Esteban Chaves, experto en levantarse de las caídas

A lo largo de su carrera como ciclista profesional, este bogotano ha vivido momentos en los que lo más fácil hubiera sido retirarse, pero su apuesta siempre ha sido luchar por estar mejor.

Luís Guillermo Montenegro
24 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.
Esteban Chaves, ciclista colombiano del equipo Mitchelton Scott / Getty Images
Esteban Chaves, ciclista colombiano del equipo Mitchelton Scott / Getty Images

Seguir adelante. Esas dos palabras las ha tenido que poner en práctica el ciclista bogotano Esteban Chaves desde que comenzó con el sueño de ser deportista. Las circunstancias de la vida hacen fuerte a una persona, y en este caso los golpes fueron los que formaron su carácter.

Todo comenzó el día en que su papá lo llevó a montar con un grupo de amigos veteranos en Villa de Leyva. Tenía 13 años, y en los 12 kilómetros de recorrido venció a todos. Al segundo le sacó ocho minutos. Ese fue el momento en el que se convenció de que tenía un talento diferente al de los demás. Por eso lo metieron a una escuela de ciclismo. Y en la primera prueba tcon niños de su edad, el resultado no fue diferente.

“Ahí hay algo”, pensaba Jairo, su padre, quien viendo que su hijo podría cumplir el sueño que él tuvo, se motivó en darlo todo, incluso arriesgando el patrimonio familiar. La fábrica de muebles de madera de la familia comenzó a descuidarse porque Jairo viajaba mucho con Esteban a las diferentes carreras aficionadas por el país.

Fueron un par de años muy difíciles, de andar sin plata, rebuscándose, hasta que Esteban ganó el Tour de L’Avenir en 2011 (la carrera sub 23 más importante del mundo). Ahí la vida le comenzó a cambiar, pero empezarían los tropiezos para Esteban. Cuando fue a su primera carrera en Portugal se metió en una fuga. Estaba haciendo mucho frío y había llovido bastante. A él se le olvidó comer bien e hidratarse, y faltando 13 kilómetros lo pasó todo el mundo, lo dejaron solo, le dio hipotermia, llegó en solitario a la meta, llorando y vuelto nada. Lo recibieron y lo tuvieron que llevar a un lugar más caliente, cambiarlo e hidratarlo. Obviamente ir a ese límite no es fácil. La primera vez eso cuesta. Cualquier otra persona pudo haber dicho en ese momento “esto es una mierda”, pero él no. Al otro día siguió la carrera, nuevamente se lanzó a la fuga, demostrando que ya había aprendido la lección.

Luego llegaría uno de los golpes más fuertes, una caída en el Trofeo Laigueglia de 2013, en la que por poco pierde la vida. Esta fue la primera vez que pensó en dejar el ciclismo. No podía levantar su brazo derecho, las terapias no surtían efecto y la operación parecía haberlo dejado sin futuro. “Tenía que ayudarle a su mano a hacer todo. ¿Qué ciclista profesional puede montar con esas limitaciones? Nos tocó verlo llorar, sufrir, pero le decía que para adelante. En ese tiempo iba con él por la mañana, por la tarde. Todo el tiempo a su lado. Él me decía: ‘¿Qué tal que no llegue o no me mejore? No me veo haciendo otra cosa’. Pero le decía que le diera, que le faltaba poco”, recuerda Jairo.

Volvió a montar y a ganar. Desde ahí, cada vez que cruza la meta en una etapa, levanta ese brazo que estaba inmóvil, para recordarse a sí mismo que todo es posible. Luego de esa recuperación todo se cuadró en su vida. El equipo Orica Green Edge, ahora Mitchelton Scott, se fijó en él, lo contrató aun estando en recuperación y luego él les devolvió esa confianza. Les enseñó a ganar. En 2016 logró dos podios en grandes vueltas (segundo en el Giro de Italia y tercero en la Vuelta a España).

Pero una vez más, cuando parecía que tenía la madera para ser campeón en una gran carrera, su vieja lesión le cobró. Desde ese momento, sin darse cuenta, comenzó a pedalear con una postura diferente que a largo plazo le causó una lesión de rodilla. Tuvieron que pasar varios meses para corregir este problema y, mientras eso ocurría, estuvo lejos de las competencias. “En esos momentos de debilidad es cuando la cabeza más traiciona. Llegan pensamientos de fracaso, de que nada es posible, de que no hay futuro”, recuerda Jairo.

Pero ni ahí se rindió. Se trató con terapias ese problema y volvió. Su equipo tampoco lo abandonó y él regresó a la élite. De hecho, ganó una etapa del Giro de Italia 2018, en el mítico monte Etna. Pero en esa misma competencia su cuerpo una vez más lo atacó. Entre más se esforzaba, mayor era el desgaste, más cansado se sentía y la recuperación más demoraba.

Le diagnosticaron mononucleosis, una enfermedad autoinmune que ataca el cuerpo cuando está débil, algo común luego del esfuerzo extremo de los ciclistas. No había cura, reposo era la salida indicada. Se bajó de la bicicleta y tuvo que volver a una vida común y corriente. “No podía montar, se sentía improductivo y que en su vida nada tenía sentido. Llegaron a su cabeza pensamientos de fracaso y de que era momento de retirarse”, recuerda su padre.

Incluso, en una tarde de desespero, llamó al director de su equipo y le dijo que había tomado la decisión de retirarse, que se sentía robando porque no estaba cumpliendo su función. Sin embargo, la respuesta fue un no rotundo. Le dijeron que tranquilo, que se recuperara y que lo esperarían. Eso lo animó y tuvo paciencia. Disfrutó de la inactividad, volvió a las raíces, a estar con su familia, a sentir el amor de su hermano y sus padres.

Después de casi cuatro meses pudo volver a montar. “Fue como comenzar de cero. Su cuerpo estaba más gordo, su rendimiento era muy inferior al acostumbrado. Incluso yo le aguantaba el paso”, dice entre risas Jairo, quien al poco tiempo empezó a ver buenas sensaciones en su hijo.

La tormenta pasó, se sintió mejor y su equipo se la jugó por él. Lo inscribieron nuevamente en carreras y ya está rodando en las pruebas europeas. Este año podría volver a competir en una gran vuelta. Pero lo más importante de todo es que una vez más demostró que es un hombre que a pesar de las dificultades sabe seguir adelante.

Por Luís Guillermo Montenegro

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