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Los veteranos también plagian

Sari Horwitz, ganadora dos veces del Pulitzer y reportera del diario norteamericano, fue suspendida por copiar 10 de los 15 párrafos de una nota de un diario local.

El Espectador
19 de marzo de 2011 - 05:05 a. m.

Sari Horwitz cometió uno de los grandes pecados del periodismo: cortó un par de párrafos que había publicado The Arizona Republic sobre el caso del asesino Jared Lee Loughner, el francotirador que hirió a la congresista Giffords en enero de este año. Luego los pegó en un par de páginas blancas de Word en su computador y, tras el afán del cierre de edición, los puso sin ninguna modificación o anexo en la nota que al otro día salió publicada en su diario y firmada con su nombre. Sari Horwitz cometió plagio.

No es la primera vez que un respetado diario norteamericano tiene que salir públicamente a hacer acto de contrición por la grave falta de sus redactores, pero lo que tiene conmocionado al mundo del periodismo anglo y sobre todo al diario The Washington Post, donde la reportera trabajaba, es que Horwitz no sólo es dos veces ganadora del Premio Pulitzer —el mayor reconocimiento del periodismo mundial—, sino que es además una veterana del periodismo con más de 30 años de experiencia y una de las fichas claves de la unidad investigativa del periódico que ha develado grandes escándalos. ¿Cómo y por qué una mujer que ha destapado ollas podridas y cuya pluma ha sido internacionalmente celebrada llega a plagiar 10 de los 15 párrafos de una nota de un periódico local?

Horwitz no tiene el perfil de esos otros reporteros que han protagonizado escándalos parecidos en los diarios de renombre de Estados Unidos. No es Stephen Glass, mejor conocido como El Fabulador, quien joven y hambriento de reconocimiento no tuvo pudor en inventar todo lo que escribió para la revista The New Republic y cuya historia inspiró la película El precio de la verdad. No es Jayson Blair, el reportero de The New York Times que novato y abrumado por los afanes de cierre del diario fabricó declaraciones, inventó escenas y copió las notas de aquí y allá para redactar sus historias. No es ni siquiera como Janet Cooke, otra reportera de The Washington Post, quien a sus 26 años ganó en 1981 el Pulitzer con un artículo sobre un niño de 8 años, heroinómano, cuyo padre lo inyectaba periódicamente, que resultó siendo todo un fraude. Una invención.

Horwitz es, a diferencia de los otros, una conocedora, una experta, una veterana. Se graduó en el College Bryn Mawr y luego hizo un máster en políticas, filosofía y economía en la Universidad de Oxford. En 2002 se hizo merecedora del Pulitzer por una escalofriante investigación sobre la muerte de 229 niños a manos de las ineficiencias de los sistemas estatales de salud y de los institutos de cuidados al menor en Washington. En 1999, Horwitz escribió en conjunto con otros reporteros del diario sobre la policía de la capital norteamericana, trabajo que también la hizo merecedora del máximo galardón, y en 1997 ya había recibido otra condecoración por sus investigaciones.

“Mi error se produce cuando confundo mis propias notas con las palabras de alguien más que estaban entre mis páginas. Las confundí con mis propias notas. Siempre es una mala idea transportar las palabras de otro a tu pantalla”, expresó públicamente la periodista, después de que el director del diario, Marcus Brauchli, expresara en carta publicada en el diario: “Es imperdonable. Este es uno de los pecados cardinales del periodismo. Pido perdón a The Arizona Republic, a sus editores y reporteros”. Horwitz estará suspendida por unos meses, pero ya los editores del diario se encargan de revisar con minucia sus viejas historias publicadas.

Por El Espectador

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