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El viacrucis de hacer “crowdfunding” en Colombia

Una dibujante colombiana logró financiar un libro a través de la plataforma Indiegogo.

Lizeth León
26 de agosto de 2015 - 03:24 a. m.
Estas es una de las ilustraciones que hacen parte del proyecto “Fachadas bogotanas”. / Lizeth León
Estas es una de las ilustraciones que hacen parte del proyecto “Fachadas bogotanas”. / Lizeth León

En enero de este año surgió mi proyecto “Fachadas bogotanas”, que en cuatro meses de trabajo diario se fue convirtiendo en la idea sólida de hacer un libro. Luego de convidar a mi amigo Fredy Ordóñez a que creara su propio sello editorial (Ediciones Milserifas) para lanzar este libro, Fredy y yo decidimos financiarlo a través de Indiegogo: una plataforma de crowdfunding, o financiamiento colectivo, que permite que personas interesadas en el proyecto contribuyan con dinero. En este caso, a cambio de cada contribución, nuestros colaboradores podían preordenar el libro a un precio especial y llevarse algunas recompensas adicionales, como postales, afiches, originales enmarcados, etc.

Nuestra meta inicial era recaudar US$8.500 en 40 días. Para nuestra alegría, no sólo cumplimos la meta anticipadamente (el 25 de junio), sino que logramos recaudar más de lo presupuestado: en total US$11.306. Sin duda, algo que nos enorgullece en un país sin cultura de crowdfunding y aún temeroso de las transacciones electrónicas.

Alcanzamos a hacer cuentas optimistas sobre el excedente recaudado, teniendo en cuenta el tremendo ascenso del precio del dólar; y enviamos mensajes de agradecimiento a quienes contribuyeron, bajo la consigna “sí es posible hacer proyectos independientes en Colombia”. Pero la realidad de nuestro sistema financiero nos aterrizó y nos puso en perspectiva.

Cerrada la campaña el 6 de julio, Indiegogo se comprometió a consignar en mi cuenta de Bancolombia el dinero recaudado, en un plazo máximo de 15 días hábiles. Cobraron sus respectivas comisiones (4 % para quienes cumplimos la meta y 3 % por transacciones bancarias), y el 15 de julio depositaron el dinero: US$10.483,53. Hacia el 20 de julio, Fredy y yo comenzamos a sospechar que el dinero ya había sido consignado, pues así lo notificaba la plataforma. Sin embargo, como el banco no reportaba nada, decidimos esperar. Y lo hicimos hasta el 5 de agosto, cuando contacté al banco para saber del dinero.

Hablé con dos funcionarias: una del banco y otra de la oficina de comercio internacional. Ambas me confirmaron que el dinero ya se encontraba en mi cuenta, pero que estaba bloqueado por el monto, así que debía acercarme a la sucursal donde abrí mi cuenta y autorizar el ingreso. Me explicaron que me pedirían alguna documentación, pero que sería un trámite sencillo.

El martes 11 de agosto fui a la sucursal donde tengo mi cuenta (Edificio Colseguros en Bogotá) y hablé con una de las asesoras. Me preguntó la procedencia del dinero y le expliqué el proceso de crowdfunding de “Fachadas bogotanas”. Ahí empezó mi viacrucis: ella no entendía muy bien de qué le estaba hablando e intentó con insistencia acomodarme en alguna de las categorías de recepción de giros: honorarios, donaciones, herencias, venta de inmuebles… Nada aplicaba, porque el crowdfunding es una tipología distinta y porque, en este caso, Indiegogo es apenas un intermediario, no quien aporta el dinero.

Después de mucho revisar, acordamos con la asesora que debía llevar un certificado expedido por Indiegogo, que podía ser en inglés, en el que explican que me envían ese dinero –recaudado entre muchas personas– para financiar mi libro; y que ellos son una plataforma de crowdfunding que sirve de puente entre los contribuyentes y mi proyecto. Además, la asesora verificó en el sistema y me notificó que el dinero ya no se encontraba en mi cuenta y que, por el tiempo que duró ahí, había sido devuelto a Indiegogo. O sea, debía comunicarme con ellos solicitando que volvieran a enviar el dinero. Ya el trámite no pintaba tan sencillo.

Me contacté con Indiegogo y también consulté a Nicolás Ospina, un músico que financió su disco a través de la misma plataforma y que recaudó algo más de US$12.000. Nicolás me habló de su tortuoso proceso con Davivienda y de cómo lo solucionó: me dijo que imprimiera los “Términos y condiciones” de la página, pues eso equivalía a un contrato; que adjuntara el certificado que me diera Indiegogo y las copias de los correos en los que se confirma que se cumplió la meta, y que llevara eso directamente a la oficina de comercio internacional. Entretanto, Jordan, supervisor de pago de Indiegogo, respondió por la misma línea: dijo que para efectos legales valían sus “Términos y condiciones” y que el certificado no era otra cosa que el correo que ellos enviaban confirmando la consignación del dinero para la campaña destinada. Se trata de una tabla en la que, además, se especifican las tasas cobradas en Estados Unidos. Jordan también me dijo que no tenían reporte en su banco de que hubiesen devuelto el dinero y que debía confirmar con el mío los datos exactos de la devolución para poder hacer el depósito de nuevo.

El pasado viernes fui a la oficina de comercio internacional de Bancolombia. Allí me ayudaron a radicar la solicitud, me dijeron que debía llamar a la mesa de negocios del banco para negociar la tasa de cambio (un negociar de mentiras, porque ellos ya asignan una tasa) y confirmaron que el dinero no había sido devuelto, que seguía bloqueado y que debía presentar la documentación en mi sucursal para que se hiciera el trámite debido, pues sin eso no se podía ingresar el dinero. El asunto parecía desenredarse, pero faltaba más, mucho más.

Fui a la sucursal de mi cuenta, presenté la documentación y la asesora no entendía nada. En principio me rechazó los “Términos y condiciones” de Indiegogo porque iban en inglés. Yo repliqué que una compañera suya había dicho que eso no sería problema, pero ella no hizo caso. Luego consultó todo el proceso con otra persona y optaron por rechazar los papeles. Su explicación: que lo que llevaba explicaba qué era la plataforma, pero no por qué me enviaban el dinero. Debo precisar que ella no quiso ver todos los documentos, simplemente los rechazó y me entregó una nueva lista de requisitos.

La lista es: registro de Cámara de Comercio (o equivalente) de Indiegogo, escritura pública o documento expedido por Indiegogo que certifique el destino del dinero y carta de Indiegogo que explique su motivación para donarme el dinero.

La asesora agregó que estos documentos serían revisados por la gerente de la sucursal y un comité, y que ellos determinarían si aprobaban o no el ingreso del dinero. También me notificaron que era posible que me pidieran, luego, presentar los documentos autenticados en Estados Unidos. Le pregunté qué pasaba si, definitivamente, ellos no aceptaban la documentación. Me respondió que devolverían el dinero y que no podría recibirlo por esa vía. Y punto.

Traté de explicar las particularidades de mi caso, el por qué Indiegogo no podía enviarme una carta como la que pedían, pues eso implicaría pedirle una a los más de 300 contribuyentes. Les comenté las limitaciones de la certificación y por qué Indiegogo no podía asumir la responsabilidad del destino de ese dinero e, incluso, traté de plantear alternativas. Pero todo fue vano. Debo llevar esa documentación y sentarme a esperar que la gerente del banco entienda, sin hablar conmigo, de qué se trata todo esto.

También le expliqué a la asesora mi necesidad de solucionar este trámite con prontitud, pues nuestro compromiso era lanzar el libro este mes y, tal como ella lo planteaba, esto podía tomar días o semanas. Pero de nuevo fue vano.

Si a esto sumamos lo ocurrido recientemente con PayPal en Colombia, podemos decir que los discursos sobre innovación y emprendimiento y Tics e Internet son mero blablablá en un vórtice de burocracia (cuyos únicos beneficiarios, al parecer, son las entidades financieras).

Luego de verme en una sinsalida, decidí documentar mi caso en redes sociales, tal y como lo hice durante la producción y gestión de mi proyecto. El resultado fue contundente: muchísimas personas se solidarizaron con mi caso y, gracias a sus mensajes y a toda la presión mediática, logramos, en un día, que Bancolombia resolviera lo que había tardado meses. Esto deja en evidencia que en estos casos hace falta más voluntad que rigor. Entiendo bien que el banco deba ser cuidadoso con la entrada de dineros desde el extranjero por las amenazas de lavado de activos, pero sería más efectivo estandarizar la recepción de recursos de este tipo, que poner trabas innecesarias y desesperanzadoras.

Agradezco a quienes me ayudaron en mi pequeña “cruzada” y espero que mi caso sirva de precedente para dar la discusión de una buena vez, pues proyectos independientes que se financian de esta forma tendremos, ojalá, para rato.

La respuesta oficial de Bancolombia

“Es importante tener en cuenta que, como entidad financiera, debemos cumplir con las políticas antilavado de dinero y es nuestra responsabilidad analizar la procedencia de los recursos que ingresan a la organización. En la mañana de ayer el desembolso fue autorizado. Ya hablamos con la clienta, le explicamos las razones de nuestro procedimiento y le ofrecimos disculpas por los inconvenientes ocasionados”.

Por Lizeth León

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