El Tourmalet aparece en el Tour de Francia

Luego de nueve años, una etapa de la carrera francesa volverá a tener como final el mítico pico de los Pirineos, a 2.115 metros sobre el nivel del mar. Se espera que al ser 20 de julio un colombiano se lance por la victoria.

Camilo Amaya- Enviado especial Tourmalet
20 de julio de 2019 - 03:00 a. m.
El Tourmalet tiene 19 kilómetros con un promedio de pendiente del 7,4% y con un punto máximo a 2.115 metros sobre el nivel del mar. / Getty Images
El Tourmalet tiene 19 kilómetros con un promedio de pendiente del 7,4% y con un punto máximo a 2.115 metros sobre el nivel del mar. / Getty Images

Los escaladores levantan las cejas, los más grandes del lote fruncen los labios. Los primeros lo esperan y a los segundos no les agrada la idea de que llegue. Es el Tourmalet, el ascenso histórico del Tour de Francia, 19 kilómetros con un promedio de pendiente del 7,4 % y con un punto máximo a 2.115 metros sobre el nivel del mar. Una montaña inhabitada a principios del siglo XX, salvaje y recorrida por pocos, por el temor a extraviarse entre bosques laberínticos. Alguna vez el gran Gino Bartali, el campeón italiano símbolo de la clase trabajadora y católica de su país, dijo que era un lugar tan inhóspito y tan cruel con los ciclistas que las veces que tuvo que pasarlo solo pensaba, con ojos ansiosos, dónde era el final de la agonía. En ese trayecto, por el que pasará hoy el Tour, no solo duelen las piernas, sino los brazos, la espalda y, por ende, la cabeza. (Enric Mas, el ciclista que no quiere llamar la atención en el Tour de Francia)

Su nombre se hizo famoso desde 1909, cuando el periodista Alphonse Stéines, con voz vibrante, propuso para la edición siguiente de la carrera un camino tortuoso por los Pirineos que elevara el aspecto temerario de la competencia, que la hiciera cada vez más grande, aunque fueran cada vez menos los inscritos. “Ya vendrá, no se lo puede perder”, respondió cuando le cuestionaron la idea de pasar por el Tourmalet, el Aspin, el Soulor y el Aubisque. Y fue él mismo el que se atrevió a cruzarlo en auto, por caminos de piedra y terrosos, con el riesgo de que la montaña se lo tragara.

Y casi lo derrotan los precipicios oscuros, la niebla constante y el miedo de entrar y no salir jamás. Pero Stéines, testarudo en su forma de pensar, tenía la seguridad de que por allí se librarían las más grandes batallas del ciclismo. El proyecto, que se quiso mantener bajo la sombra en Francia, se dio a conocer y las cartas de aficionados criticando lo que pensaban hacer llenaron la redacción del diario L’Auto. “Conozco los Pirineos y lo que ustedes quieren hacer es mandar a la muerte a los corredores. No se convierta en un asesino”, decía la misiva de un lugareño. Ya después vendría la historia de Stéines contratando a un ingeniero de caminos para que le explicara por dónde debía coger, del auto tapado por una capa de nieve gruesa y de la travesía que tuvo que hacer a pie para coronar la cima.

El camino desapareció como la esperanza de Stéines y se quedó solo en la noche, con los pies gélidos, con las manos ensangrentadas y en una penumbra tan lúgubre, que lo único que se le ocurrió fue maldecir al viento y pedir porque el final no fuera doloroso. Para su fortuna, no para la de los pedalistas, fue encontrado por unos campesinos que lo llevaron hasta la ladera y después lo bajaron hasta Pau. Allí, sin tiempo para recuperar fuerzas, el periodista buscó la oficina de telegramas y mandó a París el mensaje que cambiaría todo en el naciente Tour: “Cruzado el Tourmalet, no habrá mayores problemas para los competidores”. (El hombre que cuida las piernas de Nairo en el Tour de Francia)

Más adelante se sabría que L’Auto pagó 5.000 francos, una pequeña fortuna, para hacer del camino algo medianamente decente, que tras conocer el recorrido una cuarta parte renunció a hacerlo y que el local Octave Lapize, luego de esquivar árboles, rocas y por fortuna ningún oso (la organización advirtió de la presencia de estos animales), fue el mejor en los Pirineos y se quedó con el título en 1910. Desde ese entonces el Tour fue puro sufrimiento, tanto para hombres acostumbrados a padecer como Bartali (ganador en 1938 y 1948), como para los frágiles, pero habilidosos como Fausto Coppi (se impuso en 1949 y 1952).

El Tourmalet construye leyendas

En 1969, Eddy Merckx se puso por primera vez la camiseta amarilla. Tenía 24 años y podía pedalear mejor que todos en la canícula insoportable del sur de Francia. El belga pasó por el Tourmalet y, afanado por el nacimiento de su hija Sabrina, bajó sin medir peligro y llegó con tal diferencia que sentenció su primer título en el Tour. Ese 4 de julio, en la etapa 12, el Caníbal, como lo empezaron a llamar, tomó el liderato para no soltarlo más. “No pude hablar con mi esposa y por eso fui a tope, tenía afán. Además, quería probar que no necesitaba ayuda de sustancias para ganar”, dijo luego, aludiendo a su suspensión en el Giro de Italia, meses antes, por un supuesto positivo en dopaje.

Otro hombre que construyó su leyenda con el aire fresco de las montañas fue Miguel Induráin. El 19 de julio de 1991 el español subió el Tourmalet junto al italiano Claudio Chiappucci y en el descenso el trato fue simple: uno se quedaba con el triunfo del día y el otro con el maillot amarillo. En esa fecha, más allá de una victoria, se abrió la puerta para la llegada de los grandes corredores de la década de los 90, mientras que los de los 80, como Pedro Perico Delgado, quedaron relegados. Los Pirineos dictaminaron el cambio generacional y fueron otros los que empezaron a disfrutar de la soledad del monte. (Dave Brailsford, el caballero del ciclismo mundial)

Para no ir tan lejos, en 2010, con la niebla cubriendo el pico, Andy Schleck se atrevió a decir que el que ganara en el Tourmalet se quedaría con el Tour. Pues el ciclista luxemburgués acertaría su predicción, solo que ese 22 de julio el que mantuvo el amarillo fue Alberto Contador. De hecho, en una especie de acuerdo ambos llegaron juntos a la meta, con Schleck festejando y con el español cruzando con las manos en el manillar. Dos temporadas después el TAS sancionaría a Contador por dopaje, le quitarían el Tour y Andy, nunca resignado, sería declarado campeón en el escritorio, mas no en la carretera.

Hoy, nueve años después, el Tour volverá a tener una etapa con final en el Tourmalet, el premio por el que más veces ha pasado la prueba (79 ocasiones), un lugar que siempre premiará a los que buscan ir más alto, a los que todavía, en la época de la mesura, no renuncian a su espíritu aventurero. De seguro, por ser 20 de julio, el día del grito de Independencia en nuestro país, muchos esperarán que un ciclista colombiano salga disparado para ser primero, para celebrar como lo hizo Nairo Quintana en 2013 tras dejar en el camino a Chris Froome y a Joaquim Rodríguez. Habrá que ver cuál quiere entregar todas sus fuerzas pensando que todavía queda una semana de competencia y que los Alpes aún se miran de lejos.

Por Camilo Amaya- Enviado especial Tourmalet

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