
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Observo a la Diosa de la Victoria que, en su carruaje tirado por cuatro caballos, se sitúa majestuosa en la parte alta de la puerta de Brandeburgo, como testigo silencioso de grandes sucesos que cambiaron el rumbo de la historia. Desde cuando fue raptada por Napoleón, quien luego de derrotar a Prusia, se la llevó como trofeo de guerra a París, pasando por intensos bombardeos de la Segunda Guerra que prácticamente la destruyeron, hasta cuando frente a sus propios ojos, vio derribar el muro que dividió la capital alemana por casi tres décadas.
Acontecimientos de dolor y esperanza, de muerte y resurrección, en una ciudad que, como el ave fénix, resurgió entre las cenizas, para convertirse en un destino con una personalidad arrolladora, diferente al resto de capitales europeas. Un lugar con un espíritu cautivante, vibrante y tolerante.
Ecos de la caída del muro
Vienen a mi mente imágenes de los medios de comunicación, de miles de alemanes, que, justo en este mismo lugar, aquel 9 de noviembre de 1989, trepados encima del muro, ondearon victoriosos sus banderas, mientras el movimiento del dial anunciaba, en diferentes idiomas, el histórico momento. Símbolo de la disputa de un mundo bipolar en el que Estados Unidos y la Unión Soviética eran puntos de influencia, la barrera divisoria era, a partir ahora, un espacio de reunificación.
Un muro que propició un espacio ambivalente, donde la libertad y el desenfreno de la zona occidental, dominada por Estados Unidos, Inglaterra y Francia, evidenciaron un espacio donde todo era posible. Mientras del lado soviético, las libertades individuales eran totalmente anuladas por la dictadura.
Decido así, hacer un trayecto que me acerque a la verdadera esencia de la capital alemana. Las coordenadas apuntan a ciertos lugares que representan las cicatrices de una ciudad fragmentada, del dolor que produce el recuerdo y el vacío que deja el olvido. Berlín está llena de suturas que no oculta, sino que conserva con el orgullo propio de quien triunfa superándose a sí misma.
Tras las huellas de la Berlín dividida
Empiezo mi recorrido desde este punto, la Puerta de Brandeburgo, cuya majestuosa obra de estilo neoclásico inaugurada en 1791, me recuerda las construcciones de la Acrópolis en Atenas, y simboliza el triunfo de la paz sobre las armas.
Bajo por Unter den Linden, uno de los principales ejes de la ciudad, rumbo a Friedrichstrasse. Es una calle, en ambos costados, muy transitada, ya que en esa misma línea se encuentran numerosas instituciones y sitios de interés turístico y cultural, como la Isla de los Museos, la catedral, la TV Tower, la zona de Alexander Platz y el ayuntamiento, y en dirección opuesta la Columna de la Victoria, ente otros lugares.
Veo tiendas de suvenires. Camisetas, gorras, llaveros, esferos, sombrillas, y entre muchas otras cosas, pedazos de concreto de aquel muro divisorio. Hoy convertidos en trozos palpables de la historia y simples objetos del recuerdo.
Camino ahora por Friedrichstrasse, alguna vez interrumpida por el muro, es una de las principales arterias de la ciudad. Me encuentro frente a un semáforo peatonal en rojo. No viene ningún carro, y aun pudiendo cruzar con total calma y tranquilidad, nadie en absoluto lo hace por respeto. Es una cultura donde las normas se siguen al pie de la letra. Así que, mientras espero con paciencia, miro a Ampelmänn, la figura de un hombre con sombrero, típica de los semáforos peatonales de la extinta RDA que, tras la reunificación, fue adoptada en toda la ciudad, como uno de sus más representativos íconos. Ampelmänn verde, cruzo la calle.
Checkpoint Charlie
Unas cuadras más adelante estoy en el más afamado puesto de control que sirvió de paso fronterizo entre este y oeste. Uno de los puntos claves para entender la historia de esta ciudad. Hay decenas de personas agolpadas frente a grandes exhibidores, de lo que parece una galería al aire libre, donde se exponen impactantes fotografías. Como cuando tanques soviéticos y estadounidenses se enfrentaron cara a cara en octubre del 61, luego que a un importante diplomático estadounidense, se le ocurriera la idea de ir a Berlín del este a la ópera y tuviera problemas para entrar a ese sector.
Del otro lado de la calle, en el museo, se encuentran en detalle las historias de quienes un día, llevados por la desesperación y afán de libertad, hicieron hasta lo imposible, incluso a costa de sus propias vidas. Escapes bien documentados dan cuenta de ello: escondites inesperados en vehículos, túneles subterráneos, globos aerostáticos, disfraces. Cualquier forma de escape que pareciera útil a la hora de huir de la opresión.
Ahí mismo, casualmente frente a un Mc Donalds, veo ondeante la bandera de los Estados Unidos, junto a una réplica exacta de la caseta que simula la zona divisoria. Sacos de arena apilados, y una vistosa valla con la foto de un soldado norteamericano, dan la bienvenida al que fuera el sector occidental. En tanto que, del otro lado, la imagen de un militar ruso recuerda los dos sistemas políticos y económicos en contienda: capitalismo vs comunismo. Imágenes de aquellos tiempos cuando Berlín era un territorio en disputa, y se vivía la vida de dos maneras diametralmente opuestas.
El muro del dolor
Me desplazo ahora hacia el distrito de Mitte, a Bernauer Strasse, donde se ubica el Berlín Wall Memorial. Al llegar, encuentro un inmenso tramo de la antigua barrera divisoria convertido en monumento conmemorativo. Aquí mismo donde se puso la primera piedra del enorme muro que alcanzó 155 kilómetros de longitud, y que dividió familias enteras, amigos y parejas, hay una enorme zona verde donde juegan libremente los niños.
Me acerco al muro de concreto, lo toco con mis manos, es áspero, frío. Cierro mis ojos y puedo escuchar las sirenas, los gritos desesperados, los pasos angustiosos, los llamados, los disparos, la sangre, la muerte. Por lo menos 140 personas murieron intentando cruzar la barrera divisoria. Hoy se las recuerda en un centro de memoria y documentación ubicado aquí mismo. Una ventana al pasado muy conmovedora.
Barras de metal oxidadas que marcan la antigua línea de frontera, permiten atravesar el muro hacia una extensa zona verde. De ese lado, en las paredes de las casas adyacentes, se exhiben fotografías como la emblemática imagen de un soldado que huye hacia la zona occidental, buscando su propia libertad.
Veo a mi alrededor como el tranvía viene y va, mientras un hombre y una mujer de rodillas se abrazan infinitamente en un gesto de profundo dolor inmortalizado por la artista británica Josefina de Vasconcellos, llamado “Reconciliación”. De los lugares elegidos para visitar, es aquí donde se siente más fuerte la energía del dolor.
East Side Gallery
En la mente de muchos berlineses este tramo del muro conservado tiene el estatus de monumento. Ubicado en la frontera de los distritos de Friedrichshain y Kreuzberg, es una verdadera explosión de arte y color que, con una extensión de 1.5 kilómetros es considerado como la galería de arte urbano más larga del mundo. Muchos de sus murales hablan de los años de dictadura y represión, de las ganas de escapar del régimen, del anhelo de paz y libertad. Es un lugar donde apreciar, a través del arte, la idea de un mundo más libre y menos dividido.
Los otros muros de Berlín
Cambiante, diversa y compleja, la capital alemana, luego de la reunificación, ha enfrentado importantes retos como la migración e integración de diversas culturas. Lo anterior como parte de su estrategia para afrontar los desafíos de su progreso, y cubrir necesidades de mano de obra de forma organizada. Así mismo, Alemania, considerada actualmente la tercera economía mundial, asume con altura sus deberes internacionales, haciéndose cargo de refugiados de países en conflicto a quienes recibe y brinda garantías. Sin embargo, la adaptación de sus nuevos habitantes no es del todo fácil.
Pienso, mientras miro gente pasar, que la integración es una gran oportunidad de disfrutar los beneficios que esta sociedad ofrece, pero también una obligación de realizar esfuerzos propios. Aprender el idioma, ser buen ciudadano, ser solidario, caminar con humildad y respetar las normas son, en principio, las bases para adaptarse a una cultura de la que hay mucho por aprender.
En todo caso, a pesar de las dificultades propias de migrar, hay historias de quienes por diferentes motivaciones, han derribado esos muros invisibles, esas barreras idiomáticas y culturales, y se han integrado, logrado construir un proyecto de vida sólido para salir adelante y triunfar.
Arte que sobrepasa fronteras
Me dirijo a la salida de la estación del U- Bahn, Kottbusser Tor, ubicada en el Kotti, como familiarmente se conoce este lugar. Habitado principalmente por migrantes turcos, artistas, punks y demás subculturas, hace parte del distrito de Kreuzberg, una de las zonas más alternativas de la ciudad.
Gente decididamente diferente se cruza a mi paso. Repentinamente, y por sorpresa, de abrigo animal print felino y botas de cuero, aparece en escena Carolina Amaya, quien, sumergida en la música que escucha, se desplaza rápidamente a tomar el U- Bahn (metro). Conectamos con la mirada y me da un gran abrazo, de esos que recargan.
Estoy frente una persona que no sólo ha realizado murales en Bogotá, su lugar de origen, sino que pinta a Colombia. Gracias a ello, ha logrado destacarse en Berlín y también, en las principales ciudades de Alemania, donde, con la energía de sus colores, ha llenado de magia importantes calles de Hamburgo y Múnich.
A la noche camino por el distrito de Lichtenberg. La calle está sola y apenas iluminada por luces tenues que se diluyen entre la niebla. Ya en la dirección indicada, al final de un oscuro corredor llego a una puerta que al abrirse, deja entrever un colorido destello. Entrar en el espacio de Carolina Amaya, es ingresar a una dimensión donde el color es el protagonista. Los muros de su atelier están pintados de diversos amarillos, azules y rojos que transmiten la alegría de una lejana, pero muy presente Colombia, que inspira los trazos de esta gran artista.
Vestida ahora con un overol negro manchado de pintura, la encuentro haciendo lo que más ama: pintar.
- ¿Vino, cerveza, café, agua, o aromática? pregunta sonriente, al tiempo que sintoniza en su celular una melodía de suaves beats de música electrónica.
- ¡Agua!, mientras observo con detenimiento el colorido lugar de quien renunció a una exitosa vida en Bogotá, dejando atrás el prestigio y reconocimiento adquiridos en el mundo de la publicidad, como directora creativa de Sancho BBDO, para jugársela aquí en Berlín. Con la fe puesta en hacer realidad el sueño de crear su propia obra.
“Migrar es soltar y volver a renacer. Es una liberación emocional, que te obliga a perder los miedos, a saber que en la vida nada es seguro, nada es estable y si quieres cumplir tus sueños tienes que salir de tu zona de confort; y eso hice, irme de lo que más amo, alejarme de mi familia, de mis amigos para cumplir mi sueño. Ahora toda mi energía está aquí en Berlín, en esta ciudad que me encanta”, asegura con el brillo de su sonrisa y su mirada.
- ¿Por qué pintas murales?
- Una de las razones por las que me encanta crear murales es que son temporales, recordándonos que nada dura para siempre, y es refrescante transformar y dar la bienvenida a nuevas capas de vida.
Al hablar acentúa sus palabras con el movimiento de sus manos, sonríe y cruza la pierna. Reflexiona sobre los efectos transformadores del paso del tiempo sobre nuestras vidas y sobre ese eterno presente, esa sumatoria de momentos que nos traen al aquí y ahora.
“Me siento muy feliz porque mi proceso como artista ha ido muy de la mano con mi crecimiento como ser humano. He podido transformar viejas creencias, que me han cambiado la vida de manera fundamental. Me siento muy orgullosa de donde he llegado hasta hoy, me siento libre y es una sensación ciertamente permanente” asegura.
Clientes como Adidas, Coca Cola, Google y Factory Berlín, entre otras importantes marcas, han incorporado su obra a sus propias iniciativas, así como coleccionistas independientes la buscan para tener alguna pieza de arte o para un trabajo especial.
A pesar que la entrevista gira en torno a su trabajo artístico, no duda en reconocer el enorme apoyo y soporte emocional recibido, de quienes la han acompañado durante su proceso. “No he llegado sola al lugar donde estoy” afirma con la humildad propia de quien reconoce la compañía de los que han creído en ella. La lista es larga, así como inmensa es su gratitud.
Memorias de la tierra
Pieles Ancestrales es su actual proyecto, el cual le permite tener una mirada de Colombia desde otro ángulo y percibirla con el corazón abierto. Trabaja materiales como lanas naturales hechas por campesinos, fique, hojas de bijao y de mazorca, cáscaras de coco, costales de café, entre otros elementos, que incorpora a sus creaciones y que pertenecen, como ella afirma, a esas memorias de la tierra.
La intención de su obra parte de una reprogramación del espíritu sobre creencias antiguas que vienen desde el colonialismo. “Este proyecto ha sido esa reflexión. Yo pienso que como colombianos llevamos mucha rabia y mucho miedo, que no nos pertenecen, y que vienen de una historia que aún no ha sido sanada. Creo que día a día hay más personas despertando y es mi papel como artista generar esa conciencia a través de mi obra”.
Dirijo entonces la mirada sobre un bosquejo en carboncillo de su actual proyecto: la piel, el vello, la anatomía como elemento recurrente de su expresión creativa Al observar su obra reconozco al instante algo muy personal en la aproximación a los temas que aborda, con un sentido increíble del arraigo, del sentir nacional, se trate de pinturas o esculturas.
“Yo quiero a través de mi trabajo, que es una reprogramación y sanación del pasado, que la gente reconozca mi país como un territorio rico y sano. Es un orgullo haber nacido en Colombia y también es una denuncia al colonialismo, y lo que nos ha sucedido a nosotros como sociedad. Como podemos sanar eso, perdonar y como uno puede transformarse”.
Actualmente Carolina realiza workshops en su estudio, ideados con el fin de ofrecer una cata de café colombiano para que los asistentes puedan, aparte de conversar sobre su obra, color y composición, tener una experiencia directa con el país y reconocer su riqueza.
“Todo se trata de la sanación y de cómo los seres humanos podemos transformar nuestra propia realidad, viviendo y percibiendo el ahora. Y qué mejor que vivir el ahora, con una buena taza de café colombiano, en el estudio de una artista colombiana en Berlín”, puntualiza a manera de slogan, mientras dibuja una sonrisa en su rostro que inspira hacer los sueños realidad.
Carolina Amaya representa la Colombia que no se rinde. La Colombia que sueña y que triunfa, porque ver su obra expuesta en las calles alemanas enorgullece. Es una artista que derriba muros y construye puentes, en un espacio de libertad donde todo es posible.
Saber moverse
Berlín no es una ciudad para tomarse a la ligera. Es un lugar para aprender, entender y disfrutar al máximo. Frenética, liberal y hedonista, la capital alemana es hoy una de las ciudades más alternativas y culturales del mundo. Llena de lugares atípicos, cada uno de sus doce distritos tiene sus propias particularidades. Siendo Kreuzberg, Friedrichshain y Mitte donde se concentra gran parte de la night life berlinesa. La ciudad cada vez más grande, alcanza actualmente los casi 4 millones de habitantes.
Dadas las distancias, la mejor opción para moverse es trasporte público. Un excelente sistema que integra tren, metro, bus, tranvía e incluso ferris, que cruzan lagos a las afueras de la urbe.
Para acceder no hay torniquetes o puntos de registro del tiquete. Simplemente se compra y se valida en las máquinas amarillas, ubicadas en las estaciones. Importante llevarlo siempre consigo, las autoridades del metro pueden solicitarlo en cualquier momento y de no tenerlo o cargarlo sin validar, es una falta grave penalizada con 60 euros que hay que pagar sí o sí.
Recomiendo utilizar el tiquete de 7 días ilimitado que vale 39 euros para las zonas A y B, que es donde están la mayor parte de puntos de interés. Tener el tiquete en mano y validado, me da tranquilidad para moverme por la ciudad sin restricciones y a mi antojo. Sumergirme en el U-Bahn un fin de semana a la noche, es uno de mis planes favoritos. Sobre todo el recorrido del U8, que es una película de cine protagonizada por excéntricos personajes que no se observan en ninguna otra parte del mundo.
Zona de libertad
Me encuentro ahora en Neukolln, otro distrito muy interesante, retratando su diversidad. Mientras tomo fotos, observo un local turco con un aviso que dice doner kebab, (pan pita relleno de carne y verduras) por sólo tres euros, cuando en todo lado son a siete y más. Me como uno, y luego otro. Es un plato, que junto al currywurst (salchicha alemana con salsa de tomate y curry), son las preparaciones que mejor representan la gastronomía berlinesa. Miro a mi alrededor y hay una peluquería, en su aviso la foto de un niño con tremendo corte punk. También veo mucha gente de distintas nacionalidades y me siento muy cómodo. Tengo mi tiquete de transporte validado por varios días, entradas para una fiesta el fin de semana y dinero. El sonido de las sirenas y el beat de la música resuenan a lo lejos. Es jueves, son las seis de la tarde, me siento libre y tranquilo. Estoy aquí y ahora en Berlín. No hay barreras, no hay muros y todo fluye.
*Periodista y viajero.
👀🌎📄 ¿Ya está enterado de las últimas noticias del turismo en Colombia y en el mundo? Lo invitamos a verlas en El Espectador.