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                                                                                                                              Cuando mi relación se salió de control al pelear por un celular

                                                                                                                              En El Espectador queremos explorar de la mano de nuestros lectores cómo la tecnología está redefiniendo sus vidas. Para participar envía tu historia a redes@elespectador.com

                                                                                                                              Lectora anónima

                                                                                                                              iStock / iStock

                                                                                                                              En 2010 ingresé a trabajar en un banco y allí conocí a un cliente, un hombre 20 años mayor que yo (primer error) y casado (segundo error), aunque en ese momento estaba en trámites de divorcio. En un principio no me interesó, pero su elegancia, experiencia y cultura me llamaron la atención poderosamente. Con el tiempo se convirtió en un cliente a quien veía con frecuencia porque había sido estafado e intentábamos con el banco salir del inconveniente. (Lea acerca de las relaciones en línea)

                                                                                                                              Una noche, luego de una reunión de trabajo, me invitó a cenar y desde ahí empecé una relación con él. No sé por qué lo hice. Tal vez el hecho de ser vicepresidente de una multinacional canadiense de petróleo en Colombia, en esa época el sector estaba bastante bien. Me sentí atraída por su éxito, todo lo que había logrado, la forma tan atenta en la que me trataba: era un hombre culto, inteligente, ambicioso, deportista, escalador de montañas, millonario. Todas cosas que con los años serían mi maldición.

                                                                                                                              Él se divorció a los cuatro meses de que estuvimos saliendo y todo fue como un cuento de hadas. Salidas, invitaciones, viajes. Mientras estuvo conmigo él adquirió gran parte de sus bienes, una gran casa, carros de lujo, fincas, su propia empresa. Sin embargo, yo también tenía un muy buen trabajo y ascendía rápidamente. Nunca quise recibir ningún regalo exótico, siempre pensé que yo podía costear todos mis lujos. Incluso llegué a desear en algún momento que él pudiera arruinarse, no por nada malo, sólo quería demostrarles a él y a su familia que si eso pasaba yo podía hacerme cargo de todo y así ya nadie más pensaría que estaba con él sólo por dinero.

                                                                                                                              Pasaron casi dos años y por error quedé embarazada. Él me pidió que no lo tuviera, que aún no nos conocíamos muy bien y, aunque me causaba ilusión tener un bebé, yo sólo pensaba en seguir ascendiendo: siempre creí que mi hijo me vería como una profesional exitosa que había estudiado en el exterior y en ese momento esa no era mi situación. Un bebé podía detener mi ascenso profesional y por ese entonces iba a empezar mis estudios de posgrado, así que decidimos interrumpirlo (tercer error).

                                                                                                                              Después de eso, nuestra vida se tornó algo monótona, pero para mí era algo agradable. Lo que no supe detectar fue que tal vez para él no era así.

                                                                                                                              Luego de tres años decidí estudiar un máster en Europa y le comenté que si el 31 de diciembre no teníamos nada formal, yo me iría y no sabría qué podría pasar. Así que ese fin de año él me entregó un anillo de compromiso, pero condicionó nuestro matrimonio a que yo me convirtiera a su religión y a que terminara mi máster (otro error). Yo lo acepté y así seguimos tres meses, pero ninguno de los dos mostraba gran interés por una fecha o por hacer algo por nuestro matrimonio.

                                                                                                                              En marzo de ese año estábamos en su finca en Anapoima y él estaba algo tomado. Esa noche discutimos por alguna tonta razón y entonces empezó a escribir mensajes en su celular a media noche. Nunca durante toda nuestra relación revisé su celular, nunca quise hacerlo. Confiaba tanto en él que nunca creí que podría engañarme.

                                                                                                                              Antes de ir a dormir le pedí que me mostrara el correo que había enviado a medianoche. Por alguna razón pude ver su teléfono y había un mensaje en Whatsapp para una mujer que decía: “Hola, hoy no me has escrito, ¿me olvidaste?...”.
                                                                                                                               

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Ver esa frase me partió el corazón. Él siempre fue muy distante con las personas y supe que algo pasaba con ella. Él lo negó todo. Le pregunté cómo la había conocido, quién era, pero él sólo decía que luego me enteraría y no quiso decirme nada más. Entré en cólera y le lancé una cachetada. Él intento irse de la habitación, pero no se lo permití, así que para él fue muy fácil empujarme y arrojarme contra el suelo. Terminé completamente golpeada, con la nariz y la boca ensangrentadas y alcancé a perder el sentido.

                                                                                                                              Al día siguiente vi en Facebook y la tenía agregada como amiga recientemente. Era una mujer un poco mayor que yo, sobrina de un gobernador de un departamento petrolero, muy cuestionado por la corrupción en su región.

                                                                                                                              Luego le dije que lo iba a denunciar, y no por el golpe, sino por la traición: le dije que enviaría copia de la denuncia a su empresa, un escándalo de ese tipo en su compañía habría sido motivo para su despido, sólo quería lastimarlo de la misma forma en la que él lo estaba haciendo conmigo.

                                                                                                                              Después él me llevó a la clínica y me dieron incapacidad por el golpe, pero nunca lo denuncié (otro error), aunque debí hacerlo porque ninguna mujer merece que la golpeen.

                                                                                                                              Esa mañana le regresé el anillo (otro error): debí quedármelo, así fuera para guardarlo. Finalmente era mío. Seguramente lo tomó como la cuota inicial de un Rolex, su marca favorita.

                                                                                                                              Después de eso sólo nos escribimos un par de cosas. Yo le juré que lo amaría por siempre y él me decía lo mismo, pero fue tanto el daño, que ya no había nada para hacer.

                                                                                                                              Hoy en día yo continúo con mi vida en Madrid. Con el tiempo supe que él siguió su relación con ella y ahora tienen una hija, la cual concibieron a los cuatro meses de que terminó conmigo. Lo paradójico de todo es que ella nació aquí en Madrid y él viene constantemente. Sólo espero nunca encontrármelos en las calles de esta ciudad que siento como mía, que me dio una nueva oportunidad y que me acogió en mi peor momento para enseñarme que en esta vida todo lo malo que hacemos en algún momento debemos pagarlo, pero que Dios no nos pone ninguna prueba que no podamos superar. La vida nos quita mucho, pero también nos da muchas bendiciones.

                                                                                                                              No sé si él sea el amor de mi vida. Espero que no. A veces pienso en él y lo odio, pero hay momentos en los que aún lo amo. Lo extraño tanto. Añoro lo que teníamos, pero prefiero no verlo en Facebook. Lo hice una vez y fue lo peor. Ya no quiero más noticias ni sorpresas por redes sociales. Mi corazoncito ya no creo pueda soportar algo más.

                                                                                                                               

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Aquí puede conocer más sobre #HistoriasDeLaVidaDigital

                                                                                                                              iStock / iStock

                                                                                                                              En 2010 ingresé a trabajar en un banco y allí conocí a un cliente, un hombre 20 años mayor que yo (primer error) y casado (segundo error), aunque en ese momento estaba en trámites de divorcio. En un principio no me interesó, pero su elegancia, experiencia y cultura me llamaron la atención poderosamente. Con el tiempo se convirtió en un cliente a quien veía con frecuencia porque había sido estafado e intentábamos con el banco salir del inconveniente. (Lea acerca de las relaciones en línea)

                                                                                                                              Una noche, luego de una reunión de trabajo, me invitó a cenar y desde ahí empecé una relación con él. No sé por qué lo hice. Tal vez el hecho de ser vicepresidente de una multinacional canadiense de petróleo en Colombia, en esa época el sector estaba bastante bien. Me sentí atraída por su éxito, todo lo que había logrado, la forma tan atenta en la que me trataba: era un hombre culto, inteligente, ambicioso, deportista, escalador de montañas, millonario. Todas cosas que con los años serían mi maldición.

                                                                                                                              Él se divorció a los cuatro meses de que estuvimos saliendo y todo fue como un cuento de hadas. Salidas, invitaciones, viajes. Mientras estuvo conmigo él adquirió gran parte de sus bienes, una gran casa, carros de lujo, fincas, su propia empresa. Sin embargo, yo también tenía un muy buen trabajo y ascendía rápidamente. Nunca quise recibir ningún regalo exótico, siempre pensé que yo podía costear todos mis lujos. Incluso llegué a desear en algún momento que él pudiera arruinarse, no por nada malo, sólo quería demostrarles a él y a su familia que si eso pasaba yo podía hacerme cargo de todo y así ya nadie más pensaría que estaba con él sólo por dinero.

                                                                                                                              Pasaron casi dos años y por error quedé embarazada. Él me pidió que no lo tuviera, que aún no nos conocíamos muy bien y, aunque me causaba ilusión tener un bebé, yo sólo pensaba en seguir ascendiendo: siempre creí que mi hijo me vería como una profesional exitosa que había estudiado en el exterior y en ese momento esa no era mi situación. Un bebé podía detener mi ascenso profesional y por ese entonces iba a empezar mis estudios de posgrado, así que decidimos interrumpirlo (tercer error).

                                                                                                                              Después de eso, nuestra vida se tornó algo monótona, pero para mí era algo agradable. Lo que no supe detectar fue que tal vez para él no era así.

                                                                                                                              Luego de tres años decidí estudiar un máster en Europa y le comenté que si el 31 de diciembre no teníamos nada formal, yo me iría y no sabría qué podría pasar. Así que ese fin de año él me entregó un anillo de compromiso, pero condicionó nuestro matrimonio a que yo me convirtiera a su religión y a que terminara mi máster (otro error). Yo lo acepté y así seguimos tres meses, pero ninguno de los dos mostraba gran interés por una fecha o por hacer algo por nuestro matrimonio.

                                                                                                                              En marzo de ese año estábamos en su finca en Anapoima y él estaba algo tomado. Esa noche discutimos por alguna tonta razón y entonces empezó a escribir mensajes en su celular a media noche. Nunca durante toda nuestra relación revisé su celular, nunca quise hacerlo. Confiaba tanto en él que nunca creí que podría engañarme.

                                                                                                                              Antes de ir a dormir le pedí que me mostrara el correo que había enviado a medianoche. Por alguna razón pude ver su teléfono y había un mensaje en Whatsapp para una mujer que decía: “Hola, hoy no me has escrito, ¿me olvidaste?...”.
                                                                                                                               

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Ver esa frase me partió el corazón. Él siempre fue muy distante con las personas y supe que algo pasaba con ella. Él lo negó todo. Le pregunté cómo la había conocido, quién era, pero él sólo decía que luego me enteraría y no quiso decirme nada más. Entré en cólera y le lancé una cachetada. Él intento irse de la habitación, pero no se lo permití, así que para él fue muy fácil empujarme y arrojarme contra el suelo. Terminé completamente golpeada, con la nariz y la boca ensangrentadas y alcancé a perder el sentido.

                                                                                                                              Al día siguiente vi en Facebook y la tenía agregada como amiga recientemente. Era una mujer un poco mayor que yo, sobrina de un gobernador de un departamento petrolero, muy cuestionado por la corrupción en su región.

                                                                                                                              Luego le dije que lo iba a denunciar, y no por el golpe, sino por la traición: le dije que enviaría copia de la denuncia a su empresa, un escándalo de ese tipo en su compañía habría sido motivo para su despido, sólo quería lastimarlo de la misma forma en la que él lo estaba haciendo conmigo.

                                                                                                                              Después él me llevó a la clínica y me dieron incapacidad por el golpe, pero nunca lo denuncié (otro error), aunque debí hacerlo porque ninguna mujer merece que la golpeen.

                                                                                                                              Esa mañana le regresé el anillo (otro error): debí quedármelo, así fuera para guardarlo. Finalmente era mío. Seguramente lo tomó como la cuota inicial de un Rolex, su marca favorita.

                                                                                                                              Después de eso sólo nos escribimos un par de cosas. Yo le juré que lo amaría por siempre y él me decía lo mismo, pero fue tanto el daño, que ya no había nada para hacer.

                                                                                                                              Hoy en día yo continúo con mi vida en Madrid. Con el tiempo supe que él siguió su relación con ella y ahora tienen una hija, la cual concibieron a los cuatro meses de que terminó conmigo. Lo paradójico de todo es que ella nació aquí en Madrid y él viene constantemente. Sólo espero nunca encontrármelos en las calles de esta ciudad que siento como mía, que me dio una nueva oportunidad y que me acogió en mi peor momento para enseñarme que en esta vida todo lo malo que hacemos en algún momento debemos pagarlo, pero que Dios no nos pone ninguna prueba que no podamos superar. La vida nos quita mucho, pero también nos da muchas bendiciones.

                                                                                                                              No sé si él sea el amor de mi vida. Espero que no. A veces pienso en él y lo odio, pero hay momentos en los que aún lo amo. Lo extraño tanto. Añoro lo que teníamos, pero prefiero no verlo en Facebook. Lo hice una vez y fue lo peor. Ya no quiero más noticias ni sorpresas por redes sociales. Mi corazoncito ya no creo pueda soportar algo más.

                                                                                                                               

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Ver todas las noticias
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