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María Monsalve supo a los 12 años que tenía trastorno del espectro autista nivel 1 o síndrome de Asperger, como prefiere identificarse. “Fue algo irónico”, explica mientras se limpia el sudor por el entrenamiento. Son las 7:00 p.m. y en el Club Bellavista Colsubsidio se lleva a cabo la clase de taekwondo. De las muchas cosas que es María, a sus 22 años, como su doble titulación en Biología y Microbiología, su maestría e investigación del bagre bogotano (en proceso), su memoria prodigiosa y su gusto por el rock, destina seis horas a la semana para practicar un arte marcial que cambió su vida, dejándose llevar por “poemas en movimiento”.
Sonriente, se ata el cinturón amarillo con franja roja (está cerca al cinturón negro) y cada vez que lo anuda siente “como si volviera a empezar”, confiesa. Frente a ella se extiende el tatami (colchón) azul y rojo sobre el que, descalzos, vibran los pies de los jóvenes que practican patadas en secuencia. Ella prefiere la calma de las poomsae, figuras que parecen coreografías, pero que condensan siglos de técnica, equilibrio y memoria.
Energía y fuerza
En el gran salón de entrenamiento del Club Bellavista Colsubsidio, a pocos metros del peaje de Cota, resuena el grito “¡kia!”, que rompe el silencio de los pasillos blancos. Significa energía y fuerza, pero detrás de lo que parece un ritmo áspero y duro hay un proyecto de inclusión, que abrió espacio a deportistas neurodivergentes o con discapacidad. Desde 2020, Colsubsidio ha incorporado el deporte paralímpico en su modelo deportivo y desde 2022 impulsa el desarrollo de disciplinas adaptadas como el parataekwondo y la paranatación, ampliando el acceso al deporte a toda la comunidad.
María es uno de los rostros más visibles. “Aquí nadie me mira raro. Todos ven lo que puedo hacer, no lo que me limita”. Y es que vivir con síndrome de Asperger no ha sido fácil. Las personas con este tipo de autismo procesan diferente la sociabilidad, la comunicación y las emociones. “Desde el jardín me señalaban como la rara”, recuerda María y añade que en el colegio soportó años de burlas y aislamiento sin entender por qué era diferente. El único referente de autismo para ella era Sheldon, el personaje de la serie gringa The Big Bang Theory. “Al principio estaba en negación. No veía nada bueno en eso”, añade.
“Cuando estaba en sexto me diagnosticaron, pero mis papás no me lo dijeron de inmediato. Otra pista me la había dado una película que vimos en el colegio: Mi nombre es Khan. El protagonista era autista y me identifiqué con él. Pero decía: “Me parezco a esto, pero no puedo ser autista”.
Hoy no hay negación, sino afirmación. Con los años, ha demostrado no solo la chispa de genio que le permitió obtener sus títulos con honores en la Universidad de los Andes y la maestría que cursa en Ciencias Biológicas, sino lo polifacética que es en el deporte y las ciencias, que compara con el taekwondo. Para ella, la rigurosidad científica y el deporte son “parte del mismo impulso: entender y ordenar el mundo”.
Un poema en movimiento
Escuchándola, se podría pensar que tras años soportando bullying, el taekwondo se presentó en su vida como una descarga física y mental de la incomodidad que le producía no encajar. Pero no. Lo que a María le atrae de este deporte es la belleza con la que se dibujan figuras en el aire, en sincronía con el viento y el espacio, que “calma mi ruido interior”. “Las poomsae son como poemas en movimiento: cada una tiene un significado y una forma de empezar diferente. La siete, por ejemplo, comienza con un giro a la izquierda y una posición baja. Es complicada, pero me gusta, porque me reta. En cambio, la ocho empieza mostrando los dos puños y me recuerda cuando viajé a México a competir”.
El Club Bellavista Colsubsidio es más que un lugar de entrenamiento, cuenta María. Ha logrado competir y representar al país en parataekwondo. Allí también entrenan niños, jóvenes y adultos, incluidos los del equipo de parataekwondo de Bogotá, del que forma parte. “En el equipo hay personas con diferentes discapacidades. Tengo compañeros con síndrome de Down, con discapacidad auditiva o cognitiva. Todos compartimos la misma pasión y metas”.
Cuando fue con sus compañeros a competir a Medellín, dice, “fue increíble ver cómo cada uno, desde su condición, podía brillar”. Eso fue en julio, en la Feria de las Flores, y María quedó a decimales de la campeona nacional. “¡Me cambiaron la medalla de plata por una de oro!”, exclama aún sorprendida. Con la caída de la noche, el salón queda vacío. María recoge su uniforme blanco con la misma precisión con la que investiga en el laboratorio. En el Club Bellavista Colsubsidio encontró el lugar donde su disciplina se fortalece y el acompañamiento de sus profesores le ha permitido crecer como deportista. Entre el rigor de la ciencia y la pasión del taekwondo, encontró un punto de equilibrio.
“No me imagino mi vida sin este deporte. El taekwondo me enseña a seguir adelante, a creer que puedo mejorar cada día, igual que en la ciencia”, dice. En cada poomsae, en cada grito que irrumpe en el aire y el silencio, María parece reconciliarse con el mundo que alguna vez la hizo sentir diferente, pero que ahora destaca todas sus virtudes.
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