A sus 71 años, Gloria Gómez habla con la serenidad de quien ha aprendido a apreciar los silencios. Su voz, inconfundible para varias generaciones de televidentes que la recuerdan por su paso en producciones emblemáticas como La casa de las dos palmas, Pasión de Gavilanes o El último matrimonio feliz, hoy suena más pausada, más contemplativa. Lejos de los reflectores y del ritmo de grabaciones, la actriz ha encontrado en la tranquilidad de Guasca un refugio que, aunque no planeado, le ha permitido redescubrirse.
“Yo nací, crecí y viví toda mi vida en Bogotá hasta el año 2018, cuando decidí irme a una tierrita que teníamos entre Tocancipá y Sopó”, contó a este medio. Allí comenzó una nueva etapa que, aunque marcada por la distancia con la televisión, la ha llevado a asumir papeles distintos: el de agricultura, el de ama de casa y, sobre todo, el de una mujer que se permite vivir con calma.
Con su esposo emprendieron un proyecto que bautizaron con humor y cariño: “las gallinas felices”. “Yo no soy la vendedora de rosas, sino la vendedora de huevos”, dijo entre risas. La frase encierra más que una anécdota; habla de la reinvención: “Hicimos eso y también tuvimos un cultivo de orellanas. Ahora, aunque no podemos tener las gallinas en nuestro terreno, seguimos con la idea: una señora las cuida, mi esposo va por los huevos y yo los limpio y empaco. Es una forma de mantenernos activos”.
La vida sin prisa de Gloria Gómez
La bogotana no se queja de su presente. Lo describe con sinceridad, sin adornos ni dramatismos. Se despierta muy temprano, revisa las redes sociales —su “vicio”, confiesa con humor—, alimenta a su gata y comienza una rutina que mezcla la quietud del campo con las tareas del hogar. “Yo no tengo empleada de servicios generales, solo una señora que viene cada 15 o 20 días, así que me he dedicado a los oficios de la casa y hago todo”, cuenta.
Durante décadas, la actriz estuvo acostumbrada a jornadas extenuantes, a las llamadas a cualquier hora, a la vida nómada de los rodajes. Hoy, el tiempo se mide de otra manera: “Antes odiaba cocinar, pero ahora lo disfruto porque me hace sentir que tengo algo qué hacer. ¿Qué tal uno aplastado todo el día? ¡No, terrible! El desayuno y el almuerzo ocupan buena parte del día, y también me gusta pintar, aunque no soy pulida, por eso prefiero la pintura de tiza”.
Entre ollas, lienzos y plantas, Gloria Gómez ha descubierto un placer sencillo: el de tener un propósito diario. “Me volví ama de casa y me siento ocupada, tengo por qué levantarme. No hay un día en que no haya algo qué hacer”, dice con convicción. Y cuando el día se apaga, su otro gran pasatiempo toma protagonismo: la televisión. “Soy adicta a las series y a las películas. Veo todo lo que pueda”, admitió entre risas.
Lo bueno, lo difícil y lo que extraña de Bogotá
El campo le ha regalado aire puro, vecinos solidarios y una paz que valora cada día. “Aquí la gente es muy querida y generosa. Cuando voy al mercado los domingos, compro algo y ellos me regalan una lechuga o unas papas. Son relaciones más humanas, distintas a las de la ciudad, donde solemos ser más fríos”, reflexionó.
Sin embargo, no todo es idílico. Hay aspectos que se complican y retos que vienen con la distancia. El transporte, por ejemplo, es uno de los temas que más la inquieta: “Ir a Bogotá puede ser un martirio, sobre todo los domingos. Hay miles de ciclistas y se vuelve imposible. A veces uno se demora hasta tres horas para llegar. Y eso, a mi edad, es muy fuerte”.
También extraña el teatro, una de sus grandes pasiones. En alguna ocasión intentó sumarse a un montaje, pero la distancia hizo difícil sostener el ritmo. “Me dolió mucho tener que decir que no. Las reuniones virtuales eran fáciles, pero cuando había que ir a ensayar era una odisea. Dos horas y media para ir y tres para regresar. No podía seguir así”, añadió Gloria Gómez.
Pese a las dificultades, no se arrepiente de su elección. “Aquí disfruto la vida y la tranquilidad. Por mí, me quedo aquí, es una dicha total”, afirma. Aun así, es consciente de que el futuro podría traer nuevos cambios: “Tal vez cuando esté más viejita, aunque ya lo soy, tenga que regresar a Bogotá por temas de salud o de movilidad. Aquí hay un centro de salud que funciona bien, pero uno nunca sabe cuándo se pueda necesitar algo más especializado”.
La actuación, un oficio sin edad para Gloria Gómez
El amor por la actuación sigue intacto. En su voz se percibe el brillo de quien no ha perdido la ilusión. “Yo sí quiero trabajar y siempre le he pedido a Dios que me muera trabajando, porque considero que los actores no tenemos edad”, dijo con convicción, pero enseguida matizó con un dejo de tristeza: “Con las nuevas tendencias no hay tanto trabajo para gente de mi edad. Somos un grupo grande de adultos mayores que todavía tenemos las capacidades, pero no hay casi personajes”.
Gloria no habla desde el reproche, sino desde la experiencia. “En la industria latina no hay muchos papeles para los mayores. En España sí los hay, allá los abuelos son parte de las historias. Aquí, en cambio, pareciera que todo se centra en los jóvenes”, agregó.
La reconocida actriz ha hecho castings y sigue disponible, pero reconoce que el proceso no siempre le resulta fácil: “No sé si es que no tengo la capacidad de hacerlos bien o si me enredo con la tecnología, porque eso me supera. Me pone histérica. No sé manejar muchas cosas, y eso a veces me juega en contra”.
Aun así, no se rinde. Mantiene la esperanza de volver a un set, de escuchar la palabra “acción” y reencontrarse con ese oficio que define como “una manera de estar viva”.
Entre la gratitud y la esperanza
Lejos de la ciudad, Gloria Gómez ha aprendido a valorar la cotidianidad. Su vida, ahora más lenta, le ha permitido mirar con otros ojos el tiempo, el cuerpo y la memoria. “Antes todo era correr, correr, correr. Hoy me doy el lujo de ver cómo cambia el color de las montañas según la hora”, dice.
Esa calma también le ha dado espacio para la reflexión: “Yo agradezco lo que tengo, la salud, la compañía de mi esposo, la naturaleza. No todo el mundo puede decir lo mismo. Por eso trato de disfrutar lo que hay y no pensar tanto en lo que falta”.
A pesar de su retiro involuntario de la televisión, la actriz no pierde el humor ni la gratitud. Sabe que su nombre forma parte de la historia de la pantalla colombiana, y lo asume con humildad. “He tenido una vida muy bonita, he hecho lo que me gusta, he conocido gente maravillosa. Si llega algo más, bienvenido; si no, también estoy en paz”, concluyó.
En su casa de Guasca, entre los árboles y el canto de los pájaros, Gloria Gómez ha encontrado un modo distinto de interpretar la vida. Sin guion ni cámaras, pero con la misma entrega de siempre.

