El Donald Trump de Silicon Valley

"Se suponía que los vehículos eléctricos eran los autos del futuro porque se nos estaba acabando el petróleo… hasta que dejó de acabarse".

Bret Stephens - The New York Times
27 de mayo de 2018 - 11:22 p. m.
EFE
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Es propenso a las erupciones volátiles en Twitter. No tolera las críticas. Regaña a los medios por su supuesta deshonestidad y amenaza con crear un aparato similar al de la Unión Soviética para controlarlos. Embauca a la gente para que suelte dinero a cambio de promesas que no ha cumplido. Es un multimillonario con un negocio que coquetea con la bancarrota. Se vendió como un iconoclasta que despedazaría al sistema cuando en realidad es poco más que un artista del engaño consumado e inusual. Su legión de devotos son fanáticos y, hablando en serio, un poco estúpidos.

Me refiero al director ejecutivo de Tesla, Elon Musk: el Donald Trump de Silicon Valley.

Hace no mucho tiempo, un amigo inteligente con una reputación envidiable en Wall Street me escribió para contarme el asombro que le había provocado Tesla, y decía que era “una situación que nunca antes había visto”.

“La valoración en el mercado bursátil de una empresa famosa es estratosférica, pero al mismo tiempo sus bonos se consideran basura”, mencionó.

“Mientras tanto”, agregó, Musk “entretiene a su audiencia con tuits constantes sobre promesas incumplidas en gran medida, en repetidas ocasiones y de manera evidente. Y la Comisión de Bolsa y Valores, cuyo trabajo se supone que es evitar que empresas como esta recauden dinero de la gente con falsas pretensiones, se queda impávida”.

Fuertes declaraciones… demasiado fuertes, si se pregunta a los clientes satisfechos de los Model S (precio base, 74.500 dólares) y Model X (79.500 dólares) de Tesla. Sin embargo, se supone que Tesla es la automotriz del futuro, no un fabricante de chucherías para los ricos.

En sus casi 15 años de existencia, la empresa ha generado ganancias en contadas ocasiones. Los altos ejecutivos huyen como si la firma fuera un Pinto de Ford a punto de explotar. Además, la empresa está en una batalla desagradable con la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte. El dinero se esfuma a un ritmo de 7430 dólares por minuto, según Bloomberg. No ha logrado cumplir con sus objetivos de producción para su Model 3 de 35.000 dólares, por el que cada una de las más de 400.000 personas que lo esperan ha hecho un depósito de 1000 dólares, y del cual depende en gran medida la fortuna de la empresa.

Además, el auto es un engaño. Como el viejo chiste sobre el hotel Borscht Belt: la comida es pésima y las porciones son demasiado pequeñas.

Entonces, ya basta de creer que Elon Musk acabará con el cambio climático o cualquier otra cosa que haya prometido, como construir ciudades en Marte o (mucho más absurdo) resolver el tráfico de Los Ángeles. En este momento, sería suficiente que Musk salvara su empresa y los trabajos de sus poco más de 37.000 empleados. Para ellos y sus familias, el primer requisito para salvar el mundo es que la empresa existente de Musk genere ganancias, no que este cuente historias sobrelas que tendrá en el futuro.

Dejaré en las manos de los analistas de mercados el trabajo de descifrar si eso puede suceder (hay algunos que en verdad creen que podría ser el caso), aunque la solución no llegará encontrando al próximo John Sculley que discipline al Steve Jobs en Musk. En la década de 1980, Apple era una idea brillante con un líder terrible.

En contraste, Tesla hoy es una idea terrible con un líder brillante. La idea terrible es que los autos eléctricos son la ola del futuro, al menos para los mercados masivos. La gasolina tiene ventajas en cuanto a densidad energética, costos, infraestructura y capacidad de transporte que no tiene y no tendrá durante décadas la electricidad. La brillantez es la capacidad trumpiana que tiene Musk para lograr que la gente crea en él y sus promesas absurdas. Tesla sin Musk sería Oz sin el mago.

El gobierno es culpable en buena medida del fracaso de Tesla pues, en nombre de su virtud verde, decidió subsidiar los pasatiempos de los millonarios con un crédito fiscal federal cercano a 7500 dólares por auto vendido, además de deducciones adicionales según los estados. ¿Tesla sería una empresa viable sin los subsidios? Lo dudo. El año pasado, cuando Hong Kong se deshizo de los subsidios, las ventas de Tesla cayeron de 2939 a cero. Sería injusto decir que Tesla es como una Solyndra con ruedas, pero no está tan lejos de serlo.

Sin embargo, la historia de Tesla no solo son los peligros de un desarrollo mal encaminado por el gobierno y de los empresarios inteligentes en busca de rentas. Y tampoco se trata de las ganas de mostrar virtuosismo de aquellos que disfrutan que sus buenas intenciones ambientalistas vengan con un tapizado amigable para veganos. La trama de la historia es arrogancia y credulidad: la arrogancia de los pocos que pretenden saber el futuro y la credulidad de los muchos que los siguen.

Se suponía que los vehículos eléctricos eran los autos del futuro porque se nos estaba acabando el petróleo… hasta que dejó de acabarse. Y se suponía que Musk era un visionario porque hablaba de revelaciones, para las cuales siempre habrá un gran público receptivo. Buscar una causa y un salvador en los cuales creer es algo que hacen últimamente demasiados estadounidenses, tal vez como resultado de habernos deshecho de las causas y los salvadores en los que solíamos creer.

Hace mucho tiempo, Trump se percató de que la verdad es cualquier cosa que piense que puede hacer y salirse con la suya, un tipo de sabiduría cínica que llevó consigo a la Casa Blanca y cuyas consecuencias vivimos todos los días. Con Musk, es difícil que las consecuencias sean tan graves, pero el patrón esencial es el mismo. Tal vez, lo próximo que quiera vendernos sea una máquina del tiempo y prometa paseos a cualquiera que desee depositar 10.000 dólares. Definitivamente a Tesla le vendría muy bien ese dinero.

Por Bret Stephens - The New York Times

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