Así empezamos en ese mundo. Escuchando en toda la casa un armonioso canto: “¡No contesten el teléfono que se cae internet!”, acompañado de un “cuuuu wiiiii guu ñaaaaa” cada vez que se levantaba la bocina.
En mi casa sólo había un computador. Era el 95. Mi hermano vivía frente a aquel pesado aparato color crema que se demoraba una eternidad en prender y yo lo veía navegar con fluidez. Cuando trataba de imitarlo no pasaba de Buscaminas o de Encarta.
En el 2000 entré al mundo de internet con MySpace y Messenger. Qué hermoso recuerdo ese de llegar del colegio y correr al computador para volver a hablar con los amigos que había visto hace media hora. O esperar a que se abriera en la esquina inferior la ventana que anunciaba el “nick” de esa persona que nos hacía soñar. O uno, con el afán de que le hablaran, se conectaba y se desconectaba para que lo vieran.
Los niños de ahora no conocerán herramientas del chat de mi época, como el gif del perrito pícaro que se tapaba la cara cuando se reía o los besos que resonaban. Ahora todo son emojis y se dejan los mensajes en visto. Los de mi generación usábamos el botón de zumbido y nos desvivíamos frente a la pantalla hasta que la otra persona contestara.