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De rumba en Berlín

Las noches revelan tanto del carácter de la ciudad como los museos. Hay que dejar de lado los prejuicios y sólo disfrutar.

María Marulanda / Especial para El Espectador
15 de marzo de 2013 - 01:00 p. m.
En Berlín una corbata levanta más suspicacias que un desnudo y el viernes puede ser cualquier día de la semana.  /123rf
En Berlín una corbata levanta más suspicacias que un desnudo y el viernes puede ser cualquier día de la semana. /123rf

La capital alemana es en muchos sentidos la oveja negra de la familia. Creativa, espontánea, impuntual y rebelde. Para un gran número de alemanes Berlín es aquel amigo soñador que sólo despierta cuando necesita ayuda. Con su espíritu anarquista y un costo de vida relativamente bajo, se ha convertido en refugio de artistas y emprendedores que, armados de un MacBook, instalan su oficina en cualquier café.

Kreuzberg, hogar de músicos, poetas e inmigrantes, es el distrito de la rumba. Las calles que se desprenden de Kottbusser Tor —la estación de metro donde los jóvenes se dan cita para empezar la noche— están plagadas de bares y restaurantes que exhiben con orgullo aquellos bloques de carne giratoria que alimentan a los rumberos antes y después de la fiesta.

Allí se encuentran lugares legendarios como SO 36, el primer bar punk de Berlín, frecuentado en su época por David Bowie e Iggy Pop, y buenas recomendaciones como Luzia. También Watergate, con su prodigiosa vista al río, es un paraíso para los aficionados al tecno y el house.

Sin embargo, para una experiencia más auténtica, conviene dirigirse a Neukölln, el niño problema que lentamente se posesiona como el barrio de moda. Desplazados por el creciente precio de los alquileres en Kreuzberg, los estudiantes han ido colonizando las calles de este distrito —conocido por sus altos índices de violencia y vandalismo— y se han traído consigo los bares. Los mejores son los más inesperados. Aquellos que nada aparentan porque nada pretenden: Berlín en su máxima expresión.

Lo único inusual en Tier, un favorito entre los locales, es un calendario que marca el tiempo restante para el fin del mundo. Una luz tenue, paredes agrietadas y los mismos muebles que se ven los domingos en el mercado de pulgas dan a estos lugares un encanto no intencional.

Cerca de la Estación del Este se encuentra Berghain, la meca para los amantes de la electrónica. Ubicado en lo que antes era una planta de energía, el club ahora vibra al ritmo de 1.500 cuerpos que se desdoblan con el sonido de unos bajos capaces de inundar los 18 metros que separan el techo de la pista. No obstante, el ingreso no es cosa fácil. Las filas pueden durar horas y el portero es exigente.

Sin embargo, aquí la cuestión no es de tacones y blazer. Todo lo contrario: entre más zarrapastrosa la pinta, mejores las posibilidades. Esta es, en términos generales, la regla en la ciudad, donde una corbata levanta más suspicacia que un desnudo.

Para aquellos que de antemano deciden renunciar a Berghain, una buena opción en la cercanía es el Salon zur Wilden Renate. Este lugar, que según los estudiantes de arte que lo frecuentan parece “la casa de tu abuela después de un ácido”, también recibe a los mejores DJ. La modesta popularidad de Renate no impide hacer la misma recomendación que en el caso de Berghain: para asegurar la entrada lo mejor es aparecerse un domingo en la mañana. Cuando de rumba se trata, en Berlín el día se confunde con la noche y viernes es cualquier día de la semana.

Ahora, para aquellos que prefieren mantenerse cerca de los principales monumentos históricos está Weekend, el famoso club que ocupa tres pisos de un edificio soviético cercano a la mítica Alexanderplatz. El piso 12 ofrece una impresionante vista panorámica de la ciudad. El 15, en contraste, es una caja negra con luces LED y la terraza en el último piso es el lugar perfecto para los días de verano. La lista de DJ invitados incluye a Richie Hawtin, Felix da Housecat, Moby y Fatboy Slim.

Finalmente, Berlín, ciudad de contrastes, también tiene su Upper East Side, sólo que en el centro. En Mitte están los hoteles de lujo, los restaurantes con estrella Michelin, Newton, el bar del fotógrafo, y Cookies. Tras 15 años de peregrinaje este emblemático club decidió instalarse en Friedrichstrasse, un boulevard igualmente emblemático que conecta el centro con el distrito de Kreuzberg. En Cookies el recinto central está reservado para los amantes del disco y el underground house, mientras que en el más pequeño se oye de todo, desde indie hasta hip hop.

La capital alemana ha sido endiosada, destruida, dividida y vuelta a unir. Con esta historia, que lleva a flor de piel, Berlín se ha ganado el derecho a imponer sus reglas o, al menos, a ignorar las ajenas. La rumba en esta ciudad revela tanto de su carácter como sus museos. Por eso vale la pena dejar de lado cualquier prejuicio y entregarse a la noche que, entonces, puede no terminar.

Por María Marulanda / Especial para El Espectador

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