En las entrañas del Tour de Francia

El Espectador acompañó en moto el recorrido de la etapa 10, la más importante hasta ahora y en la que Egan Bernal se metió en el top 3 de la general. Gracias al viento y a sus compañeros, Nairo Quintana quedó como el único líder del Movistar.

Camilo Amaya /Enviado Especial Albi
15 de julio de 2019 - 09:19 p. m.
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En la Francia más profunda, la agrícola, la gente vive el ciclismo como un acto relevante que ocurre de cuando en cuando y, por ende, no hay que perdérselo. Por ejemplo: el lunes, en los primeros kilómetros de la décima etapa del Tour, fue normal ver familias almorzando en el jardín a la espera del pelotón. Los Feraud tomaron las verduras de su huerta, la carne de cerdo de un marrano que les regaló el vecino y la botella de vino tinto cortesía del productor local. En esta zona rural al sur del país, en la que los cultivos de trigo colindan con los de maíz, la hermandad va más allá de un apellido y todo se comparte (el foráneo es invitado a comer).

Antes de llegar a Chaudes-Aigues, una población famosa por sus aguas termales, hay una hilera de casas rodantes a cada lado de la vía. El ruido de la caravana comercial, que pasó con antelación, los puso en alerta y cualquier sonido acaba con el letargo que genera el calor del verano. Ya despiertos viene la algarabía así no vean un solo ciclista, y las manos al aire para saludar, y la sonrisa incontenible cuando el cumplido es mutuo, como si estuvieran a la expectativa de un gesto similar. Hay otros más originales, que para llamar la atención dejan sus torsos descubiertos y se escriben una letra con marcador rojo para formar juntos el apellido de uno de los ídolos de la región: Bardet.

Lea: La alegría de Egan Bernal por ser líder de los jóvenes

El Tour parece un viaje al pasado, pues en una curva cerrada, donde hay que frenar por obligación para cambiar el rumbo, un hombre lleva una pantaloneta hasta las pantorrillas, una camiseta blanca y una boina. El sujeto, de bigotes puntiagudos, tiene en el pecho un cartel que dice Garin, aludiendo al primer ganador de la carrera (1903), cuando la prueba era tan abominable que las jornadas duraban 14 horas por el instinto criminal de quienes diseñaban el trayecto. Y de inmediato hay un salto al presente, pues la pequeña que está a su lado lleva una prenda amarilla hasta los tobillos y grita a todo pulmón el nombre del actual líder: Julian Alaphilippe.

Y todo se va enriqueciendo con un granjero que armó una bicicleta con las pacas de heno que ha recogido para el invierno. El personaje se las ingenió para construir una estructura de madera que tiene en cada extremo un cilindro de hierba que hace las veces de ruedas. Puede que los ciclistas no la vean (aunque es enorme), que la televisión en su afán de mostrar tanto tampoco, pero con el asombro de unos pocos es suficiente. En los ascensos es donde más se aglomeran los fanáticos. Saben que con la carretera inclinada pueden identificar a sus corredores favoritos, bien sea porque tienen una lista de los dorsales o, si se es más experto, por la prenda, la manera de pedalear y hasta el color del casco.

En la entrada de Laguiole, un pueblo dedicado a la producción de quesos, al dueño de una finca se le ocurrió la idea de formar a sus vacas contra la cerca que da al asfalto y dejarlas ahí quietitas para hacer sonar el cencerro con el paso de la fuga. Fue tal la emoción de saber que el francés Tony Gallopin iba en la escapada que las aceras se llenaron en minutos. Incluso los médicos del hospital bajaron para ver lo que sucedía. Las batas blancas y los fonendoscopios en el bolsillo los delataron. También hubo espacio para Didi Senft, o el Diablo Didi, el alemán fabricante de bicicletas que va de animador a las competencias más importantes del mundo. En esta oportunidad no se hizo al lado de la calzada, como es habitual, sino en un morrito para mover su tridente de un lado al otro. (Le puede interesar: Nairo cree que perderá tiempo en la contrarreloj del Tour de Francia)

Además de los dos helicópteros de la transmisión oficial, hay una caravana de cinco aparatos más que llevan a los invitados VIP y los ubican en sectores clave. Otros, no tan importantes, van en autos autorizados que se mueven con bastante sagacidad. Uno de estos lo maneja el colombiano Leonardo Duque, exciclista vallecaucano que se radicó en el sur de Francia y trabaja con la organización. En las zonas de avituallamiento, peleadas por los hinchas porque los pedalistas arrojan lo que ya no necesitan, los mecánicos de los equipos están preparados para acelerar en subida y que nadie quede sin una bolsa en la que hay líquido, barras energéticas y comida.

En las bajadas, al pie de la fuga, la moto llegó hasta los 120 kilómetros por hora. Es decir, los ciclistas van un poco más rápido sin importarles las curvas de caracol, unas más cerradas que otras, una muestra de agilidad, de no tener instinto de conservación, como todo el que se dedica a este deporte. Pura gallardía. Ya en carrera Nairo Quintana estuvo tranquilo al lado de Alejandro Valverde (el descontrol vendría después), Geraint Thomas prestó atención al tablero de la Chismosa para saber la diferencia de la fuga y Julian Alaphilippe habló con Enric Mas, seguramente planeando lo que harían más adelante.

En ese ir y venir, en lo que aparentaba ser un día de constante calma, un asistente del AG2R La Mondiale, que iba en el carro que perseguía la escapada, aprovechó para tomar una siesta ante la complicidad del conductor, Christian Prudhomme, director del Tour, sacó varias fotos de lo que iba encontrando en el camino y Gallopin, con la mirada clavada en el asfalto, levantó el rostro un instante por la gritería al unísono en Rodez. A 36 km de la meta, con la complicidad del viento que golpeó constantemente y de un giro estudiado con anterioridad, el Deceuninck-Quick Step aprovechó el falso reposo y salió disparado tras el viraje que tomó por sorpresa a varios. Muy atentos, el Ineos y el Movistar se pegaron a la rueda, cosa que no pudieron hacer Rigoberto Urán y Thibaut Pinot. (Revolcón: los favoritos que perdieron tiempo en la décima etapa del Tour de Francia)

El cambio de dirección fue tan brusco, como el latigazo de los intrépidos, que lo que venía siendo un racimo de corredores terminó en una delgada línea y hubo corte. Nairo y Egan hicieron las veces de rodadores y gracias a sus equipos se mantuvieron, Mikel Landa terminó en el suelo luego de que Warren Barguil lo rozara y lo mandara a una cuneta (el local recuperó el equilibrio y no cayó) y Wout Van Aert levantó los brazos por delante de Elia Viviani y Caleb Ewan.

Revolcón en la clasificación general: Bernal subió al tercer puesto y se quedó con la camiseta blanca como el mejor joven, Quintana se metió en el top 10 (es octavo) gracias al poderío de su escuadra y Urán bajó hasta la casilla 13 (a 3:18). Nairo sonrió tras cruzar la meta, pues ahora, cuando el Tour va casi a la mitad, es el líder único del Movistar por sobrevivir los ataques de otros. Luego del caos llega el descanso, el instante de recuperar fuerzas. Unos maldicen el viento, otros agradecen porque fue su gran aliado.

Por Camilo Amaya /Enviado Especial Albi

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