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En uno de los recorridos por las antiguas vías férreas entre Sasaima y Albán (Cundinamarca), don Héctor López guió hace un tiempo a un grupo de gringos, fascinados por la cantidad de aves y los sonidos que llegaban de los bosques alrededor del camino. “La pasamos bien bueno. Incluso condecoramos a uno de los caminantes por hacer el paseo, con una flor que encontramos en el camino, se la amarramos a la maleta y se la llevó para la casa”.
La condecoración puede parecer un poco exagerada, si tenemos en cuenta que la mayor parte de la ruta es un camino casi totalmente plano y el terreno, excepto por unos pocos pedazos, no tiene barro o presenta mayores accidentes. “Bueno, es que el caminante, un gringo loco, tenía 89 años”. Así la cosa, bien merecida la flor.
El camino que recorre las vías del tren en esta zona es una ruta que toma poco menos de seis horas en ser completada, con tiempo suficiente para almorzar y descansar un poco. No es una caminata exigente bajo ningún punto de vista, excepto por dos quebradas que, en época de lluvias, pueden representar un poco más de dificultad para cruzar.
En todo caso, en todo el camino siempre está presto don Héctor y cuando hay que cruzar las quebradas viene bien el lazo que ha cargado encima todo el camino. No hay forma de pasar las quebradas sin empaparse los zapatos.
Pero para este punto del camino, la lluvia nos ha acompañado un par de horas, con varios niveles de intensidad, desde rocío refrescante, hasta manguera de bomberos en plena emergencia.
De las maletas salen ponchos, impermeables y hasta una sombrilla. De la maletica diminuta de don Héctor no sale nada, pero un par de curvas más adelante lleva un par de hojas de palma encima de la cabeza que bien hacen el trabajo de evitar que lo peor del agua pegue directamente en la cara. Recursividad en plena marcha. La condecoración en este día, claramente, se la debería llevar el guía, más aún cuando suma más de 70 años bajo el brazo.
Las vías del tren son la guía para buena parte del camino por esta ruta y cruzan caseríos, algunas fincas y un bosque húmedo y cerrado por donde resulta casi increíble que un medio de transporte haya pasado hace tantos años. Tantos que nadie parece saber muy bien cuándo fue la última vez que una locomotora y vagones atravesaron un paraje que, hoy en día, parece más posapocalíptico que otra cosa.
En este punto, la neblina entra al escenario, una vieja conocida en esta parte de las montañas entre Albán y Cundinamarca. Añade algo de fresco al ambiente, por no decir un poco de frío, pero vale bastante la pena, pues la escena de repente toma un tono que oscila entre lo mágico y lo gótico. Con los rieles retorcidos saliendo por debajo de un sietecueros todo parece como la primera expedición a un lugar tan desconocido, como misterioso.
La caminata por las antiguas vías del tren entre Albán y Cundinamarca arranca en el antiguo puente férreo de la vereda de Santa Ana, a unos 20-25 minutos de Albán, municipio que opera como punto de encuentro para toda la ruta. Desde allí se puede tomar un bus que circula con cierta frecuencia y es barato. Una vez en el puente hay que estirar un poco y comenzar el recorrido.
Toda la ruta puede dividirse en dos grandes segmentos, que casi marcan dos mitades de la duración de la caminata (unas seis horas, con parada para almorzar, como ya se dijo). El primer segmento es primordialmente plano y, siguiendo los rieles, pasa por una variedad de ambientes, desde altos pastizales hasta caminos veredales y los linderos de algunas fincas.
La temperatura comienza a subir progresivamente hacia un sitio conocido como San Bernardo y desde este punto se pueden ver las montañas que marcan el límite con el municipio de Sasaima, que se diferencia de Albán, primordialmente, porque marca varios grados más en el termómetro.
Algo después de medio día se comienza a superar esta etapa y la ruta, abandonando brevemente los rieles, se va enmontando cada vez más. Poco a poco, el camino se interna en un bosque en donde todo cambia: el aire se vuelve bastante más húmedo y los ladridos de los perros, los radios lejanos y el sonido de la guadaña arrasando maleza da paso a una serie de murmullos y música de alas, para citar un famoso poema.
Es sobre este tramo que aparece la lluvia, de repente y con total intensidad. Una media hora después el aguacero cede un poco, pero no para del todo. Y antes de la una de la tarde se cruza la primera quebrada para completar el combo: ropa y pies húmedos.
El camino, ya en un bosque cerrado, avanza sobre un terreno algo más accidentado, pero sin mayor dificultad ni mucho menos peligros. Y en poco tiempo se llega al primero de dos túneles férreos, abandonados, por supuesto.
La neblina sigue entrando por momentos y la sensación de estar habitando un mundo más allá de los desastres de los hombres se redobla, como también lo va haciendo la lluvia en la ruta que lleva hacia el segundo túnel del camino en donde se toma el almuerzo.
Estas estructuras, olvidadas casi por completo, ofrecen un refugio de la lluvia que se agradece no sólo para comer, sino también para sacarle el agua a los zapatos. Don Héctor se ríe y dice que falta una quebrada más, pero en su tono dicharachero esto suena más a juguetona amenaza que a realidad.
Una media hora después de salir del túnel y el almuerzo, el chiste se vuelve tangible y, cómo no, ahí está la quebrada, con bastante más agua de la que trae normalmente por cuenta de la temporada invernal.
Cuerda amarrada en cada lado del cruce, zapatos al agua, risas en la mitad, algunos pequeños gritos pues el agua está fría. Nada fuera de lo normal.
Después de este cruce se encuentra la subida más dura de la jornada, con una pendiente respetable, pero que se agota en menos de 10 minutos y así, sin más, la ruta encuentra su sendero final, con el peaje de Jalisco (entre Albán y Sasaima) a unos pocos minutos en frente de nosotros. Se agradece para secarnos un poco, cambiar medias y zapatos y comenzar a salir de este mundo encantado y detenido en el tiempo hacia el infierno presente de la entrada a Bogotá en un fin de semana. La vida es imperfecta, pero por un largo momento dentro de ese bosque fantástico se pudo contemplar desde el otro lado de la cerca, desprovisto de afanes y asfalto.
