Víctor Hugo Morant es uno de los grandes íconos de la actuación en Colombia. Su carrera, que comenzó en una época en la que la actuación no era precisamente una profesión muy valorada, abarca más de cinco décadas. Con el paso de los años, el también director ha sabido mantener su esencia y su amor por el arte. En televisión, dejó huella con su personaje de Andrés Patricio Pardo de Brigard ‘el doctor Pardito’ en Don Chinche y el de Juan Ramón Vargas ‘Puchis’, en la comedia familiar Dejémonos de vainas. A lo largo de su trayectoria, también ha brillado en producciones como Los Victorinos, El General Naranjo, Hasta que la plata no separe o Cuando vivas conmigo y en el cine con películas como Crónica del fin del mundo y Esto huele mal. Sin embargo, más allá de las luces y las cámaras, su verdadera pasión siempre ha sido el teatro. Recientemente, lo volvió a demostrar al dirigir la obra El suplente, una comedia que presentó en el teatro Bernardo Romero Lozano.
“El mundo vive un poco convulsionado, vivimos preocupados por muchas cosas, tragedias, guerras, la inseguridad y creo que hace falta que también nosotros nos divirtamos un poco en el sentido de no tensionarse tanto con las diferentes situaciones que vivimos. Uno hace un trabajo con la esperanza y la ilusión de que lo vean, que lo aprecien, lo critiquen, les guste o no le guste, pero sobre todo que lo vean", dijo.
Defensor del teatro
Aunque su trabajo en televisión le brindó reconocimiento a nivel nacional, es en las tablas donde encuentra su verdadero hogar artístico: “La esencia del teatro es la presencia viva. Soy uno de los defensores del teatro, pero no el virtual, porque eso es como una contradicción. Acepto y entiendo todo esto de la virtualidad, pero nunca será igual el encontrarse, el tocarse, el verse, como se dice, estar en vivo y en directo. Esa es la esencia del teatro. La televisión también es un medio muy favorecido, me gusta, pero como el cine u otros medios, está en otros soportes, es decir, uno graba y después se puede ir, se puede morir y la grabación queda y ahí se puede repetir muchas veces. El público del teatro es real también. Uno no actúa para una cámara, sino para un público que está ahí, que vive, que siente, que respira, que tiene calor, que se ríe, que aplaude, que grita, que chifla, lo que sea, pero está ahí; esa comunión viva es irremplazable".
A lo largo de su carrera, Morant no solo ha dado vida a decenas de personajes, sino que también ha forjado una filosofía de vida en torno a la actuación. El actor reflexiona sobre sus comienzos, los prejuicios que ha enfrentado y el profundo compromiso de dedicarse al arte.
“La actuación, como muchas otras profesiones, exige dedicación y sacrificios, pero son sacrificios que uno hace con gusto cuando le gusta, cuando ama la profesión. Llevo muchos años en esto, nunca me he arrepentido. Al principio fue difícil, porque la familia no estaba muy de acuerdo. Cuando empecé lo acusaban a uno de vago, de perezoso, que no quería estudiar, que no se quería graduar, que no quería ser útil. Todavía mucha gente piensa que el teatro es algo inútil, pero no, porque si no fuera por el arte no conoceríamos de otras civilizaciones y otras culturas. Para mí, la profesión es como la madre, la mejor es la de uno. Yo amo esta y la defiendo por sobre todas las cosas".
“Ya no hay esa misma exigencia de antes”
La experiencia le ha brindado una visión única sobre los cambios en su profesión. Reconoce lo valiosos que son los avances tecnológicos, pero también advierte sobre el peligro que puede surgir de la facilidad que estos ofrecen.
“La gente dirá ‘es que los viejitos siempre defienden sus cosas’, y en parte tienen razón, cada generación tiene sus elementos. Lo que veo es que la tecnología ha avanzado tanto. Esa facilidad ha vuelto a los artistas, en mi modesta opinión, un poco perezosos, todo lo pueden resolver con inteligencia artificial, con Photoshop, entonces ya no hay esa misma exigencia. Por supuesto, no pretendo con esto volver al pasado, pero sí valorar que, si uno tiene más recursos y una mejor tecnología, no se puede dormir en los laureles ni quedarse en eso, sino exigirse para aprovechar esa tecnología".
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Después de tantos años en el escenario y frente a las cámaras, el actor boyacense mira hacia atrás con humildad y aprecia los momentos de reconocimiento. Sin embargo, también entiende la importancia del trabajo que a menudo se realiza lejos de los aplausos. “He tenido mis momentos de gloria, afortunadamente, pero creo que son menos frente a los momentos de suplencia, de estar en la parte oculta, tras escena. También le toca a uno ser gregario y estar al servicio claro del conjunto”.
¿A qué se dedica actualmente?
Aunque ahora mismo no esté en la pantalla chica, Víctor Hugo, de 82 años, no ha dejado de trabajar. A pesar de que los años han traído algunas limitaciones físicas, sigue manteniendo su entusiasmo y su deseo de seguir creando a través de la escritura y la dirección.
“Siempre me ha gustado el teatro porque es una alternativa, y mientras pueda seguiré. Lamentablemente uno ya por los años tampoco tiene muchas energías, mucha vitalidad, ya no es como antes que uno podía brincar, ya toca moderado, ya toca más bien escribir, dirigir, no exigirse mucho. Sin embargo, hay proyectos, hay cosas por hacer. No hago demasiados augurios. Pienso que mientras esté vivo y mientras tenga salud, voy a estar siempre haciendo lo que más me gusta, que es actuar y todo lo que tiene que ver con artes escénicas. Una cosa que reconozco que me afecta, es cuando la gente cree que uno está retirado o por allá olvidado. Sé que me van a olvidar, pero mientras pueda voy a seguir dando lora y voy a seguir haciendo lo que esté a mi alcance. No puedo hacer cosas que hacía hace 20 o 30 años, pero todavía tengo arrestos para seguir activo un rato más y estaré haciendo lo que pueda hasta el último día, no pienso bajar la guardia".

