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Transparencia a través de tecnología

Las revelaciones de Wikileaks y de Snowden ciertamente han posicionado la red como el campo de discusión global de la democracia y la apertura en la era de las sociedades de la información.

Santiago La Rotta
28 de noviembre de 2015 - 03:58 a. m.

Hoy hace cinco años se publicaron por primera vez los cables diplomáticos del Departamento de Estado de EE. UU., una de las mayores filtraciones de documentos gubernamentales de la historia. La publicación, que fue impulsada primordialmente por Wikileaks, supuso uno de los momentos de giro en el pulso entre el control de la información y la total transparencia. Una pelea que hoy se da en muy buena parte a través de la tecnología.

Esta tensión no es un asunto de fácil resolución, pues, aunque en ella abundan los absolutos, cada extremo entraña grandes riesgos para el ejercicio de la democracia y la libertad de expresión, pero también para el mantenimiento de la seguridad y el desarrollo de las sociedades en el marco del terrorismo global. Aquí los matices importan, pues a veces esos matices tienen nombres y apellidos y familias.

Más allá de la polarización alrededor de Wikileaks y de Julian Assange, fundador de la organización, la salida a la luz de los cables diplomáticos (tercera gran publicación, después de los diarios de la guerra en Irak y Afganistán) expuso crudamente el potencial de la tecnología en un mundo en el que tradicionalmente el balance de poderes suele ajustarse a puerta cerrada.

Viendo el vaso medio lleno, quizá el gran legado de las acciones de Wikileaks en ese momento fue posicionar la transparencia y la apertura como valores fundamentales en la conversación pública. Y también anudar este debate al desarrollo de la tecnología: crear una consciencia alrededor de la red como un medio de expresión, incluso como un camino hacia el cambio, no sólo como un vehículo para el entretenimiento.

Buena parte de la retórica de los gobiernos contra Wikileaks, y Assange, es que la publicación de los documentos puso en riesgo tropas en combate en Irak y Afganistán, así como los lazos que unen la diplomacia global, un ejercicio que en buena parte está fundamentado en el secreto y la confidencialidad.

Ambos pueden ser argumentos dudosos, por decir lo menos. Bill Keller, anterior editor ejecutivo de The New York Times (uno de los medios que colaboraron con Wikileaks en la publicación de este material), escribió que la publicación de los cables, en particular, causaría vergüenza, pero no un daño real. Keller, cabe aclarar, terminó por tener una relación difícil con Assange luego de la publicación en el Times de varios artículos sobre éste y sobre Wikileaks.

Algunos ven las acciones de Wikileaks como precursoras (aunque quizá no directamente) de las revelaciones de Edward Snowden, exanalista de la CIA que denunció el alcance de los programas de interceptación y vigilancia adelantados por la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés).

De hecho, se estima que en parte del viaje hacia su exilio, Snowden recibió asistencia de voluntarios de Wikileaks para evadir el cerco legal que comenzó a cernirse sobre él una vez reveló su información en un hotel en Hong Kong; desde entonces (2013), Snowden está asilado en Rusia.

Aunque ambas publicaciones difieren en sus puntos de enfoque y alcances, así como los personajes (Assange y Snowden) son bien diferentes, los fenómenos tal vez pueden ser considerados como de la misma especie: revelaciones que, basándose en medios tecnológicos, apuntan a lograr una mayor transparencia y apertura a escala global.

Los cambios inspirados, o forzados, por las revelaciones de Wikileaks y de Snowden se han sentido a lo largo y ancho de la red. Las consecuencias positivas incluyen la discusión global sobre la privacidad en línea y una mayor consciencia alrededor de cosas como el cifrado de comunicaciones, por ejemplo. Las negativas tienen que ver con la creciente vigilancia de los Estados y la criminalización de informantes en instituciones gubernamentales.

Las revelaciones de los cables y los diarios de guerra parecen haber puesto en marcha una maquinaria que, sin mayores grandilocuencias, aspira a cambiar el mundo. Y de cierta forma ya lo ha hecho.

Por Santiago La Rotta

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