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El rescate de los 33 mineros

Durante 69 días, el mundo se paralizó con la historia de los trabajadores que sobrevivieron en las entrañas de una mina en el desierto de atacama, chile.

Juan Jorge Faundes* / Especial para El Espectador
25 de diciembre de 2010 - 01:51 a. m.

Copiapó

Lo ocurrido entre el 5 de agosto y el 13 de octubre fue un fenómeno in crescendo y sin precedentes que concluyó con —así dicen— mil doscientos millones de pares de ojos de todo el planeta concentrados en el agujero de 622 metros de profundidad perforado en la mina San José, 45 minutos al noreste de Copiapó, en pleno desierto de Atacama, por donde “renacieron” los 33 mineros que habían quedado sepultados vivos tras un derrumbe. La cobertura mediático-periodística generada por esta hazaña fue comparada con la que suscitó la llegada del hombre a la Luna. Tan sólo que aquí emergieron una suerte de terranautas propios de una novela de Julio Verne.

Yo estuve ahí. Inspiro una bocana de aire andino, dejo por un rato mi lectura del libro Ciencia de la lógica, de Hegel, y sin poder sacudirme del todo al filósofo alemán, musito con un inevitable tono doctoral: “Mmm… estar ahí… ser ahí…”. Llego entonces a la conclusión de que sí, “yo estuve ahí”, pero no “ahí” (en el fondo de la mina) ni “ahí” (en el interior de la cápsula Fénix II) ni “ahí” (en las faenas mismas del rescate). El viejo maestro Hegel dice que “el estar contiene la diferencia real entre ser y nada”. Pues sí, es verdad, al “estar ahí” yo estuve observando, participando y encarnando esa contradicción entre ser, estar siendo y dejar de serlo para ser otra cosa.

En efecto, era el rescate de los 33 mineros, pero era también era un reality propulsado al mundo con la energía de la industria global de las comunicaciones y del periodismo. En el Campamento Esperanza, mezcla de camping y favela, pero tecnológicos, erizados de antenas parabólicas y satelitales, en el corazón del desierto más árido del mundo, unos dos mil quinientos periodistas, camarógrafos, videógrafos, fotógrafos, sonidistas, guionistas, productores y tramoyas, transmitieron “en vivo” una noticia rotulada como “humana” que hizo llorar, reír y aplaudir a la sobrecogida audiencia planetaria como si se tratara de la misma audiencia que vibraba con las peripecias de Truman, en la película The Truman Show.

Quiero decir: el rescate era real, se respiraba, latía en las emociones, hervía en la adrenalina, pero al mismo tiempo era negado en su realidad de rescate para ser transmutado en producto mercantil. Y tanto que, a poco de emerger, los 33 estaban catapultados al estrellato en la televisión europea y norteamericana, y todavía siguen dando coletazos agonizantes en los matinales de la TV chilena. Fueron negados en su condición de mineros explotados, se les escamoteó su historia de exclusión (y la historia de su linaje y de su clase) y se les estampó una primera identidad travestida: la del espectáculo circense; quedaron a la altura de la mujer barbuda. Y Hollywood los condecoró.

El rescate era real, pero al mismo tiempo era negado en su realidad de rescate y transmutado en fanfarria política. Hubo que retardar la noticia del hallazgo (horas o minutos, da lo mismo) para que quien comunicara con ancha sonrisa al mundo que “estamos bien, en el refugio, los 33”, fuera el presidente Sebastián Piñera. Y fue Piñera quien estuvo al pie del hoyo esperando el arribo del primer minero en ser extraído. Y fue Piñera quien después recorrió el globo regalando a reyes, presidentes y dictadores un facsímil del mismo papelito: “Estamos bien, en el refugio, los 33”.

Los 33 fueron negados en su condición de mineros explotados, se les escamoteó su historia y se les estampó una segunda identidad travestida: la de instrumentos de marketing político, la de pancartas o panfletos, quizás proclamas, como aquellos hombres-anuncio que se pasean por las plazas públicas. Piñera (hombre no ajeno al mundo de la televisión y del espectáculo) no fue absolutamente inocente. LAN (ex empresa de Piñera) ofreció pasajes gratis a algunos medios. Y su gobierno contrató —para facilitar el trabajo de la prensa en la mina San José—, a RCT Producciones, empresa encargada de la producción de la Teletón y del Festival de Viña, así como de los espectáculos en Chile del roquero Rod Stewart.

El ser y la nada —dice Hegel—, “en el devenir, se hallan como nacer y perecer”. Los 33 mineros, a punto de perecer en el desastre, volvieron a nacer gracias al rescate. Pero en ese mismísimo acto del renacimiento fueron vorazmente fagocitados, anabolizados y catabolizados, despojados de su ser y travestidos en publicidad comercial primero y en propaganda política después. Fueron vaciados de su identidad humana e insuflados como pompas de jabón, volatizados en espectáculo. No niego que fui parte —aunque consciente y crítico— del ritual. Estuve ahí. Mea culpa. Pero así también pude vivir para contarlo.

 * Corresponsal en Chile

Por Juan Jorge Faundes* / Especial para El Espectador

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