Aunque no hay una contabilidad exacta y precisa acerca de cuántas veces miramos el teléfono al día o el número de interrupciones en una hora por cuenta de una alerta o un correo nuevo, la ciencia de la distracción ofrece números que suelen estar en los cientos para mediciones promedio (221 al día, según la firma de publicidad en línea Tecmark). Para casos extremos, hay que irle sumando un dígito extra a la cuenta.
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La era digital, la revolución de los datos, la transformación tecnológica... todos son términos plenos en optimismo y esperanza, si se quiere. Pero también son palabras que, desde el otro lado de la ecuación, bien pueden asociarse con el mundo de la atención dividida, el final de la concentración. Algunos académicos incluso llegan a denominarlo como la economía de la distracción. Una de estas personas es Anastasia Dedyukhina, fundadora de Consciously Digital, una firma consultora enfocada en cómo manejar la vida digital sin perder la palabra “vida” en el intento. “Vivimos en un sistema que no solo alienta las distracciones, sino que las monetiza: una aplicación vive de cuánto tiempo la usan sus clientes porque eso, a su vez, da más espacio para que los anunciantes se expongan ante los consumidores”, dijo la académica durante una charla en el Mobile World Congress (MWC), que se lleva a cabo esta semana en Barcelona.
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Dedyukhina es una de las voces que lideran una discusión acerca del bienestar digital, un término que, aunque no es enteramente nuevo, ha ido ganando terreno en la industria de la tecnología, entre académicos, analistas y también corporaciones.
Uno de los grandes retos de pensar el bienestar digital es, justamente, que la discusión tenga públicos más amplios y pueda resonar por fuera de la burbuja de la industria de la tecnología: “El problema de tener esta discusión solo con las personas que programan o dirigen una empresa de internet es que la conversación rápidamente salta a términos como inteligencia artificial o redes neuronales, cuando aún tenemos problemas muy serios, personales y organizacionales, para manejar el correo electrónico”.
Jefes de recursos humanos, ajusten sus cinturones, por favor: un estudio de la Universidad de California encontró que, en promedio, un trabajador de oficina es interrumpido cada tres minutos por un dispositivo (bien sea computador, teléfono o ambas); en algunos casos, a los sujetos de la investigación les tomaba hasta 23 minutos retomar el hilo de la tarea que habían abandonado. Esto fue en 2008, pero los resultados actuales, de acuerdo con Dedyukhina, podrían ser más alarmantes.
Claro, una de las primeras preocupaciones de esto es la productividad perdida, el tiempo que se va entre jugar a ser multitarea y no terminar nada. Esta es una consideración corporativa, organizacional, si se quiere. Pero hay varias otras, más personales y acaso íntimas. No por eso menos preocupantes.
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Como un pequeño experimento, los panelistas de la conferencia moderada por Dedyukhina aceptaron trazarse una meta para reducir sus consumos digitales. Casi todos tuvieron problemas a la hora de deshacerse de su teléfono ya bien entrada la noche, lejos de las horas laborales, incluso para dejarlo por fuera de la habitación para dormir.
“Dejé el teléfono en otro cuarto y volví a despertarme con el reloj análogo que igual tenía, pero que no usaba. Lo increíble es que comencé a salir de la cama más rápido. Lo triste es la razón: era para llegar más rápido hasta mi celular para saber qué había pasado en el mundo mientras dormía”. Autumn Krauss es psicóloga y lidera uno de los equipos de SAP (Sistemas, Aplicaciones y Productos) dedicados a incrementar el bienestar de la fuerza laboral de esta empresa.
Krauss toca un punto importante: la sola presencia del teléfono suele estar asociada, en las investigaciones de bienestar digital, con pérdidas de atención y concentración. En otras palabras, el dispositivo (sin producir alertas ni sonidos) es una pequeña fábrica de constante preocupación para el usuario; la posibilidad de saber qué está pasando con un par de pasos se convierte casi al instante en necesidad.
Para la doctora Henrietta Bowden-Jones, médica y directora de la clínica del servicio de salud británico para tratar la adicción al juego, el teléfono móvil ha sido liberador: “Yo adquirí mi entrenamiento profesional en medicina durante el auge del bíper. Eso sí que era estresante: si sonaba tenías que tirar tu almuerzo o salir de la cama corriendo al hospital. El celular me presenta más opciones y, entre ellas, la posibilidad de ignorarlo, de seguir con mi vida. Ustedes no tuvieron bíper. Tienen suerte”.
De fondo, la doctora Bowden-Jones habla de algo que en este campo se denomina, un poco extraoficialmente, consciencia digital. Dedyukhina dice al respecto que “no soy una enemiga de la tecnología. No creo que debamos serlo. Es un poco estúpido. Hay un auge de las desintoxicaciones tecnológicas, dejar todo atrás, volver a vivir sin nada. Creo que es mucho más eficiente tener consciencia de qué sirve y para qué; hasta dónde me funciona a mí, qué vida quiero tener. Puede ser más complicado en cierto punto, pero también invita a pensar en las experiencias personales, en metas y proyectos. Como en otros asuntos, se trata también de examinarse y conocerse”.
En el ámbito corporativo, una de las preocupaciones de los estudiosos del bienestar digital es que la tecnología, que se suponía liberadora, ha permitido la extensión de la jornada laboral por fuera de las oficinas y salas de juntas. “No solo se trata de trabajar más horas, que ya está mal desde el punto de vista de derechos laborales, sino de perder los límites entre los varios espacios de la vida. Es extraño que tengamos que repetirlo, pero somos más que usuarios de teléfonos móviles”, asegura Dedyukhina.
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Krauss afirma que uno de los asuntos es entender que las compañías tienen un rol en el bienestar digital de sus empleados. “Las prácticas dentro de una empresa pueden ser dictadas por manuales, necesidades operativas y demás; pero muchas otras son códigos sociales, comportamientos de grupo. Es importante observar esta parte de la ecuación porque la idea es crear condiciones para que, si una persona quiere ser productiva durante la noche, por decisión voluntaria, esto no se transforme en una presión para que el resto de empleados haga lo mismo”.
Y añade que “aquí también es importante que los niveles de gerencia promuevan los líderes que se preocupan por esto: impulsar al jefe que manda correos a las 3:00 a.m. y espera respuestas de sus empleados va totalmente en contra del bienestar digital de la organización”.
Para Dedyukhina, la era la de la conectividad ilimitada tiene un costo, como sucede con cualquier tecnología: “Entregas y recibes algo. Estamos entrando en un punto en donde nos preguntamos más firmemente hasta dónde quiero llegar hoy, qué quiero hacer. Esa es la discusión más interesante”.