Hacer cine en Colombia no es fácil. Sacar adelante una película en pleno siglo XXI sigue siendo una misión compleja, que puede tardar demasiado. No son escasos los testimonios de productores o directores que están a la espera de un inversionista que los apoye, para terminar de editar o montar una historia que ya se rodó.
En el siglo XX era más complejo aún. La industria cinematográfica local era bastante incipiente y quienes dirigían estos proyectos eran básicamente hombres.
Por eso, cuando en 1971 Camila Loboguerrero llegó al país, procedente de Francia, dispuesta a hacer películas, se convirtió en una especie de bicho raro. Hasta ese momento, y por las siguientes dos décadas, no hubo ninguna otra mujer que se le midiera a la tarea de contar historias de ficción en la pantalla grande.
Camila, quien se había graduado de Bellas Artes en la Universidad de Los Andes, se marchó a Francia en 1967, sin saber que en ese país el cine la conquistaría. Como si se tratara de un amor por el que estaría ‘dispuesta a todo’, regresó a Colombia con un firme propósito por el resto de su vida: entregarle la vida al séptimo arte e inspirar a otras mujeres para que lo hicieran.
Camila recibió a Vea en su amplio apartamento del Bosque Izquierdo, en Bogotá, el mismo que habita desde hace más de 40 años y donde vivió con su esposo Rafael Maldonado, un prestigioso arquitecto, que la apoyó en la realización de sus sueños, la secundó económicamente y se desempeñó como director de arte y actor en algunas de sus cintas. Allí nacieron Lucas y Matías, sus hijos, quienes crecieron en un ambiente de artistas y encaminaron sus carreras hacia el arte.
En medio de libros, objetos traídos de sus distintos viajes, guiones, afiches promocionales de películas y elementos que evidencian que su vida ha estado dedicada a lo audiovisual, y resaltan los títulos como ‘Con su música a otra parte’, de 1984; ‘María Cano’, de 1990; ‘Migrantes’, de 1995; ‘Nochebuena’, del 2008, en cuanto a ficción, y decenas de documentales, hablamos con la denominada Primera Dama del Cine Colombiano, que tiene mucho que contar.
Camila Loboguerrero en rodaje de 'Nochebuena', película que escribieron sus hijos Matías y Lucas Maldonado y ella dirigió
De momento, quiere seguir relatando historias y busca una editorial que publique su biografía, la misma que comenzó a escribir en pandemia, cuando, como todos, reflexionó sobre la muerte.
Camila Loboguerrero se fue a pintar a Francia y regresó con una cámara de cine
Cuando se graduó de la Universidad de Los Andres viajó a Francia ¿cuáles eran sus sueños?
“Yo no tenía muy claro qué quería hacer cuando grande. En ese momento estaba de pintora, pero lo que que deseaba era ver el mundo, comerme el mundo, viajar, conocer otras culturas, otros modos de vivir, de pensar. En ese momento, París comenzaba a competir con Nueva York como la capital del mundo en el arte, la pintura, y yo estaba ávida de saber qué pasaba en la capital del mundo. Ya había hecho ya un viajecito a Nueva York y aquí era profesora de Historia del Arte, pero mi formación intelectual y cultural era más hacia Europa… Era como conocer, aprender. Era una época más de adquirir conocimientos, que de ejecutar un plan de ‘yo cuando grande quiero ser no sé qué, tal cosa y estos son los pasos’, no... Era esa cosa de juventud, de querer uno ver el mundo y a ver dónde se va a ubicar”.
¿En qué año llega a París y en qué momento empieza a atravesarse el cine en su vida?
“Pues viéndolo retrospectivamente, yo con el cine tenía ya una larga historia de amor, porque en la universidad, antes de irme a Francia, había inventado con un par de amigos, un inglés y un colombiano, lo que fue el primer cineclub que hubo en la Universidad de los Andes, que con el tiempo resultó muy exitoso y fue realmente maravilloso. Y entonces, en ese momento, me había devorado todas las enciclopedias sobre la historia del cine. Veía cine como una descosida. Aquí a Colombia llegaban las películas de Francia Films, y antes de irme vi toda la nueva ola francesa de los años 60, estaba muy empapada del cine. Cuando llegué a París, mi beca era para estudiar Historia del Arte, en el Instituto de Arte y Arqueología, primero odié ese sitio, me desencantó, me pareció aburridísimo, pero tenía que acabar mis estudios. Pero luego, yo era un ratón de cinemateca, un ratón de cines, veía películas a diario, vivía en el barrio latino, de manera que ese barrio era lleno de teatricos. Continué esa como educación por dentro del cine, de conocer el cine que se hacía. Y ahí descubrí el cine latinoamericano, que por supuesto, no llegaba o muy esporádicamente se veía aquí. Yo llegué a París en el 67 y ya había visto aquí lo que era el nuevo cine que se estaba haciendo en Francia y en Italia. Todo Fellini, evidentemente, Antonioni, etc. Pero fue en París donde descubrí el cine latinoamericano y básicamente, el brasileño, que me abrió los ojos. Dije ‘es el cine que tenemos que hacer en Latinoamérica’, pero todavía no decía ‘es el cine que yo tengo que hacer’, sino allá Latinoamérica tiene la responsabilidad de hacer ese cine, a lo cual se sumaba evidentemente, el cine cubano. Y más adelante, ya en el 68, fue cuando conocí al famoso peruano Jorge Reyes, que me invitó a ser de traductora en un corto que él iba a hacer. Y cuando yo vi que este peruano sin plata, sin hablar francés, sin nada, no era un rubio alto, grande, como eran los directores gringos que uno veía en las revistas, sino un saporrito como yo, chiquito y latino, y estaba haciendo cine, es cuando realmente dije ‘yo voy a hacer cine’. Eso fue fundamental″.
En esa época ¿ser mujer era un problema para hacer cine en Europa?
“No puedo generalizar Europa, pero en Francia ya en ese momento había directoras mujeres, aunque poquitas, pero había. Y las mujeres trabajaban en el cine igual que los hombres. Es decir, en esa película había muchísimas mujeres trabajando en producción, en edición, en muchos campos y no había esa cosa horrible de aquí, de las mujeres que no se metían. Es que cuando yo me fui, por ejemplo, las mujeres no hablaban de política, las estudiantes universitarias no hablaban de política ni en las reuniones sociales, la mujer no intervenía en la política. En cambio, me sorprendía como las estudiantes francesas eran beligerantes y discutían igual que los hombres. No había esa cosa tan partida como lo podía ver en ese momento en Colombia”.
Cuándo llegó a Colombia ¿hubo choque al venir de un país tan abierto en el cine?
“Bueno, aquí en Colombia había el antecedente de dos mujeres, que son Marta Rodríguez y Gabriela Samper, que habían estado en el campo del documental. Yo desde antes de irme ya había conocido un primer montaje de ´Chircales’, de Marta Rodríguez, cuyos pasos seguí porque tomé clases allá con el equipo de Jan Rus y Gabriela Samper, que había hecho unos documentales. Pero claro, ninguna se ha metido en la ficción, tampoco dirigieron actores ni hicieron ficción, sino documental. El primer problema que tuve cuando llegué es que como venía de estudiar afuera, no conocía a nadie del mundo del cine. A nadie es a nadie”.
¿Cómo fue ese regreso y qué fue lo primero que hizo?
“Volví en el 71, y de las primeras cosas que hice fue ir a un Festival de Cine en Cartagena y tratar de buscar quiénes eran mis colegas, quiénes eran los señores. Me fui con mi hijo Lucas, que tenía como seis meses, no me acuerdo cuánto tenía, puede que el año, pero en todo caso, yo creo que me miraban como un moco los futuros colegas, porque pues era una jovencita con un niño diciendo que quería ser directora. Yo creo que pocas bolas me paraban”.
¿Y cuáles fueron esas primeras experiencias en el cine?
“Hice un par de cortos en súper ocho con mi cámara, financiados por mí. Mi primer trabajo fue en el Sena y después en el Ministerio de Educación, en cosas de educación audiovisual. Y entonces, con la plata que yo ganaba, aparte del aporte a familia, etc. compraba mis rollitos y hacía como unas peliculitas personales, que son dos. Una se llama ‘José Joaquín Barrero’, pintor colombiano, y la otra, ‘Beatriz González’, sobre la obra de mi compañera de estudios de Bellas Artes. Pero esas eran unas como películas un poco amateur,. Profesionalmente, la primera que hice, que fue con un par de socios, se llama ‘Llano y contaminación’, que era un corto de denuncia porque estábamos en los 70 y había que hacerla”
¿Qué opinaba Rafael, su esposo, de su empeño de hacer cine, así no generara ganancias?
“No me gusta hablar de mis relaciones familiares, pero Rafael fue siempre cómplice de mis trabajos. Teníamos una repartida de que yo me encargaba de la parte de educación, pero había épocas en que no ganaba nada y él fue una solidaridad absoluta. Cuando hice un préstamo para una película, el pagaré lo firmamos los dos. Sí, yo tuve un compañero de vida espléndido y adorable, y ahí teníamos mucha independencia. En algunas películas él trabajó conmigo, en mi primer largo fue el director de arte, y algunas veces actuó en mis películas pero en papelitos chiquitos. Él era arquitecto, tenía su oficina y pues estaba ocupado”.
Camila Loboguerrero hizo cine con préstamos personales
Teniendo en cuenta que usted ya tenía un nombre y una reputación ¿fue más fácil filmar ‘María Cano’, su película más famosa y premiada?
“No, ninguna ha sido fluida. Cada película es un parto complicadísimo, pero claro, es la más famosa porque además ha encontrado una identificación muy grande de las mujeres con este líder adorable. Digamos que en la que arriesgué más en lo económico fue la primera, ´Con su música a otra parte´, porque fue un préstamo y duré pagándolo un tiempo, hasta que logré negociar la deuda gracias a María Emma Mejía, que fue la gerenta de Focine. El riesgo lo asumíamos Rafael y yo mediante unos pagarés por el valor de lo prestado. O sea, era una certeza. Yo estaba segura de lo que hacía. Digamos que me había preparado bien, había estudiado una carrera, ya llevaba muchos cortos, había ganado muchos premios. Lo que no sabía era cómo respondía financieramente, porque nunca hicimos un estudio de factibilidad ni todo lo que se hace ahora. En la generación mía no sabíamos cuál era el recaudo posible. Sin embargo, firmábamos esos pagarés, contraíamos la deuda y nos lanzábamos al agua”.
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Por más de 20 años fue la única mujer haciendo cine, hablando específicamente de ficción, ¿por qué cree que no había otras haciéndolo?
“Creo que a las mujeres nos daba miedo, hacían cortometrajes, pero durante casi 20 años yo fui la única que tenía largometraje de ficción. Iba a festivales internacionales y allá encontraba muchísimas directoras venezolanas, mexicanas, argentinas, peruanas... no había otras directoras. Había directoras de corto, o de documentales, pero de la ficción había un temor enorme. Muchas veces me he preguntado por qué esa timidez de las mujeres, que hasta ahora se ha destapado, pero que duró tanto. A veces uno le echa la culpa a las mamás, por ejemplo, son las primeras en educar a la mujer para que sea suave, que uno está para ayudar al marido, no hablar, no gritar, no imponerse, de bajar la cabeza, no perder feminidad. Entonces, una mujer dando órdenes puede perder feminidad. Eso puede ser una de las culpas. Otra es que sí, lo digo porque cuando fui profesora en la Universidad Nacional, pasaba que instintivamente las mujeres que estaban estudiando para dirección de cine, en el corto que tenían que hacer para graduarse, generalmente eran la asistente de dirección del novio, o la actriz para el novio, o la productora para el novio. Pero no ellas. Quizá para mí fue un buen ejemplo mi mamá, una mujer que trabajó siempre, y mi papá era ingeniero, pero las cargas de la casa se repartían. Yo entendí muy pronto que en una pareja era muy importante la independencia económica. Y eso no soy yo que me la invento, sino ahí está Virginia Woolf y todo lo que han escrito las mujeres antes de nosotros. Y Simone de Beauvoir, porque yo sí quería realizarme como persona pensante. Entonces, he reflexionado por eso y el por qué el 80 o 90 % de las mujeres directoras en Colombia son directoras de documental. Y es que los hechos se suceden afuera de ellas. Ellas van con la cámara y cuentan lo que otros hacen. Pero cuesta más trabajo que la mujer mire para adentro y cuente sus historias propias, porque le da susto un poco ese desnudarse, ponerse en evidencia. Entonces no contamos nuestras propias historias. Y es que resulta que cuando uno escribe un guion de ficción, uno se está empelotando, uno está contando su yo”.
Siendo una mujer que marcó la pauta ¿qué opina y cómo se siente frente al empoderamiento y el poder que han adquirido las mujeres?
“Hay un montón de feminismos, yo me considero absolutamente consciente de la situación de la mujer, soy de algún matiz del feminismo, ya no sé de la cual, soy consciente de la injusticia a lo largo de los años con las mujeres, de la situación frágil de las mujeres, que han tenido una importancia en la política, en el arte, de manera que estoy con las mujeres, pero nunca he sido fanática ni de izquierda ni de ningún movimiento, odio los iluminados, los que saben la verdad, soy escéptica”.
Buscando dinero para una película, editora para un libro y apoyando colegas
Por agüero, la directora no revela exactamente cuál es el proyecto que la ocupa actualmente, pero nos anticipó que se trata de una cinta que está escribiendo y para la cual está buscando financiación.
“A partir de una película, la primera que hice cuando llegué a Colombia y que se había perdido y apareció 50 años después. Entonces es alrededor de ese documental chiquito sobre el oro del Chocó. Es un viaje que hice al Chocó y que estuvo perdido 50 años y ahora apareció y eso me lleva a una serie de reflexiones. Es entre documental y ficción”
Esta labor la combina con la Vicepresidencia de DASC, La Sociedad de gestión de Directores Audiovisuales Colombianos, donde se enfoca en el apoyo a sus colegas, que al llegar a la adultez enfrentan desafíos laborales y muchos de ellos a pesar de haber trabajado por décadas, no cuentan con una pensión o sustento. Así mismo, reveló que durante la pandemia escribió una especie de autobiografía, que no es otra cosa que un recorrido por la historia del cine nacional y espera que haya una editorial interesada en publicarla.
Lo que si no repetiría en su vida, laboralmente hablando, es trabajar en una entidad del gobierno. En el 2000, Loboguerrero encabezó la Dirección de Cinematografía y estuvo dos años allí. Siente que no tiene alma de política, “ya le cumplí a la patria”.
Sus dos hijos siguieron sus pasos: Lucas es productor de cine y está radicado en España, mientras que Matías, actor y escritor audiovisual, vive en Bogotá y tiene su propio recinto teatral. Para la directora, crecer en el ambiente artístico los dejó en el sendero inevitable del arte y ella asume esa responsabilidad. “Uno tiene la culpa, porque es que mis hijos, desde los dos años, estuvieron sentándose en la Panther, trepándose a mirar a través de la cámara. Finalmente, cogieron una cámara mía y desde los ocho años hacían películas con mi camarita Súper 8. O sea ¿de qué me quejo?”.
Camila Loboguerrero detiene el final: “No me quiero morir”
La decana del cine colombiano también se refirió a la muerte. Fue determinante: no le gusta: “Es que nadie se quiere morir… En pandemia todos nos dedicamos a pensar en la muerte y fue la época en que escribí el libro… El libro me ha servido para reflexionar sobre qué hice yo y como detener la muerte y decir, ‘espere todavía no venga por mí, que quiero hacer otra cosa’. No me gusta la muerte, no me quiero morir y quiero hacer unas películas que me faltan”.
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El texto está dedicado a su única nieta, que tiene 3 años. Cuando habla de ella se conmueve. “Cuando nació mi nieta si fue un punto en el que dije ‘ya me puedo morir’, fue tan, no sé… me conmuevo cuando pienso en la nieta que es fantástica”.
Camila siempre ocupada “Me siento contenta, concentrada haciendo fuerza y cuidándome mucho para poder hacer lo que me falta. Lo feo de llegar a viejo es ver morir los amigos”.
Y cuando final le indagamos si no resultaría más tranquilo y sencillo el retiro, fue contundente “Ni pu’ el diablo, si yo no me estreso estoy muerta; si no hago nada, estoy muerta o me busco enfermedades tal vez”.