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¿Cuál es el costo ambiental de la tecnología?

Los gigantes de este sector han hecho ambiciosos anuncios para alcanzar la neutralidad de carbono en sus operaciones. Esto puede impulsar una serie de negocios, pero también vale preguntarse si las medidas son suficientes.

Santiago La Rotta

01 de octubre de 2020 - 09:00 p. m.
Se estima que, actualmente, los centros de datos consumen algo más de 2 % de la demanda global de electricidad en el mundo.
Foto: Getty Images
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En las pasadas semanas, las grandes compañías de tecnología han anunciado metas ambiciosas para compensar y reducir el impacto ambiental de sus operaciones.

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Estos movimientos incluyen gigantes como Microsoft, Google, Apple y Amazon, que consumen recursos y generan una huella de carbono que va a la par con su tamaño de mercado e influencia en el devenir tecnológico del planeta.

Como sucede con el resto de las actividades económicas, uno de los motores que impulsan la espectacular expansión de estas compañías y su alcance en prácticamente cualquier resquicio de la vida moderna es el consumo de recursos como electricidad y minerales de todo tipo, los que a su vez alimentan los miles de millones de dispositivos y servicios que hoy son la columna vertebral del día a día de un mundo en pandemia.

Se estima que, actualmente, los centros de datos consumen algo más del 2 % de la demanda global de electricidad. Para 2025, la firma Applied Materials espera que este porcentaje llegue al 15 %. Un salto dramático en un tiempo muy corto, pero que se explica gracias a la expansión de la computación en la nube, así como la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en una larga lista de actividades y sectores, entre otros factores.

La pandemia y el consecuente giro hacia el trabajo remoto ciertamente está alimentando una expansión de los servicios en la nube. A su vez, una amplia variedad de industrias y actividades están desarrollando o reemplazando procesos con análisis que involucran técnicas de inteligencia artificial.

De acuerdo con un informe de Applied Materials, es urgente que la industria desarrolle nuevos diseños de chips de IA que, a su vez, generen “nuevas formas de conectar esos chips”. Si estos cambios no comienzan a ser estudiados e implementados eventualmente, la multitud de maravillas que estas tecnologías prometen serán revoluciones a oscuras, en esencia, o con un costo ambiental exorbitante.

Desde hace años, las grandes empresas han comenzando a invertir en su transición energética, especialmente en la compensación de sus impactos ambientales (que en buena parte son operación de sus centros de datos). Algunas han dado pasos más grandes, como la construcción y operación de sus propias plantas de energías renovables (Apple, por ejemplo, recibió en 2016 una licencia para considerarse como un generador de energía).

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Los compromisos que han asumido recientemente van más allá de eso e incluyen operaciones totalmente neutrales de carbono para 2030 (en el caso de Google y Apple); para ese año, Microsoft incluso se proyecta como carbono negativo. Amazon planteó su neutralidad de carbono para 2040. Vale la pena aclarar que Amazon Web Services (propiedad de Amazon) es el mayor operador de alquiler de computación en la nube en el mundo y opera nueve plantas eléctricas eólicas y solares propias.

Google, por ejemplo, busca asegurarse que toda la electricidad que utiliza para sus centros de datos provenga 100 % de energías renovables. Es una promesa ambiciosa, si se tiene en cuenta la escala global de la compañía, pero también que esto significa que el suministro de energía limpia debe ser constante en los cientos de locaciones en las que opera centros de datos, por un lado, pero también oficinas.

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Esto significa que la empresa tendrá que utilizar una combinación de proyectos eólicos y solares, así como una mayor cantidad de baterías para almacenar y alimentar sus operaciones, incluso cuando las condiciones climáticas no cooperen con la producción energética.

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Y por acá hay un impacto extra, pues la búsqueda de neutralidad energética puede ser tanto una buena noticia de negocios e investigación de nuevas formas de almacenar energía, así como también puede representar un disparo en impactos ambientales por cuenta de la minería necesaria para producir los materiales que componen una celda de batería, por ejemplo.

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Las energías limpias vienen en un ritmo sostenido de crecimiento en, por lo menos, la última media década. China es el mayor mercado para este tipo de fuentes energéticas, paradójicamente, pues también es uno de los mayores consumidores de petróleo y carbón en el planeta.

De acuerdo con cálculos de BloombergNEF, la unidad de monitoreo energético de Bloomberg, por primera vez en la historia, la energía solar y la eólica constituyeron la mayor parte de la nueva generación de energía en el mundo, algo que marca un cambio radical en el aprovisionamiento eléctrico del planeta. Según los datos de NEF, “las adiciones solares el año pasado totalizaron 119 gigavatios, lo que representa un 45 % de toda la capacidad nueva”, se lee en un informe reciente de esta organización.

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Este es un buen indicio, pero no significa que la tarea esté hecha, ni siquiera remotamente. De acuerdo con cálculos de la Agencia Internacional de Energía, el carbón todavía representa un 29 % de la capacidad de generación energética instalada a escala mundial y responde por el 35 % de toda la energía que fue producida globalmente en 2019.

La iniciativa energética de Google incluye la creación de un fondo de inversión de US$5.000 millones para desarrollo de energías sostenibles, algo que crearía unos 20.000 nuevos puestos de trabajo.

En enero de este año, Microsoft anunció la creación de su propio fondo de inversión climática, con US$1.000 millones. La compañía es uno de los mayores compradores de energía limpia en el mundo y desde 2012 ha tomado medidas como impuestos internos para sus propias unidades de negocio por el carbono que emiten. La empresa, al igual que Google, se ha comprometido a compensar sus emisiones históricas y su propuesta es compensar las llamadas emisiones de alcance 3, que incluye asumir el impacto de la energía que usa una consola Xbox, por ejemplo.

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Amazon, por su parte, informó este año que invertirá US$2.000 millones en “tecnologías sostenibles y de descarbonización” en un esfuerzo por eliminar su huella de carbono.

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Como ya se dijo, un vuelco hacia operaciones neutrales en carbono por parte de los gigantes tecnológicos también viene con costos ambientales, al menos en un principio. Un mayor uso de baterías significa que debe haber un mayor suministro de metales como cobre, níquel y cobalto.

Por ejemplo, una batería de capacidad media, como la que se encuentra en un auto eléctrico promedio, tiene tres veces más cobre que un motor de combustión interna: casi 40 kilogramos de este metal, así como unos 11 kilogramos de níquel y cobalto.

Y entre las actividades que no son sostenibles ambientalmente, la minería figura siempre en el tope de esa lista, especialmente la de metales como cobalto, cuyo suministro proviene en una buena parte de países de África con un registro de derechos humanos y laborales alrededor de estas explotaciones que oscila entre dudoso y perverso.

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La cadena logística de la industria tecnológica es también buena parte del problema. No sólo se trata de dónde proviene la energía, sino también los materiales que componen un teléfono celular, por ejemplo, que en promedio está hecho con un 40 % de metales; se estima que la fabricación de un microchip consume unos 31 litros de agua.

En su más reciente evento de lanzamiento, Apple aseguró que se están “enfocando en los materiales que utilizamos para fabricar nuestros productos”, dijo Lisa Jackson, vicepresidenta de Ambiente e Iniciativas Sociales de la compañía.

Según la compañía, el 100 % del chasis de su nuevo reloj inteligente (Apple Watch serie 6) está hecho con aluminio reciclado y el 100 % de las tierras raras (elementos con propiedades particulares como superconductividad) que utilizan los motores tápticos de estos dispositivos es reciclado (responsables de la vibración), al igual que sucede con el tungsteno presente en el reloj. “También estamos ayudando a que los fabricantes con los que trabajamos hagan la transición hacia fuentes renovables de energía”, dijo Jackson.

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No hay que perder de vista que todo acto de consumo genera un desperdicio y, bajo esta perspectiva, esta industria y los usuarios tienen un arduo camino de compensación: la basura electrónica es el tipo de desechos que más crece en el mundo y las tasas de reciclaje de la mitad de los elementos en un teléfono están por debajo del 50 %, en promedio, por mencionar sólo dos aspectos.

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Las metas de estos gigantes de tecnología bien pueden impulsar una mayor capacidad instalada de energías renovables, así como la investigación en tecnologías de captura de carbono, que aún resultan incipientes en sus resultados, así como nuevos diseños de baterías.

Pero, para todas las promesas de estas empresas, la pregunta rápida es si serán suficientes y si llegarán a tiempo para el planeta.

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