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Brigitte Bardot y el sueño imposible

Pese a que desde 1973 Brigitte Bardot decidió dejar el cine y dedicarse a los animales, su nombre, sus iniciales, B.B., su imagen y sus películas, permanecieron siendo noticia.

Por Fernando Araújo
28 de diciembre de 2025
Brigitte Bardot, actriz y activista francesa.
Fotografía por: JEAN-PIERRE PREVEL

Poco tiempo después de que se casara con ella, Roger Vadim afirmó mitad en broma y mitad en serio que iba a trabajar y a seguir trabajando hasta convertir a Brigitte Bardot en el “sueño imposible de todos los hombres”.

Por aquel entonces, a principios de los años 50, ella ni siquiera había cumplido 20 años, y él rondaba los 26; ella era una desconocida en busca de fama y de vida que intentaba huir de su infancia y de las continuas amenazas hechas castigos de su padre, Louis Bardot, quien luego de una de sus escapadas nocturnas le prohibió que lo tuteara, con la respectiva aprobación de su madre, Anne-Marie Mucel, y él, Vadim, uno de los directores de cine más renombrados de Francia y sus alrededores.

Con Vadim a su lado, Brigitte Bardot fue más que el sueño imposible de los hombres: un mito, sobre todo, luego de que protagonizara en 1956 “Y Dios creó a la mujer”, la historia de una rubia sensual, desfachatada, rebelde, provocadora, caprichosa, Juliette Hardy, que había pasado su infancia en un orfanato y que enloqueció en los astilleros de Saint Tropez a tres hombres.

Vadim había forjado y motivado a B.B., como empezaron a llamarla en los diarios y revistas franceses, y luego, por el resto de Europa, en Estados Unidos y en América Latina, y Dios, en una época en la que había que esperar años para verla en otra película, y rogar para leer sobre ella o ver sus fotos en una revista, había creado al mito.

Brigitte Bardot se hizo leyenda a pies descalzos, a puro baile y sudor. Entonces dijo cosas como que admiraba a Isaac Newton, pues había descubierto que los cuerpos se atraían mutuamente, y confesó que había acordado ensayar sus escenas más candentes con Jean-Louis Trintignant en privado.

Vadim lo sabía, pero también estaba convencido de que luego de “Y Dios creó a la mujer”, Brigitte Bardot sería B.B. para el resto de la historia. Según el libro “Brigitte Bardot: la vida, las películas, la leyenda”, de Ginette Vincendeau, se enredó con más de cien amantes, y en 1973, cuando tenía ante sí decenas de contratos para otros tantos trabajos en el cine y la televisión, dijo: “Empecé siendo una pésima actriz y eso es lo que he seguido siendo, una pésima actriz”.

B.B. estaba por encima del bien y del mal de su tiempo. Como la había descrito Simone de Beauvoir en su ensayo “Brigitte Bardot y el síndrome de Lolita”, era una depredadora y una víctima, una mujer que desafiaba todos los órdenes establecidos y que no se detenía jamás si se decidía por algo, fuera lo que fuera. Cuando renunció al cine y comprendió que ella había manipulado al mundo del espectáculo, y que, a su vez, ese mundo y sus negocios la había utilizado a ella, se retiró a Saint Tropez y declaró que en adelante iba a ocuparse solamente de los animales. Unos años más tarde, en alguna de sus esporádicas declaraciones, afirmó que Sophía Loren llevaba sobre sus hombres todo un cementerio.

En un principio, pocos creyeron en su retiro, o en que hubiera abandonado los flashes, las cámaras, el dinero y los micrófonos por los animales. Cuando los sectores radicales izquierdistas de la política francesa se enteraron de su romance con Bernard D´Ormalle, asesor de Jean-Marie Le Pen, conocido por sus posturas nacionalistas, dudaron entre criticarla y guardar silencio. A fin de cuentas, Brigitte Bardot había sido fiel a sus convicciones, muy a pesar de las tentaciones, y su trabajo como espontánea portavoz no autorizada de la necesidad de cuidar el universo animal en años en los que pocos hablaban del tema, la hizo merecedora de su respeto. Aunque sabían de sus ideas políticas, prefirieron la prudencia.

En los 70, y a partir de allí por los años de los años hasta su muerte, conocida ayer, 28 de diciembre, B.B. pasó de ser un escándalo erótico a volverse una firme e intachable defensora de la libertad.

En 1986, ya los periódicos, la televisión, el cine y los miles de hombres para quienes se había convertido en un eterno sueño imposible, se habían convencido de que su lucha animal era en serio. No claudicaría por todo el oro del mundo, ni por el poder ni por los autógrafos. En 1986 creó su “Fundación Brigitte Bardot”, desde donde luchó por los derechos de los animales y defendió sus vidas. Si salía de su mundo y su mansión de “La Madrague”, en Saint Tropez, y hablaba para los medios, era para promover sus posturas.

“Me parece inútil y enfermizo orientar el espíritu de las multitudes hacia espectáculos de sangre y de crueldad. Ello no hace más que alimentar el gusto por la violencia que destruye nuestra sociedad”, dijo cuando se hizo oficial la prohibición de corridas de toros en Cataluña, año 2010.

Luego, casi a finales de 2020, afirmó en una entrevista para “Paris Match” que no habían sido los hombres ni ese amor por un hombre los que la habían hecho vivir, sino “la angustia que experimentan los animales, lo que me empuja y me da ganas de continuar esta lucha”, y dejó muy en claro que, si miraba hacia atrás, comprendía que todo lo que había hecho en sus tiempos de diva, leyenda y mito, la había arrojado a su activismo animal.

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Por Fernando Araújo

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