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¿Le gustaría descubrir un lugar donde la caminata se convierte en una experiencia de conexión profunda con la historia, la naturaleza y la cultura? En Sutatausa, un municipio del altiplano cundiboyacense, se alzan los Farallones, formaciones rocosas que nacieron hace más de 70 millones de años cuando Colombia estaba sumergida en un mar tropical. Hoy, este paisaje es punto de encuentro para caminar, aprender y compartir con comunidades que apuestan por la paz y el turismo con sentido.
A través de un recorrido a pie por estos senderos naturales, tendrá la oportunidad de escuchar relatos del territorio, conocer iniciativas locales construidas por firmantes del Acuerdo de Paz y participar en un taller de amasijos donde la tradición culinaria cobra vida. Una jornada pensada no solo para admirar el paisaje, sino para comprender lo que guarda.
¿Qué puede encontrar en el recorrido?
Según Apata Colombia, los Farallones de Sutatausa nos transportan más de 70 millones de años atrás, a un tiempo en que el territorio colombiano estaba sumergido bajo las aguas cálidas del antiguo Mar de Thetis. En ese entorno marino, sedimentos, restos de organismos y minerales se fueron depositando lentamente en el fondo del océano. Con el paso del tiempo, y bajo la presión de nuevas capas, esos materiales se transformaron en rocas sedimentarias como la caliza, en un proceso conocido como diagénesis y litificación. Este fenómeno natural —comparable a prensar arcilla hasta formar ladrillos sólidos— dio origen a las estructuras que hoy se alzan como un registro geológico vivo del pasado.
Más adelante, movimientos tectónicos de gran escala, vinculados a la formación de los Andes, impulsaron estas capas desde el fondo marino hasta la superficie terrestre. Fue como si una fuerza invisible empujara desde lo profundo de la Tierra, elevando lentamente estas rocas hasta formar el relieve montañoso que hoy caracteriza a Sutatausa. Al quedar expuestas, las rocas comenzaron a ser esculpidas por el agua, el viento, los cambios de temperatura y otros agentes de erosión, en un proceso que continúa hasta nuestros días.
La agencia aclara que el valor científico y educativo de los Farallones de Sutatausa trasciende su belleza paisajística. Estas formaciones funcionan como un laboratorio natural donde podemos estudiar procesos geológicos fundamentales, desde la sedimentación antigua hasta la tectónica moderna. Para los visitantes, cada grieta, cada estrato visible en las paredes rocosas cuenta una historia específica sobre condiciones climáticas pasadas, niveles del mar y eventos geológicos de hace miles de años.
El recorrido tiene una duración aproximada de 3 a 5 horas y un nivel de dificultad medio-bajo, lo que lo hace apto para personas desde los 10 hasta los 60 años, sin necesidad de experiencia previa. La caminata puede comenzar por el antiguo camino real o por el llamado camino minero, atravesando veredas, subiendo al hombro del farallón y pasando por zonas de pictogramas antes de descender por un bosque de pinos. A lo largo de la ruta, que alcanza alturas cercanas a los 3.000 metros sobre el nivel del mar, se aprecian vistas espectaculares, cambios de altitud y un paisaje que desafía suavemente al visitante, especialmente en los tramos donde el sendero desaparece entre formaciones rocosas de subpáramo.
Durante el ascenso, es posible encontrar especies como frailejones y plantas nativas del ecosistema de subpáramo, además de avistar ocasionalmente zorros, mustélidos y otras especies esquivas de fauna silvestre. La experiencia también conecta con el pasado indígena del territorio: Sutatausa fue habitado por comunidades muiscas, y en el trayecto pueden apreciarse caminos coloniales y arte rupestre que evidencian el encuentro entre las culturas prehispánicas y la colonización española. Esta convivencia de geología, naturaleza e historia convierte el recorrido en una experiencia profundamente enriquecedora.
Sin embargo, la experiencia que ofrece Apata Colombia en los Farallones de Sutatausa no solo se basa en el conocimiento geológico, sino que integra el valor cultural y social del territorio. De la mano de guías locales, los visitantes no solo aprenden sobre la formación de estas estructuras rocosas, sino que también se conectan con las comunidades que han habitado y cuidado este paisaje por generaciones. Esta visión integrada permite comprender que los farallones no son simplemente una maravilla natural, sino parte de un ecosistema vivo que articula naturaleza, memoria y resistencia.
Es en este sentido, el taller de amasijos complementa el recorrido, pues refuerza el vínculo entre el territorio y sus tradiciones. A través de la preparación colectiva de alimentos típicos con técnicas ancestrales, se revela cómo las prácticas culinarias locales están profundamente conectadas con el entorno montañoso. Así, se cierra la jornada con una experiencia que también nutre el entendimiento cultural del territorio.
Recomendaciones para hacer el sendero
Para disfrutar de un ascenso seguro, cómodo y respetuoso con el entorno, es importante tener en cuenta aspectos básicos de vestimenta, equipo y comportamiento. Quienes visitan este sendero por primera vez, especialmente si buscan conectar con el campo y la tranquilidad del paisaje, deben prepararse con conciencia y responsabilidad.
Indumentaria recomendada
- Calzado adecuado: Use botas de senderismo con buen agarre y soporte para el tobillo. En temporada húmeda, puede optar por botas de caucho si tiene experiencia previa. Evite el calzado plano o deportivo convencional, ya que no brinda suficiente protección y aumenta el riesgo de fatiga o lesiones. Ojo, tenga en cuenta que gran parte del recorrido por los farallones —especialmente en el sector del hombro— se realiza sobre roca expuesta y empinada, lo que exige un calzado con buena tracción y estabilidad para evitar resbalones y proteger los tobillos.
- Ropa por capas:
- Primera capa: camisetas técnicas o transpirables que mantengan la piel seca.
- Segunda capa: fleece o chaqueta tipo polar liviana que conserve el calor.
- Capa externa: rompevientos con membrana o poncho impermeable, ideal ante lluvias repentinas.
- No se recomienda venir en pantaloneta, ya que algunas plantas pueden generar irritación o cortes leves al contacto.
Accesorios útiles
- Protección solar: Gorra o cachucha, gafas con filtro UV y bloqueador solar, incluso en días nublados, ya que la radiación en altura es intensa.
- Bastón de apoyo: Facilita la caminata sobre formaciones rocosas, ayuda al equilibrio y reduce el impacto en rodillas y tobillos.
- Prenda impermeable o sombrilla: Ante posibles lluvias, llevar una capa impermeable o paraguas liviano puede marcar la diferencia.
Mochila cómoda con:
- Al menos 1 litro de agua por persona.
- Snacks energéticos (frutos secos, barras de cereal).
- Ropa de cambio en bolsa impermeable.
- Kit básico de primeros auxilios.
- Silbato para emergencias.
- Linterna frontal o de cabeza.
- Fundas o bolsas herméticas para proteger dispositivos electrónicos.
Consideraciones ambientales y de seguridad
- No deje residuos: Recoja todos sus desperdicios y prefiera recipientes reutilizables o biodegradables. Lleve siempre una bolsa para sus desechos.
- Evite el uso de drones: Su ruido altera la fauna local y afecta la experiencia de otros visitantes.
- Respete el entorno: No extraiga plantas, no altere formaciones rocosas y evite encender fuego o fumar. Estas acciones pueden causar daños irreversibles al ecosistema.
- Prepárese para cambios climáticos: El clima en la montaña es variable, con posibles nieblas, lluvias o descensos de temperatura. Manténgase atento y actúe con precaución.
- Vaya siempre con guías autorizados: Además de mejorar la experiencia, ellos conocen el territorio, las rutas seguras y la forma adecuada de interactuar con el entorno. Los recorridos guiados suelen tener un costo entre $100.000 y $170.000 pesos colombianos, dependiendo de la duración, el número de personas y los servicios incluidos.
Consejo final para primerizos según APATA: Más allá del equipo o la ropa, vaya con disposición a caminar con calma y respeto. Este tipo de sendero invita a desacelerar, a observar y a dejarse sorprender por los detalles del paisaje. Conectarse con el campo es también escuchar el silencio, reconocer la fragilidad del entorno y actuar con cuidado.
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