A veces, lo más elocuente de un personaje no está en lo que dice, sino en lo que calla. En Delirio, la nueva serie de Netflix, Paola Turbay da vida a Eugenia, una mujer atravesada por las reglas sociales de los años 80 y por un dilema que, aún hoy, resuena con fuerza: cómo lidiar con la locura, o lo que la sociedad denomina así, cuando irrumpe en la intimidad del hogar.
Basada en la novela homónima de Laura Restrepo, esta producción narra la historia de Agustina, una mujer al borde del abismo, y de quienes la rodean, intentando comprender o contener su derrumbe. En medio de ese núcleo familiar, Eugenia –madre de Agustina– se convierte en una figura cargada de matices: alguien que parece ausente, pero cuya distancia revela más de lo que deja ver.
“Lo que yo quería era mostrar a una mamá con cierto dolor, con cierta incapacidad de ser una mamá en todo su esplendor”, explica Paola Turbay. La actriz aclara que no partió directamente del libro para construir a Eugenia, sino del guion que recibió. Sin embargo, esa decisión no la alejó del espíritu de la obra original: “Quería que no fuera percibida como una mala mamá, sino como una mamá incapaz de ser una gran mamá”.

"Leí la novela de Laura Restrepo hace 20 años, me enamoré perdidamente de su historia y soñé con producirla algún día": Paola Turbay.
Paola Turbay en ‘Delirio’, una madre entre el amor y el miedo
En la historia, la salud mental es un tema omnipresente, pero siempre envuelto en silencios, secretos y tabúes. Esa tensión, que en los años 80 se vivía casi como un deber –“vamos a tapar ciertas cosas”, describe Turbay–, expone el contraste con la mirada contemporánea: “Antes la gente lo veía como algo ajeno, algo lejano, y si lo tenían en la casa, lo tenían tapado y escondido”. Hoy, dice, es imposible no reconocer que “en todas las familias hay alguien con depresión, o con ansiedad, o con algún tipo de desorden”.
La serie no convierte a Eugenia en heroína ni en villana. Paola Turbay más bien la dibuja como una madre que oscila entre el amor y el temor, entre el instinto de proteger y la presión de encajar en un molde social.
“Hay momentos en los que se le ve que ella quisiera de pronto abrazar a su hija, como acercarse, pero no lo puede hacer. Después, en su soledad, siente ese remordimiento”, comenta. Esa lucha interna revela no solo los límites del personaje, sino también los de una época marcada por las apariencias.
En Delirio, la moralidad se convierte en un campo de batalla. La familia mantiene matrimonios sin afecto, justifica actos que sabe inaceptables y mira hacia otro lado ante situaciones insostenibles, todo por no romper la fachada. “Eugenia se está enfrentando permanentemente con ese tema de la moralidad. Ella sabe que no debe aceptar ciertas cosas, pero lo hace porque es su manera de sobrevivir dentro de esta sociedad”, resume Paola Turbay. Un dilema que, aunque ambientado en los 80, sigue teniendo ecos en la actualidad.
‘Delirio’ sirve para hablar lo que normalmente se calla: Paola Turbay
Para la colombo-estadounidense, la fuerza de la serie no solo radica en retratar la “locura” como la entendía esa generación, sino en abrir la puerta a una conversación necesaria. “Estas historias se vuelven temas de conversación en casa. Y cuando se conversa, se vuelve un tema cercano, se vuelve un tema más real y genera diálogo”, destaca.
Más que exponer una historia lejana, Delirio pone sobre la mesa preguntas incómodas: ¿qué estamos dispuestos a ocultar para proteger una imagen? ¿Hasta dónde callamos lo que más nos duele?
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Paola Turbay se muestra agradecida de que el guion haya dado más presencia a Eugenia que en el recuerdo que tenía del libro leído dos décadas atrás. Sin embargo, su interpretación no busca justificar ni condenar: se centra, más bien, en mostrar la fragilidad de alguien que ama, pero no sabe cómo demostrarlo.
Con el estreno de Delirio, el 18 de julio, Netflix suma una producción colombiana que, más allá de su ambientación de época, invita a reflexionar sobre un tema que sigue siendo urgente: la necesidad de hablar de salud mental sin temor ni vergüenza. Porque si algo enseñan los silencios de Eugenia es que lo que no se nombra, nunca desaparece.

