Cuando Paulina Diazgranados recibió el guion de “Nota de Voz”, no imaginó que su acercamiento al terror no vendría por el sobresalto o la adrenalina, sino por un territorio emocional mucho más denso: el duelo. Aunque en la pantalla su personaje, Naya, se sumerge en un entorno cargado de tensión y elementos propios del género, detrás de cámaras la actriz encontró un camino menos evidente pero más íntimo para construir su interpretación.
Diazgranados, quien reconoce abiertamente ser “fácil de asustar”, llegó al proyecto sin ser una consumidora habitual de películas de terror. De hecho, admite entre risas que evitaba verlas. Sin embargo, esta producción marcó un quiebre en su relación con el género: por primera vez decidió enfrentarse a él de frente. “Hasta esta película, yo no veía cine de terror porque me da miedo. Esta fue la primera vez en la vida que dije: ‘Bueno, voy a hacer la tarea’”, cuenta.
Así empezó a ver todo tipo de subgéneros: terror psicológico, suspenso, horror puro. El resultado fue una sorpresa para ella misma. Más allá de aprender a mirar de frente aquello que antes evitaba, descubrió algo fundamental para su proceso creativo: grabar terror no es lo mismo que verlo. “Me di cuenta de que grabar cine de terror no es tan miedoso como verlo, porque el terror depende mucho de la postproducción, del sonido, de los efectos, de cosas que en el set no existen”, reflexiona. Ese hallazgo la liberó de parte del temor que creía inevitable, aunque, en rigor, su construcción del personaje nunca estuvo anclada en el miedo.
Un personaje construido desde adentro
Naya enfrenta en la película una carga emocional profunda desde la primera secuencia, y para Paulina ese fue el punto de partida. Más que buscar equivalencias personales o experiencias propias —una ruta que suele ser común entre muchos actores—, la intérprete eligió un camino distinto. “Para mí todo empieza siempre desde el texto, desde el guion. Eso es lo primero en lo que yo me fijo”, explica.
Díazgranados evita conscientemente usar vivencias personales como base para roles con cargas tan fuertes. No por falta de intensidad emocional, sino como mecanismo de autocuidado. “Nunca construyo un personaje a partir de vivencias personales, sobre todo cuando es algo que da miedo, porque yo soy una persona que se asusta fácil. Entonces como que… mejor no”, admite.
Su método parte de un análisis interno del personaje: su psicología, las circunstancias que atraviesa, los silencios, los miedos ajenos al susto literal. Para ella, interpretar a Naya significó entender qué implica una experiencia traumática, cómo la carga emocional se manifiesta en acciones cotidianas y en reacciones mínimas. “Fue un trabajo muy de construir al personaje desde su interioridad y desde lo que vive una persona que pasa por algo como lo que ella enfrenta desde el principio de la película”, agrega.
En ese proceso, el diálogo con el director David Bohórquez y con el resto del elenco fue clave para asentar la fragilidad y la fuerza de un personaje que vive en un estado intermedio entre el dolor y la supervivencia emocional. “Trabajarlo con David y con los otros actores me permitió aterrizarla sin llevarla a un lugar personal que podía ser demasiado intenso”, cuenta.
Un rodaje exigente, pero no como cualquiera pensaría
Aunque la atmósfera de “Nota de Voz” parece diseñada para sacudir al espectador, para Paulina la verdadera complejidad del rodaje no estuvo en los momentos de tensión ni en los sobresaltos. Tampoco en la ambientación oscura o los giros propios del género. Su desafío, afirma, fue técnico.
“Había un reto para todos, no solo para los actores”, explica. La precisión de los movimientos, la coordinación con efectos prácticos, la continuidad emocional entre cortes y el ritmo del rodaje exigieron un nivel de concentración particular. Pero incluso con estos elementos, su reto mayor seguía siendo emocional, solo que desde un lugar inesperado: el duelo.
“No fue desde el susto, fue desde el duelo. Yo me aproximé al personaje a través de ese lado, y la construí desde ahí, no desde el miedo”, enfatiza. En otras palabras, su interpretación no parte del sobresalto, sino de una pérdida. Esa decisión marca un tono distinto dentro del elenco y aporta una profundidad que, en pantalla, sirve como ancla emocional para la narrativa.
Un estreno para entretener, sin pretensiones
Cuando se le pregunta qué espera del público, Paulina es directa: quiere que la gente se entretenga. No busca debates académicos ni interpretaciones densas. “Uno va al cine, en últimas, para entretenerse. No todo es cine arte, no todo puede ser independiente. A veces uno quiere ir a pasar un buen rato, a ver algo que te saque de la cotidianidad”, afirma.
Para Paulina Diazgranados, “Nota de Voz” es precisamente esa clase de película: una oportunidad de desconectar, de dejarse llevar por la historia, de sentir un poco de tensión sin exigirle al espectador un manual teórico del género. Y si el público se engancha con su trabajo en pantalla, ella está más que lista para seguir explorando ese camino. “Si llega una oportunidad clara, interesante, por supuesto: vamos para adelante”, asegura con convicción.
Paulina Diazgranados, una actriz que le perdió el miedo al miedo
Nota de Voz terminó siendo, para Díazgranados, un punto de inflexión. No solo por el reto emocional o por el descubrimiento de que grabar terror no asusta tanto como verlo, sino porque le abrió una puerta que antes mantenía cerrada: la del género de terror como espectadora y como actriz.
Hoy no descarta volver a él. De hecho, lo dice con entusiasmo. El miedo ya no es un obstáculo, sino un territorio creativo posible. Su proceso con Naya le permitió encontrar un equilibrio entre la vulnerabilidad y la técnica, entre la emoción y el autocuidado.
Y si al público le toca la fibra —ya sea por la tensión, por el suspenso o por la historia íntima detrás del guion—, Paulina sentirá que su trabajo cumplió su propósito. No desde el susto, sino desde la humanidad que le imprimió a un personaje marcado por la pérdida.
¿De dónde nació la idea de ‘Nota de voz’?
Para David Bohórquez, director de la película, la idea del proyecto nació en un momento profundamente personal, mientras veía una cinta de terror en una sala de cine. Allí no recibió ninguna llamada ni mensaje: lo que ocurrió fue más silencioso, pero igual de determinante. En medio de la proyección recordó la última nota de voz enviada por un ser querido muy cercano que había fallecido. Era un archivo que volvía a escuchar con frecuencia, casi como un ritual, porque conservaba la presencia más concreta que le quedaba de esa persona.
De esa semilla surgió el concepto que, con el tiempo, tomaría forma en la película. No era una historia concebida desde el susto, sino desde una ausencia. Bohórquez empezó a explorar cómo un gesto cotidiano —escuchar un audio en el celular—podía transformarse en una experiencia inquietante si se alteraba apenas un elemento: quién habla al otro lado.
Construir ese universo en pantalla implicó decisiones técnicas complejas, especialmente en escenas que requerían precisión absoluta. Pero para él, cada momento difícil del rodaje quedó justificado por la posibilidad de convertir una vivencia íntima en una historia capaz de resonar con otros. Ese es, dice, “el verdadero corazón de la película”.
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