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Guía para viajeros: ¿Cómo reconocer los síntomas de soroche o mal de altura?

El mal de altura, o soroche, puede prevenirse y manejarse mediante una aclimatación gradual, dieta adecuada, ejercicio moderado y técnicas de respiración. Conozca aquí mas consejos para evitarlo.

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Leidy Barbosa
24 de enero de 2025 - 10:00 p. m.
Según explica el Dr. Peters, es fundamental limitar el ejercicio intenso durante las primeras 48 horas al llegar a grandes altitudes.
Según explica el Dr. Peters, es fundamental limitar el ejercicio intenso durante las primeras 48 horas al llegar a grandes altitudes.
Foto: Pixabay
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Llegar a la cima de un nevado soñado, contemplar el horizonte desde un mirador en lo más alto de una ciudad, o escalar junto a esa persona especial en un destino de altura. Todo suena perfecto, hasta que el cuerpo comienza a enviar señales inesperadas: el aire parece escaso, el estómago se revuelve y un dolor de cabeza palpitante lo despierta al amanecer. El mal de altura, o soroche, es el enemigo silencioso que puede transformar un viaje de ensueño en una experiencia incómoda, especialmente para aquellos que anhelan explorar lugares de gran altitud. Pero, ¿cómo reconocer los síntomas a tiempo para actuar rápidamente?

Según el Dr. Federico Peters, médico general y miembro de la red de especialistas de la plataforma de salud DoctorAkí, el mal de altura, también conocido como soroche o enfermedad de altura, se presenta en tres etapas principales: leve, moderada y severa, cada una con síntomas característicos que pueden afectar significativamente la experiencia de quienes visitan zonas de gran altitud. Entender estas etapas es clave para prevenir complicaciones y actuar a tiempo.

1. Mal de altura leve (Mal Agudo de Montaña - AMS)

Es la forma más común y, afortunadamente, la menos peligrosa. Los síntomas típicos incluyen:

  • Cefalea (el síntoma más frecuente).
  • Náuseas y vómitos ocasionales.
  • Mareos y fatiga general.
  • Pérdida de apetito
  • Trastornos del sueño, como dificultad para conciliar el sueño o despertares frecuentes.

Estos síntomas suelen aparecer entre las 6 y 12 horas posteriores a la llegada a altitudes superiores a 2,500 metros y, generalmente, desaparecen en un lapso de 12 a 48 horas si no se asciende más.

2. Mal de altura moderado

En esta etapa, los síntomas del AMS se agravan, lo que puede ser señal de que el cuerpo está teniendo mayores dificultades para adaptarse. Entre los síntomas más destacados se encuentran:

  • Dolor de cabeza intenso y persistente.
  • Náuseas constantes y vómitos frecuentes.
  • Fatiga extrema que dificulta incluso las actividades más simples.
  • Aparición de ataxia (falta de coordinación motora), un signo de alarma que indica el riesgo de progresión hacia complicaciones más severas.

3. Mal de altura severo

En este nivel, la condición puede volverse potencialmente mortal debido a la aparición de dos complicaciones graves:

a) Edema cerebral de gran altitud (HACE)

  • Alteraciones del estado mental, como confusión o cambios de comportamiento.
  • Ataxia severa, con riesgo de progresión a coma si no se interviene rápidamente.

b) Edema pulmonar de gran altitud (HAPE)

  • Dificultad para respirar incluso en reposo (disnea).
  • Tos persistente, a menudo acompañada de esputo espumoso rosado.
  • Intolerancia al esfuerzo físico, que puede avanzar rápidamente a una incapacidad completa.

Ambas condiciones son emergencias médicas y requieren tratamiento inmediato, que incluye el descenso a altitudes más bajas y el uso de oxígeno suplementario para estabilizar al paciente.

“La prevención del mal de altura incluye una ascensión lenta, la pre aclimatación y, en algunos casos, el uso de medicamentos como la acetazolamida o la dexametasona. Es crucial reconocer los síntomas tempranos para evitar la progresión a formas más severas de la enfermedad”, puntualizó el médico.

¿Qué hacer si tiene síntomas de mal de altura?

Esta condición depende principalmente de dos factores: la altitud alcanzada y la velocidad de ascenso. Mientras que algunas personas sensibles pueden experimentar malestar a partir de los 1,524 metros sobre el nivel del mar, cualquier individuo que viaje por encima de los 2,400 metros corre el riesgo de desarrollar esta afección. Es por esto que aunque el mal de altura comience con síntomas leves, es crucial actuar rápidamente para evitar que evolucione hacia complicaciones graves como el edema cerebral de gran altitud (HACE) o el edema pulmonar de gran altitud (HAPE).

Según Peters, estas son las principales medidas de primeros auxilios y tratamientos recomendados para tratar el mal de altura:

  • Descenso inmediato: El descenso a una altitud más baja es la medida más efectiva y rápida para aliviar los síntomas. Es particularmente crucial si los síntomas son severos o si hay signos claros de HACE o HAPE.
  • Reposo: Evitar el esfuerzo físico es esencial, ya que actividades intensas pueden agravar los síntomas del AMS. Permitir que el cuerpo descanse facilita su aclimatación.
  • Oxígeno suplementario: La administración de oxígeno puede aliviar síntomas como el dolor de cabeza y la falta de aire. En casos de HAPE o HACE, es una intervención esencial mientras se realiza el descenso o se busca ayuda médica.
  • Hidratación adecuada: Mantener un buen nivel de hidratación es fundamental, pero sin excesos, ya que consumir demasiados líquidos puede contribuir al desarrollo de edemas.

Uso de medicamentos

  • Analgésicos: Medicamentos como ibuprofeno o paracetamol son útiles para aliviar el dolor de cabeza asociado al AMS.
  • Antieméticos: Medicamentos como el ondansetrón pueden ayudar a controlar las náuseas y los vómitos.
  • Acetazolamida: Este fármaco facilita la aclimatación al estimular la respiración y corregir el desequilibrio ácido-base del cuerpo.
  • Dexametasona: Se utiliza en casos graves para reducir la inflamación cerebral en el HACE. Ambos deben administrarse bajo supervisión médica.

“Estas medidas son altamente efectivas en el manejo inicial del mal de altura. Sin embargo, es importante recordar que en casos de HACE o HAPE, la atención médica inmediata es indispensable. La prevención sigue siendo clave: ascender gradualmente, permitir la aclimatación del cuerpo y prestar atención a los síntomas iniciales puede marcar la diferencia entre una experiencia segura y una situación de riesgo”, aseguró Peters.

¿Se puede prevenir el mal de altura?

Peters asegura que para prevenir o mitigar el mal de altura, la elección adecuada de alimentos antes de ascender es un factor crucial.

“Según la literatura médica, se recomienda seguir una dieta rica en carbohidratos y fibra, pero baja en proteínas y grasas. Este tipo de alimentación puede ayudar a regular los cambios en la microbiota intestinal que ocurren en altitudes elevadas, proporcionando beneficios en la prevención y alivio del mal agudo de montaña (AMS)”, afirmó.

Por otro lado, es importante evitar el consumo de suplementos de nitrato, como el jugo de remolacha, ya que pueden intensificar los síntomas del AMS, en especial los dolores de cabeza, y aumentar la sensación de esfuerzo físico durante actividades en condiciones de hipoxia. Asimismo, aunque un desayuno alto en grasas puede reducir la supresión del apetito causada por la altitud, no necesariamente contribuye a un aumento significativo en la ingesta calórica total, lo que podría ser desfavorable en términos de balance energético.

Paralelamente, para preparar el cuerpo antes de viajar a áreas de gran altitud, es fundamental implementar estrategias que permitan una adaptación gradual al entorno. Una de las técnicas más efectivas es la combinación de exposición intermitente a la hipoxia con ejercicio físico moderado, conocida como preaclimatación hipóxica. Este proceso consiste en someter al cuerpo, de forma controlada, a niveles bajos de oxígeno simulados mediante cámaras hipóxicas o máscaras especiales, mientras se realiza ejercicio moderado.

“Estudios han demostrado que esta práctica mejora la tolerancia a la hipoxia aguda al optimizar la capacidad del cuerpo para transportar y utilizar oxígeno en condiciones de menor disponibilidad. Entre los beneficios se incluyen el aumento de la saturación de oxígeno (SpO2), la reducción de la frecuencia cardíaca y la mitigación de los síntomas de cefalea asociados con el mal agudo de montaña (AMS). Además, esta estrategia también potencia la capacidad física y mental, preparando al organismo para enfrentar los desafíos de la altitud elevada”, aseguró el médico.

Para realizar una preparación casera que simule los efectos de la preaclimatación hipóxica, puede seguir estas rutinas:

  • Entrenamiento en altitudes moderadas: Si tiene acceso a zonas de mayor altitud, una de las formas más sencillas de empezar a aclimatizarse es viajar a áreas que estén a una altitud más elevada. Esto hará que su cuerpo comience a adaptarse de manera natural a las condiciones de menor oxígeno. Puede realizar caminatas o trotes ligeros en lugares como montañas o colinas.
  • Ejercicio moderado con control de respiración: Si no tiene acceso a zonas de gran altitud, puede hacer ejercicio moderado (caminar, trotar, andar en bicicleta) mientras controla su respiración. Respirar de forma controlada y profunda durante el ejercicio ayudará a entrenar a su cuerpo a utilizar mejor el oxígeno. Intente respirar de forma más profunda y controlada, exhalando lentamente.
  • Entrenamiento en un entorno cerrado (entrenamiento de calor): El entrenamiento en ambientes más calurosos y húmedos también puede tener ciertos beneficios. Aunque no simula la hipoxia, el calor estresa al cuerpo de una forma similar, lo que puede ayudar a prepararlo para el esfuerzo físico en altitudes más altas. Puedes hacer ejercicio en un espacio cálido, como un sauna o con ropa abrigada, pero con precaución para evitar el sobrecalentamiento.

Según explica Peters, es fundamental limitar el ejercicio intenso durante las primeras 48 horas al llegar a grandes altitudes. Este periodo inicial es clave para que el cuerpo comience su proceso de adaptación a la disminución de oxígeno en el aire, un fenómeno conocido como hipoxia. Durante este tiempo, se recomienda realizar solo actividad física ligera o de baja intensidad. Este enfoque ayuda a reducir el riesgo de desarrollar síntomas del mal agudo de montaña (AMS), como dolor de cabeza, fatiga, náuseas y dificultad para respirar, facilitando que el cuerpo se aclimate gradualmente a las nuevas condiciones de altitud.

“El ejercicio intenso puede ser contraproducente en esta etapa. Las demandas elevadas de oxígeno durante actividades extenuantes pueden sobrecargar al cuerpo, que aún no está plenamente adaptado a las condiciones de hipoxia. Esto no solo aumenta la probabilidad de padecer AMS, sino que también puede afectar negativamente las funciones ejecutivas del cerebro, como la capacidad de atención, la toma de decisiones y el control mental. Por esta razón, se recomienda evitar el ejercicio intenso hasta que el cuerpo haya completado el proceso de aclimatación, el cual puede variar según la altitud y la condición física de cada individuo”, dijo.

Por ultimo, puede realizar técnicas de respiración y relajación, que son herramientas efectivas para manejar los síntomas del mal de altura. Según Peters, estudios médicos han demostrado que hay dos técnicas respiratorias particularmente beneficiosas:

  • Presión espiratoria positiva (PEP): Esta respiracion mejora la oxigenación arterial y de los tejidos, además de reducir los síntomas del mal agudo de montaña (AMS) en altitudes extremas. La PEP ayuda a aumentar la saturación de oxígeno arterial (SpO2) y a disminuir la incidencia de AMS, lo que la convierte en una estrategia prometedora para quienes experimentan dificultades en grandes altitudes.
  • Respiración profunda y lenta: “Un estudio que fue realizado en sujetos saludables a gran altitud, observó que practicar respiración profunda y lenta mejora la oxigenación sanguínea (SpO2) y reduce tanto la presión arterial sistémica como pulmonar. Realizar respiraciones profundas y lentas, a un ritmo de aproximadamente 6 respiraciones por minuto, incrementa la eficiencia de la ventilación sin afectar la difusión de gases pulmonares”, aseguró el médico.

Finalizó con que ambas técnicas pueden considerarse intervenciones no farmacológicas útiles para mejorar la oxigenación y reducir los efectos del mal de altura. Sin embargo, es crucial recordar que estas prácticas no reemplazan la necesidad de descender a altitudes más bajas o utilizar oxígeno suplementario en casos más graves de mal de altura.

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Leidy Barbosa

Por Leidy Barbosa

Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en la producción audiovisual y en animación digital. Apasionada por temas medioambientales y sociales.@leidyramirezbLbarbosa@elespectador.com

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