América Latina siempre ha querido cocinar su propia receta de integración,, y lo ha intentado con los mejores ingredientes en la mesa —petróleo, biodiversidad, talento y hasta litio—. Sin embargo, el resultado casi siempre ha sido el mismo: un sancocho político que nadie termina de servir.
Como advierte el analista venezolano Marcos Planchart, licenciado en economía política por la London School of Economics, los intentos de integración regional se han estrellado una y otra vez contra los mismos muros: instituciones débiles, escasa delegación de autoridad y el uso ideológico de los mecanismos de cooperación.
“La historia de América Latina es una historia de olas de integración seguidas por estancamiento y retroceso”, escribió en Caracas Chronicles.
Nuestra fragilidad y eternas grietas explican por qué la región llega a Santa Marta, donde se celebrará la Cumbre Celac-UE, sin una voz común, atrapada entre proyectos en competencia y discursos enfrentados —una disputa renovada ahora entre izquierda antiimperialista y la derecha trumpista—. Lo que debería ser una política de largo plazo, se ha convertido en un péndulo entre entusiasmos y rupturas.
Hoy, figuras como Javier Milei y Gustavo Petro encarnan polos opuestos de una región que oscila entre el antiimperialismo militante y la adhesión al trumpismo. En lugar de articular una agenda compartida, los gobiernos usan los foros regionales como tribunas internas.
“El problema no es del multilateralismo en sí (como la Celac), sino de las posiciones que llevan los Estados. Los desacuerdos siempre van a existir, pero superarlos requiere convicción política. El bloqueo viene de los gobiernos, no de los foros”, señaló Rafael Piñeros, docente de la Universidad Externado de Colombia.
La polarización paraliza la posibilidad de consensos en temas urgentes: migración, transición energética, seguridad y defensa común. Mientras Europa y Asia avanzan mediante pactos pragmáticos, América Latina sigue atrapada en disputas doctrinarias que la condenan a la irrelevancia. El resultado es una región que siempre habla mucho de integración, pero que actúa fragmentada, incapaz de negociar en bloque con potencias mayores.
No es que Europa no tenga grietas internas —desde la guerra en Ucrania hasta el auge de los populismos—, pero, como dice Piñeros, “al menos tienen la noción de seguir manteniéndose unidos, aunque no logren plena convergencia”. Esa persistencia institucional contrasta con la volatilidad latinoamericana, donde cada cambio de gobierno reconfigura la agenda regional.
Pese a estos desafíos internos, los líderes de América Latina volverán a sentarse con los de Europa a la mesa para intentar una vez más cocinar una alianza que lleva una década recalentándose, en un momento de suma importancia para ambos en el tablero geopolítico global. ¿Por qué, pese a los retos evidentes en materia de cooperación regional, esta cita es tan importante y única?
Un plato sacado del congelador
En 2013, cuando se celebró la última Cumbre Celac–Unión Europea en América Latina, el mundo era diferente al de hoy: todo era mucho más predecible. Reino Unido seguía en la Unión Europea, Barack Obama ocupaba la Casa Blanca y China apenas comenzaba a consolidar su influencia en otras regiones.
Brasil crecía al ritmo de una potencia emergente, dirigiendo el timón de la región, y Europa, aún convaleciente de la crisis financiera, buscaba aliados estables en el sur global, lo que hizo que nos miráramos con Bruselas con mucho optimismo. Por el momento en el que estaban todos los países, se hablaba de “asociación entre iguales”, de cooperación en energía, educación y desarrollo sostenible.
Dos años después, en 2015, la cumbre volvió a Bruselas, y el impulso empezó a desvanecerse. Europa entró en turbulencia política y económica, América Latina giró ideológicamente, y el diálogo se fue enfriando. Durante ocho años no hubo encuentros de alto nivel ni proyectos birregionales significativos. Solo en 2023, otra vez en Bruselas, ambas regiones intentaron reactivar la relación con promesas de inversión verde y digital por 45.000 millones de euros bajo el plan europeo Global Gateway. Sin embargo, el entusiasmo duró poco.
La declaración final de aquel encuentro evitó condenar a Rusia por la guerra en Ucrania —una muestra de las tensiones internas— y las negociaciones del acuerdo comercial con Mercosur siguieron trabadas. Fue un relanzamiento más simbólico que estructural: Europa necesitaba socios, América Latina buscaba autonomía, y ambos parecieron hablar idiomas distintos.
Ahora, esta nueva Cumbre Celac–Unión Europea llega en un momento decisivo, marcado por un mundo en proceso de reajuste con guerras abiertas, tensiones comerciales y una carrera global por los recursos que definirán la transición energética.
En ese contexto, ambas regiones, América Latina y Europa, vuelven a mirarse, no tanto por afinidad ideológica, sino por necesidad estratégica. Y con urgencia.
Desde su independencia, América Latina ha oscilado entre tutelas extranjeras. Hoy el mapa de dependencias se reparte entre Washington, Bruselas y Pekín. Estados Unidos ofrece seguridad y mercados, China financiamiento e infraestructura, y Europa legitimidad institucional y ambiental. No obstante, ninguno de estos vínculos ha permitido a la región desarrollar autonomía real.
La competencia entre potencias convierte a América Latina en un terreno de disputa, más que en un actor soberano. Los gobiernos alternan alianzas según el ciclo político, sin una estrategia común de largo plazo. La consecuencia es un desarrollo condicionado, donde el acceso a inversión o tecnología depende de adaptarse a intereses ajenos.
Esta dependencia no solo es económica, sino que también es narrativa. América Latina sigue pensándose a través de los ojos de otros, incapaz de construir una visión regional del progreso que no parta de la necesidad de ser reconocida por Washington o más recientemente por Beijing. De ahí a que sea importante tejer “terceras vías”.
“Si América Latina concentra sus relaciones solo en Estados Unidos y China, pierde el horizonte. Atraer a Europa es clave para diversificar dependencias y construir una tercera vía”, señala Piñeros.
Los gobiernos latinoamericanos buscan inversión, acceso a tecnología y un mayor margen de autonomía en un mundo multipolar, donde ya no basta con alinearse a una sola potencia. Algunos ven en la UE un socio más predecible y menos intrusivo que China o Estados Unidos, pero otros desconfían de las viejas asimetrías que durante décadas marcaron la relación. Sin embargo, todos en la región comparten una visión: Latinoamérica ya no busca tutores, sino socios con los que pueda construir una agenda propia.
Europa, por otro lado, llega a la cita con un doble desafío: reducir su dependencia energética y fortalecer su posición frente a Estados Unidos y China. Tras la invasión rusa a Ucrania, la prioridad del bloque europeo es asegurar nuevas fuentes de minerales críticos, litio y energías limpias para mantener viva su transición verde. Todo esto en medio de su propia crisis de liderazgo, avivada por el ascenso de la extrema derecha y populismos de izquierda, y presionada por los conflictos en curso.
Para la Unión Europea, la cita en Santa Marta representa mucho más que un foro diplomático: es una ventana para recuperar espacio estratégico en una región donde ha ganado volumen de intercambios, pero ha ido perdiendo influencia frente a actores como China.
En 2023, el comercio de bienes entre la UE y los países de la Celac alcanzó aproximadamente 285,5 mil millones de euros, y el comercio total en bienes y servicios combinado fue del orden de 395 mil millones de euros en 2022-2023, un aumento cercano al 45 % desde 2013. Al mismo tiempo, en el bloque Mercosur, la cuota de mercado de la UE cayó del 20,1 % en 2018 al 16,9 % en 2023.
Es decir, aunque los volúmenes crecen, la UE ha perdido cuota relativa en algunos mercados latinoamericanos, por lo que de entrada el foro es una ventana para recuperar espacio estratégico.
La urgencia europea se centra en las materias primas críticas que América Latina puede ofrecer: de los 34 minerales críticos que la UE identifica como esenciales para su transición verde, 25 se extraen en América Latina. Además, la región posee más del 60 % de las reservas mundiales de litio, y alrededor del 40 % de las reservas de cobre, elementos clave para baterías, energías renovables y vehículos eléctricos.
En lo diplomático, Bruselas busca reactivar su presencia con una ofensiva política que combine inversión y discurso de valores. En el último año la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, visitó Brasil, Chile, Argentina y México para anunciar acuerdos sobre hidrógeno verde, minerales y digitalización dentro del plan Global Gateway.
La gran pregunta que enmarcará el evento es, entonces, si las necesidades urgentes de ambas regiones por volver a tener peso —o tenerlo por primera vez— en el tablero pueden superar las barreras que se interponen. Lo que se observe en Santa Marta dirá si esa alianza aún tiene futuro o si quedará, una vez más, como un registro más en los archivos de la diplomacia. Ahora, ¿qué debe esperar el público?
Aunque las cumbres suelen dejar más comunicados que políticas, como explica el internacionalista Piñeros, “estos espacios sirven para ambientar debates y acercar posiciones”, incluso si sus decisiones no son vinculantes, como es el caso de un foro como el de la Celac. En la práctica, funcionan como antesala de acuerdos que luego se concretan en escenarios más pequeños y técnicos.
“Es difícil que un foro de concertación como la Celac se traduzca directamente en decisiones concretas. Pero eso no significa que no sirva: permite ambientar debates, acercar posiciones y construir un marco general de acción que luego se materializa en foros más específicos”, dice Piñeros, quien destaca que el acercamiento de por sí es un logro.
“Si seguimos concentrando nuestras relaciones en Estados Unidos y China, estamos perdiendo de vista el horizonte. Atraer a Europa es también disminuir la dependencia hacia esos dos actores, pero sobre todo implica abrirnos a otros: conversar más con África, con los países del sudeste asiático, fortalecer esa tercera o cuarta vía de cooperación. Lo ideal sería que este foro entre la Celac y la Unión Europea tuviera su espejo con la Unión Africana, para que no sea solo un encuentro simbólico, sino el inicio de una agenda estructural y duradera”, destaca.
La agenda birregional que se tratará en la cumbre de Santa Marta
Entre el 9 y 10 de noviembre se llevará a cabo la IV Cumbre Celac-UE 2025. De acuerdo con la Cancillería, entre los principales objetivos están la consolidación del multilateralismo, la cooperación efectiva y la creación de una hoja de ruta birregional a dos años, con proyectos en temas como energía renovable, digitalización inclusiva, protección de ecosistemas, innovación en salud, agroecología, biotecnología y movilidad humana.
Miguel Clavijo, coordinador de Mecanismos de Integración de la Cancillería, señaló que este encuentro con la Unión Europea “es un punto de partida, un mandato que los jefes de Estado darán a sus diferentes carteras en un gran número de sectores, para que desarrollen actividades puntuales, nutridas y con contenido que produzcan resultados tangibles en los próximos dos años”. La cumbre tiene entre sus ejes principales la triple transición: energética, digital y ambiental.