Turismo

Antigua Guatemala: un regalo de la historia en Centroamérica

Un arco da la bienvenida a quienes se adentran a tierras del pasado. Bautizado en homenaje a Santa Catalina, la estructura parece posar frente al enorme Volcán de Agua, mientras invita a quien lo observa a viajar en el tiempo, a través de los templos, casas y palacios que dan vida a la Antigua Guatemala.

Nicolás Fernández Sánchez
29 de octubre de 2018 - 10:47 p. m.
Getty Images
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Hay quienes dicen que una forma de reconocer a un turista es que este siempre tiene la cabeza hacia arriba. Puede moverla de un lado al otro, pero esta siempre se man­tiene levantada, observando atento a cada edificio, parque, letrero, escultura y personas; mientras los locales caminan con la mirada baja, acostumbrados, quizá, a convivir con lo que los rodea, sin generar mayor rasgo de sorpresa o curiosidad. Existe un lugar, en la región central de Guatemala, donde todos son turistas.

Antigua es una ciudad donde la sorpresa invade a cada persona que la recorre. Jus­to cuando alguien cree que lo ha visto todo, aparece un detalle, una figura desapercibida, un destello de belleza fruto de un pasado co­lonial. Según cada persona, podría tratarse de un diminuto grabado en una de las facha­das de las casas con arquitectura barroca que bordean sus empedradas calles, o una enorme pero lejana escultura religiosa, como las que se encuentran en la cima de la Iglesia de San Francisco, un santuario católico que sobresale por sus dos torres de campanarios y que data del siglo XVI.

Llamada de forma oficial como Muy No­ble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, esta cabecera del departamento de Sacatepéquez fue funda­da en 1542 como eje central de la Capitanía General de Guatemala.

Hoy, Antigua transporta a sus visitantes a tiempos remotos. Épocas de pregoneros, re­yes y cabildos. Años en los que se irguieron enormes construcciones que sucumbieron ante diversos sismos ocurridos entre los si­glos XVI y XVIII, los cuales llevaron a trasladar la capital a su actual ubicación a menos de 50 kilómetros de distancia.

Conserva los monumentos construidos en aquellos siglos y que le llevaron a ser recono­cida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979. Resalta la Parroquia de San José, con sus lujosas cornisas y dinteles de pie­dra que bordean las puertas; así como el Palacio de los Capitanes Generales, en donde un sinfín de arcos albergan oficinas administrativas, de turismo y estaciones de policía.

Aunque en la actualidad la ciudad no con­centra la autoridad de una nación, sus cons­trucciones no dejan de transmitir imponencia, poder y opulencia. Es un destino para recorrer a pie, detenidamente. Es una caja de sorpresas e historias que aparecen en cada esquina y que parecen revivir frente a los ojos de los turistas cuando son contadas por sus habitantes.

Por Nicolás Fernández Sánchez

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