A Juan Pablo Raba, el público lo reconoció por sus roles: el galán de las telenovelas en “Mi gorda bella”, el abogado en producciones como “La ley y el orden”, el rostro duro en historias de narcotráfico, entre ellas “El cartel”. Durante casi tres décadas, su vida profesional fue una seguidilla de personajes ajenos, y su rostro, aunque familiar, parecía estar siempre protegido por la ficción.
Pero en los últimos años algo cambió. El actor bogotano, hoy de 48 años, se encontró de frente con una sensación difícil de nombrar, una incomodidad interna que no respondía a ninguna actuación. “Todo empezó con conversaciones profundas con mi esposa”, dice, con esa calma reflexiva que atraviesa también su voz en el pódcast que lo ha convertido en una figura inesperada del pensamiento emocional masculino: ‘Los hombres sí lloran’.
Esa incomodidad tenía un nombre más común de lo que muchos creen: la crisis de la mediana edad. Una etapa que en palabras de Raba, lo llevó a preguntarse si había espacio para hablar de lo que los hombres sienten pero no dicen. “Hablando con otros hombres empecé a detectar un denominador común. Cuando yo mostraba mi propia vulnerabilidad, ellos también empezaban a abrirse. Me contaban cosas duras: depresiones, suicidios cercanos, pérdidas. Y cuando les preguntaba con quién hablaban de eso, la respuesta era casi siempre la misma: con nadie”.
El actor, que siempre había protegido su vida personal del ojo público, se propuso entonces crear un espacio íntimo pero compartido. Lo hizo desde el lugar menos esperado: un micrófono. Así nació ‘Los hombres sí lloran’, un pódcast de conversaciones honestas, despojadas de pretensiones, donde la vulnerabilidad no es debilidad, sino puente.
Un salto al vacío sin libreto
El experimento arrancó con cuatro episodios grabados casi sin estructura. “No sabíamos bien qué estábamos haciendo. No soy periodista, así que me negué a preparar preguntas. Solo quería tener una conversación”, recuerda. Cuando vio los primeros capítulos, no le gustaron. Dudó, incluso pensó en abandonar la idea. Pero algo más fuerte lo impulsó a continuar: la necesidad de hablar en voz alta sobre lo que otros callan.
“Sabía que era importante porque lo había visto en esas charlas privadas, y porque cuando empecé a investigar cifras, encontré algo alarmante: ocho de cada diez suicidios en el mundo son masculinos. Si nosotros somos los fuertes, los que supuestamente podemos con todo, ¿por qué esos números?”.
Raba comprendió que, para invitar a otros a hablar sin miedo, tenía que ser el primero en desnudarse emocionalmente. “Si me puedo sentar ahí y mostrar que la vida perfecta también tiene carencias, dolores y angustias, tal vez alguien más deje de sentirse tan solo”.
El hombre del pódcast
A Raba no le molesta que ahora lo llamen “el man del pódcast”. Aunque su carrera actoral sigue vigente —y es, como él mismo dice, “la que todavía paga las cuentas”— reconoce que este nuevo rol lo ha transformado. No por fama ni prestigio, sino por algo mucho más íntimo: sanación.
“Sin ánimo de sonar egoísta, lo hice para mí. Lo empecé como una búsqueda personal. Ahora veo que tiene un propósito, que ayuda, que se volvió casi un servicio social. Pero realmente, lo necesitaba yo”, confiesa.
En cada episodio, Raba se permite sentir, escuchar y compartir. Lo hace sin grandilocuencias, sin buscar sentencias perfectas. Solo se sienta a conversar, con honestidad y empatía. “Es muy sanador. A través del ejercicio de escuchar al otro, de reconocerme en sus historias, no me siento tan solo”.
Terapia y resistencia emocional
Para Raba, la terapia es parte de la vida. “No porque haya algo malo, sino porque así como uno se hace un chequeo médico, debería hacer uno emocional”. Curiosamente, desde que inició el pódcast, solo ha ido a una sesión. “Fui porque quería dejar de hacer el pódcast, qué irónico. Me sentía abrumado con la responsabilidad. Pero entendí que esa presión también venía de lo importante que era esto”.
Aunque su rostro está en las pantallas desde finales de los noventa, el artista es cuidadoso con su vida privada. “Trabajo en algo que me expone, pero siempre me he sentido cómodo porque me expreso a través de los personajes. Yo no soy JJ, no soy Alberto Villamizar, ni el malo de las películas americanas. En redes soy muy reservado. Las uso para hablar de bicicletas, trabajo y el pódcast. Siempre he separado lo público de lo íntimo”.
El regreso a las tablas
En medio de este proceso personal, Juan Pablo decidió volver a un escenario que había dejado hace más de 25 años: el teatro. La experiencia lo reconectó con su oficio desde un lugar más artesanal, más humano. “Después de haber estado en grandes producciones, volver y hacerlo todo tú mismo es muy gratificante. Si logro conectar con el público sin explosiones ni efectos especiales, solo con mi presencia, eso es profundamente bonito”.
Cita a Antonio Banderas para explicar lo que siente: “En esta época donde la inteligencia artificial parece estar ganando en todos los ámbitos, y donde las reuniones son virtuales, cualquier representación en vivo se convierte en un acto de rebeldía”. Y Raba, rebelde emocional, lo entiende como un manifiesto propio.
Una conversación pendiente
‘Los hombres sí lloran’ no pretende tener respuestas. Tampoco busca dar lecciones. Es un espacio para hacer preguntas difíciles, para hablar desde el miedo, desde el dolor, desde la confusión. “No es fácil, pero es necesario”, dice. “Si este espacio ayuda a que un hombre más se permita llorar, hablar o pedir ayuda, ya valió la pena”.
Hoy, en plena madurez, el actor se siente más cerca de sí mismo. No desde el éxito, sino desde la autenticidad. Y si algo ha aprendido, es que compartir la carga no la elimina, pero la vuelve más llevadera. “A veces, solo necesitas escuchar a alguien decir lo que tú no te has atrevido a decir. Y en ese momento, la vida se vuelve un poco menos solitaria”.

