Hace casi cinco años, Jorge Soto tomó una decisión que transformó su vida: dejar atrás una carrera actoral de más de tres décadas en Colombia para irse a Estados Unidos, no detrás del brillo de Hollywood, sino buscando escribir su propia historia. Su travesía incluyó oficios tan distintos como pintor, repartidor de paquetes y conductor, experiencias que, lejos de alejarlo de la actuación, terminaron dándole el sentido que sentía que le faltaba.
“Yo siempre he dicho que el actor que no vive, no tiene historia que contar. Y yo necesitaba eso: que pasara algo”, resume Soto, quien reconoce que su decisión nació de un momento de reflexión profunda: “Como que Dios me hizo caer en cuenta de que estaba perdiendo el tiempo en mi vida, que no estaba pasando nada”, recordó en una exclusiva entrevista con la revista Vea.
Jorge Soto y su camino fuera del escenario
La pandemia marcó el inicio de su aventura. Llegó a Los Ángeles sin buscar castings ni sueños de alfombras rojas. Su intención era clara: aprender, trabajar y, sobre todo, vivir algo diferente que alimentara su talento.
“Nunca fue ese el objetivo. Vine porque la vida me trajo, no para buscar oportunidades en Hollywood”, explicó el actor, recordado por su papel de ‘Chiqui’ en De pies a cabeza. También formó parte de los elencos de Pobre Pablo, Aquí no hay quien viva (versión colombiana), Escobar: el patrón del mal, Loquito por ti y otras producciones.
Con la misma determinación que mostró desde niño, Jorge Soto aceptó trabajos que poco tenían que ver con su carrera. Pintó casas durante un par de semanas, aunque allí tuvo su peor experiencia: “Me robaron, no me pagaron”. Después trabajó haciendo entregas, incluso para una reconocida compañía de envíos. “Claro que fue duro: no estaba acostumbrado a conducir por tantas horas, ni al sol tan fuerte, ni al idioma, ni al ritmo de una ciudad así; pero no fue una sorpresa para mí. Eso fue algo que yo elegí y sabía que iba a pasar cuando tomé esta decisión. Y claro que en algún momento pensé que no podía más, pero Dios me decía: aguante, todo va a valer la pena”, agregó.
Lejos de lamentarse, Soto lo asumió como parte del proceso: “No fui con la idea de ‘voy a buscar oportunidades en Hollywood’ y que si no llegaban, entonces me tocaba lavar baños. Yo me fui sabiendo que iba a pintar casas, a trabajar en restaurantes. Así que no fue como ‘ay, pobrecito, estoy haciendo esto’. No. Yo dije: ¿qué hay que hacer?”.
Más que dinero, una nueva historia
Durante casi cuatro años y medio trabajó jornadas cada vez más cortas, no porque ganara más, sino porque su meta nunca fue hacer dinero. “A mí lo último que me mueve es la plata. Lo que me importaba era mi familia, mi esposa. Conocerme con ella en otro mundo, en otro lenguaje”, explicó.
Su vida personal también enfrentó retos. Poco antes de dejar Colombia se casó, por lo que tuvo que pasar ocho meses separado físicamente de su esposa. “Hay un precio que pagar. No es que toque, pero yo decidí pagarlo. Y valió la pena”, añadió en su conversación con Vea.
Con el tiempo, Jorge Soto sintió que ya era momento de cerrar esa etapa en Estados Unidos y volver a acercarse a su esencia. “Decidí irme a Miami porque estaba un poquito más cerca de Colombia y porque quería volver a actuar”, contó. El regreso no fue improvisado: cambió de representante y se alió con un nuevo mánager que le dijo lo que más necesitaba oír: “Cuando le pregunté a Jose Rivera por qué quería trabajar conmigo, él me dijo: ‘Porque yo creo en ti. Y tú lo único que necesitas es creer’. Esas palabras me convencieron porque es, precisamente, el creer lo que mueve mi vida”.
El regreso de Jorge Soto a la televisión
Esa confianza mutua se materializó pronto. Tras varios castings, Soto fue elegido para participar en la novela sobre Darío Gómez, marcando así su regreso a la televisión colombiana. “Eso me confirmó que todo estaba obrando para lo que yo quería. Y para lo que Dios quería”, concluyó, dejando claro que, aunque estuvo lejos de los sets, nunca dejó de prepararse ni de soñar.
Hoy, la historia de Jorge Soto es más que la de un actor: es la de alguien que entendió que, para tener algo que contar, primero hay que atreverse a vivirlo.

