elijan un destino diferente. Y, como señalamos en un inicio, Alemania los necesita.
Ambos expertos coinciden en que la campaña alemana fue lamentable porque, en lugar de contrarrestar las ideas radicales de AfD frente a los migrantes, los partidos de centro se enfocaron en cómo cooperar con esta formación de ultraderecha para conformar un gobierno tras las elecciones. Esto es muy peligroso, pues como apunta una investigación de la Universidad de Cambridge, cuando los partidos tradicionales copian las ideas de la extrema derecha en lugar de debilitarlas, solo las están normalizando. Formaciones como AfD siempre podrán ser más extremos que antes porque su concepción es esa precisamente: ser un extremo.
“Esto quedó en evidencia en el primer debate televisado entre Scholz y Merz, donde la competencia sobre quién sería más duro con los inmigrantes ocupó una parte importante del tiempo de emisión. Pocas veces en las elecciones alemanas se ha visto una lista de candidatos principales tan unida en la caracterización de los inmigrantes como una amenaza”, apuntan Seeleib-Kaiser y Afscharian.
Los expertos coinciden en que todavía puede levantarse el camino, pero a falta de tres días para las elecciones, la situación solo parece radicalizarse más. El medio “Politico” reportó esta semana casos de acoso contra migrantes, incluidos niños, tras los ataques contra un mercado navideño en Magdeburgo y el apuñalamiento masivo a manos de un sirio en agosto, entre otros. “Fue gente como tú”, le dijeron a un sirio de 13 años en un ascensor.
“Mucha gente está considerando irse… y eso es exactamente lo que los extremistas de derechas esperan lograr aquí”, dijo Aras Badr, un asesor antidiscriminación que trabaja para una red de organizaciones de inmigrantes en Sajonia-Anhalt.
Los datos refutan la idea de que la migración aumenta la delincuencia. De hecho, estudios sugieren que las ciudades con altos niveles de inmigración experimentan una reducción de las tasas de delincuencia. Sin embargo, es un discurso explotado por líderes populistas y que “aunque estadísticamente se trata de unos pocos casos, su eco es tal que ya no pueden ser tratados políticamente como sucesos trágicos y aislados”, como escriben Anne Jacquemet-Gauché y Nils Schaks, profesores de derecho público en “Le Monde”.
Este resentimiento hacia los migrantes por los problemas de seguridad está siendo alimentado por la extrema derecha en las redes sociales. “Sabemos cómo funciona el algoritmo”, apunta Dante Riedel, un joven activista de 26 años que trabaja en la campaña de AfD. Y con Elon Musk, dueño de X, asociándose a la AfD, resulta aún más desafiante para los discursos a favor de la migración tener una oportunidad en el campo de batalla digital.
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