*Profesor titular Universidad Javeriana. Líder Grupo Lazos Sociales y Culturas de Paz. Departamento de Psicología
La pandemia visibilizó múltiples temas relacionados con la salud. Numerosos estudios en todas las áreas del conocimiento y en las principales revistas científicas del mundo, han hecho visible y desplegado los resultados no solo de las consecuencias biomédicas, sino que las investigaciones han confirmado en sus búsquedas, las relaciones de crisis entre la salud y la economía, la política, los derechos humanos, la cultura, entre otros. Pero más importante aún, la salud mental (biopsicosocial) ha cobrado una trascendencia que nunca había tenido en la agenda social mediática y científica.
Es así como, organizaciones internacionales, como Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PUND), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), han generado y difundido informes señalando las consecuencias económicas, sociales y políticas de la crisis, incluso, las entidades multilaterales de carácter económico como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial, así como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), también elaboran informes permanentes donde claramente señalan las consecuencias económicas de los problemas de salud los costos para las sociedades por las incapacidades o el costo de los sistemas de salud centrados en la intervención en los sistemas de atención en hospitales o en el costo de las vidas perdidas y, por otro lado, también en el vínculo de las consecuencias de los impactos de las variaciones en las variables macroeconómicas como la del empleo, la pobreza o la desigualdad en la salud.
Revistas como Lancet o Nature han resaltado recientemente cómo las decisiones de economía política de las naciones y la economía transnacional, generan decisiones que afectan las prácticas de consumo saludables o inciden en otras poco saludables; líderes políticos han sido responsables por la difusión de noticias que como sabemos costaron millones de vidas en la pandemia, cuestionando las instituciones de salud afectando la confianza en estas, o difundido discursos de odio que han provocado la ruptura en los tejidos sociales generando polarizaciones afectando la vida cotidiana de individuos y comunidades.
Pero ya antes de la pandemia, estudiosos de la desigualdad como Wilkinson y Pikett, y Piketty presentaron análisis sobe las consecuencias de la desigualdad en las sociedades y en la salud; todos ellos claramente vinculan la desigualdad con el incremento de la violencia homicida, con problemas de salud física y psicológica de todo tipo, y por supuesto, los mapas de desigualdad se correlacionan con la destrucción de tejidos sociales, con la polarización política, y por supuesto, con la fragilidad de las democracias y las instituciones.
La salud, es un producto que emerge de las dinámicas de la economía política que determinan las condiciones ambientales y sociales en las que vivimos. Por esta razón, tenemos cada día más evidencia sobre la relación entre crisis ambientales y salud física y mental; y entre salud mental y los sistemas de creencias que sostienen los sistemas sociales y legales. Es tal vez por esta razón que Piketty en su monumental investigación sobre capital e ideología, llega a concluir que es la ideología la responsable tanto del orden social como del económico y político, y por ende es determinante cambiar o por lo menos cuestionar también las ideologías que soportan la formas como nos aproximamos a la salud.
Ahora bien y muy seguramente, de la transformación de las economías intensivas en mano de obra a intensivas en conocimiento, se pronunciaron los impactos económicos de las crisis en salud, en especial en lo que desafortunadamente aún llamamos mal, salud mental y a la cual hemos patologizado al asociarla con enfermedad, así que no sabemos qué es hablar de salud mental sin hablar de enfermedad mental, y que a pesar de los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud por cambiar la narrativa, no lo conseguimos como sociedad; y la perversa dualidad de separar la mente del cuerpo amplió la problemática al construir la creencia de que podríamos hablar de salud física separada de la salud mental, peor aún al separar los problemas de salud de las condiciones sociales, ambientales e incluso algo que ni siquiera requiere de evidencia sino un mínimo de lógica, y es que algo como la alimentación, está vinculada con la salud, elementos que hasta ahora muchas sociedades o sectores sociales hacen evidente.
Para concluir, parece que estamos redescubriendo que la vida está conectada y que seguramente la ideología política nos impuso una forma de ver el mundo de la salud de manera fragmentada, enferma y desconectada, al parecer, esta perspectiva no está funcionando para construir sociedades más sanas, más solidarias, con más bienestar y calidad de vida.
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