En Cartagena, donde el mar se ve por las ventanas del colegio y el sonido de las olas se mezcla con la música que sale de las casas, Karoll Márquez encontró su primera inspiración. Desde niño supo que su vida estaría marcada por el arte. Hoy, con una carrera sólida, mira hacia atrás y reconoce que la esencia de su arte nació en esos días en que la música llenaba cada rincón de su hogar.
“Recuerdo que la primera vez que me paré en un escenario tenía seis años. Estaba muy chiquito, pero no sentí vergüenza ni temor. Al contrario, era un lugar en el que podía expresarme”, dice con la misma naturalidad con la que habla de su infancia en una ciudad donde, según él, el arte era parte del aire que se respiraba. Sus padres fueron protagonistas silenciosos de esa historia: Mariela Mendoza, fanática de Rocío Dúrcal y Claudia de Colombia, y Eduardo Márquez, salsero empedernido y amante de las orquestas. El progenitor del artista, que falleció a comienzos de este año, le dejó a su hijo un legado que honra escuchando en casa la música que lo acompañó toda la vida.
La música como génesis
Antes de ser actor, Márquez se pensó como cantante. La música fue su primera pasión, la raíz de todo lo que vendría después. Su padre, consciente del talento del niño que cantaba en festivales y colegios, hizo enormes esfuerzos para ponerlo en clases y estimular sus caprichos artísticos, aunque sin la presión de convertirlo en profesional.
“Mi génesis fue la música”, afirma sin titubeos. Sus ídolos eran Madonna, Prince, Michael Jackson y, más adelante, Shakira. Admiraba su respeto por el escenario, su puesta en escena impecable y la conexión magnética con el público. Eso era lo que soñaba para sí mismo. Pero la vida, como suele ocurrir, lo fue llevando por caminos inesperados.
De Cartagena a Bogotá: el salto a la actuación
El viaje a Bogotá ocurrió de manera repentina, persuadido por un amigo productor musical que convenció a su padre de enviarlo a la capital para mostrar su talento. Así, sin apellidos influyentes ni contactos estratégicos, el joven cartagenero llegó a una ciudad donde pronto se enfrentó a la dureza de ser provinciano en un medio competitivo.
“No llevaba mucho tiempo cuando ya estaba grabando mi primer disco y comenzando a trabajar en televisión. Todo pasó muy rápido”, recuerda. Los estudios de grabación se cruzaron con su camino casi por accidente. Participó en series como ‘Padres e hijos’ y ‘Conjunto cerrado’, mientras con su música, intentaba abrirse espacio en un mercado exigente.
El choque cultural también fue inevitable. Bogotá lo obligó a ponerse capas, a contener su espontaneidad y su forma de vestir para encajar en una ciudad que todavía miraba con recelo a quienes eran diferentes. “Ya no bailaba tanto, prefería un pantalón negro en vez de uno rojo. La gente decía las cosas de frente y uno tenía que ajustarse”, explica. Esa etapa, aunque difícil, lo forjó como artista y lo preparó para los escenarios más grandes.
El papel que lo cambió todo
Después de tres discos pop y un tiempo radicado en México, llegó el momento que marcaría su carrera: interpretar a Monchi en ‘Oye Bonita’. El proyecto, inspirado en la música vallenata, lo conectó con el público de una manera profunda y definitiva.
“Ese papel fue un antes y un después. Me abrió puertas en otros países y consolidó mi nombre como actor”, asegura. Lo dice sin perder de vista que el éxito, con el tiempo, se mide distinto. Ya no se trata de cifras, sino de autenticidad: de parecerse cada vez más al niño que soñaba desde Cartagena. “Como dice Almodóvar, uno es más auténtico cuanto más se parece a quien soñó de sí mismo. Hoy siento que soy lo más parecido a ese niño”.
Entre la fama y las redes sociales
A lo largo de los años, Márquez ha aprendido a navegar la fama con madurez. Reconoce que no todo puede compartirse y que la vida privada debe mantenerse a salvo. “Cuando me preguntan sobre mi orientación sexual, por ejemplo, me parece banal. Podemos hablar de cosas más interesantes. Ni mis amigos ni mi familia me preguntan lo que hago de la puerta para adentro, entonces ¿por qué tendría que hacerlo público?”, dice con firmeza.
Las redes sociales, con su lado oscuro de ‘hate’, no lo intimidan. Prefiere desconectarse y priorizar las conversaciones reales. “Hay días en los que uno se engancha más con la pantalla, pero si estoy hablando con alguien, se me olvida que existe el celular”, confiesa.
V de Vinilo: la fuerza de lo colectivo
En medio de su trayectoria, Karoll encontró en la música un espacio de regreso a lo esencial. V de Vinilo es un proyecto que comparte con otros cuatro amigos y colegas, todos artistas consolidados, que decidieron unir fuerzas para cantar y hacer feliz al público durante un par de horas.
El concepto mezcla lo vintage y lo contemporáneo, y la “V” simboliza victoria, valor y valentía. “Se necesita valentía para emprender, y más en el entretenimiento”, asegura. Para él, la experiencia de compartir escenario con artistas auténticos y talentosos es un privilegio. Cada uno aporta su personalidad y estilo, y juntos forman una amalgama que ha cautivado al público.
Con más de dos décadas de carrera, Márquez se reconoce afortunado. Ha vivido de cerca el vértigo de la televisión, la exigencia de la música y la incertidumbre de emprender proyectos propios. Pero también ha sabido mantenerse fiel a su esencia. Hoy, cuando mira atrás, ve un camino tejido de esfuerzo, disciplina y sueños cumplidos. “Me siento feliz de poder desarrollar mis talentos con un propósito maravilloso: alegrarle la vida a la gente en un mundo tan hostil”, dice con una sonrisa que resume su filosofía de vida.

