La nueva política digital

John McAfee, fundador de la empresa de seguridad informática, anunció su intención de ser presidente de ese país.

Santiago La Rotta
13 de septiembre de 2015 - 02:19 a. m.

John McAfee para presidente de Estados Unidos. McAfee, el hombre detrás del popular antivirus. McAfee, el jugador ocasional de ruleta rusa. Desde cierto punto de vista, la idea tiene algo de sentido, pues en últimas un presidente puede ser una especie de gerente que arriesga el todo por el todo con ciertas decisiones, más aún si el ejercicio de gobernar se realiza en el país con el mayor ejército en el planeta.

Se puede tratar de un mal chiste si se tiene en cuenta que este empresario del mundo de la tecnología estuvo buscado por homicidio en Belice, país del que huyó para finalmente ser atrapado en Guatemala, de donde fue deportado. Al final del día no le fueron imputados cargos formales por el asesinato de uno de sus vecinos, pero la historia de sus excentricidades y su fuga en Centroamérica no conforman el mejor perfil presidencial de todos.

Ahora, en medio de sus extrañezas de personalidad, McAfee puede tener un punto válido al anunciar su candidatura para presidente: Washington parece no entender muy bien el mundo de la tecnología, o quizá su visión es ciertamente divergente de lo que muchos en la industria quisieran (y las acciones de la NSA pueden ser apenas una prueba de esto). Así las cosas, nadie mejor para estructurar una política digital clara que él. Grandilocuente, pero, bueno, éste es un mal común en los políticos.

La intención de McAfee, por irrisoria que sea (y esto incluso en los días de Trump), deja al descubierto un ángulo de la carrera presidencial que, aunque no es nuevo, sí puede estar en su punto más alto en este momento: esto es la profunda relación entre la industria de la tecnología, entre Silicon Valley, y los contendores para ocupar la Casa Blanca en 2016.

Esta es una relación que funciona en varios caminos, pero uno de los más promisorios es la contribución de la dirigencia de Silicon Valley a las campañas de ambos partidos. Este fenómeno, de nuevo, no es algo exclusivo de este ciclo electoral, pero a medida que la industria ha comenzado a ganar peso y poder político (y financiero), su participación en la carrera presidencial se siente con más fuerza que nunca.

Por ejemplo, Larry Ellison, fundador de Oracle, le entregó US$3 millones al republicano Marco Rubio (la mayor contribución de los grandes de la tecnología hasta el momento), mientras que Jeb Bush ha logrado recaudar más de US$500.000 entre empresas del sector y algunos de los que lo apoyan hacen parte de las firmas de capital de inversión que proveen buena parte del oxígeno financiero en Silicon Valley. Hillary Clinton cuenta entre sus contribuyentes a Sheryl Sandberg, jefa de operaciones de Facebook; Vinton Cerf, vicepresidente de Google y uno de los padres de internet; Craig Newmark, fundador de Craiglist; Elon Musk, fundador y CEO de Tesla, y Susan Wojcicki, CEO de Youtube, por nombrar sólo algunos.

Esta contribución tiene el claro fin de ganar influencia sobre el servidor público más poderoso del planeta, que guarda cartas importantes en su juego: la posibilidad de impulsar el debilitamiento de las tecnologías de encriptación que hoy son la base de miles de servicios en línea, aumentar la vigilancia de instituciones como la NSA o reversar las reglas sobre neutralidad de la red establecidas hace poco y que, en pocas palabras, dañaron el prospecto de millonarios negocios para los proveedores de internet. Claro, un presidente no puede hacer todo esto de un plumazo, pero su opinión y sus acciones, ciertamente, llevan un peso nada despreciable, por decirlo de cierta forma.

Es por eso que, desde 2008, las firmas de tecnología han entregado más de US$172 millones para campañas políticas en EE.UU., de acuerdo con datos del Center for Responsive Politic, lo que representa un incremento de 40% sobre los ocho años anteriores a este período. Según algunos cálculos, esta industria supera hoy en donaciones políticas a otras como farmacéuticas, contratistas de defensa e incluso a Hollywood.

Este último factor resulta interesante si se tiene en cuenta que la industria del entretenimiento, con Hollywood a bordo, era una de las que más apoyaban la ley conocida como SOPA, una pieza legislativa que era descrita como antipiratería. La iniciativa terminó por hundirse en el Congreso de EE.UU. luego de una fuerte batalla pública de compañías de tecnología en su contra. Sí, iba a ser pésima legislación, pero las donaciones de estas empresas a representantes y senadores también pueden haber jugado un papel en la decisión final de desechar el proyecto.

Si bien no hay una visión unificada de la industria sobre qué busca del Gobierno, algunos de los puntos que sí resultan comunes es pelear contra las intromisiones de las agencias de inteligencia en los servicios en línea y lograr una mejora en términos migratorios para talentos extranjeros. Con la billetera abierta, y el poder de ser la columna vertebral de millones de usuarios, puede que esta agenda resulte posible.

Por Santiago La Rotta

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