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Guía de viaje: París, entre el cielo y el infierno

Un recorrido por las realidades que convergen en la majestuosa Ciudad de la Luz.

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Camilo Bernal*
04 de agosto de 2024 - 03:00 p. m.
Turismo en París
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Foto: Camilo Bernal
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Mientras amarro el cordón de uno de mis tenis, pasa por mi lado una chica que deja perfumado el ambiente con una fragancia tan exquisita que me hace suspirar. Es la primera impresión que tengo, apenas me bajo en la estación de buses de París Bercy. No puedo ver su rostro, tan solo su esbelto cuerpo de espaldas que se pierde entre la multitud.

Estoy en una de las capitales del mundo que despierta mucha fascinación entre la gente. Hay tanto para ver y descubrir, que echaré un vistazo por algunas de sus calles y sus principales íconos para obtener, en una corta visita, una pincelada de lo que la Ciudad Luz tiene para ofrecer.

Lado B

Lo primero que noto es un París afro producto en principio, de la histórica inmigración africana de las antiguas colonias francesas, y actualmente, la cruda migración de seres humanos en busca de mejores condiciones de vida. En las taquillas del metro, en el hostal donde me hospedo, en la recepción de muchos edificios, incluso, quienes recogen la basura, la gente que trabaja en labores de servicio, en su gran mayoría, es gente afro.

Me alojo en la zona norte, a unas cuadras de la estación del metro La Chapelle. Es una zona un poco retirada de monumentales edificios y emblemáticas tiendas de lujo. Muy lejos del resplandor del París céntrico y muy cerca de un París deslucido. Frente a la parada hay un parque con maleza en lugar de flores y letreros que dicen “Stop aux rats” (Paremos a las ratas), debido a la alta presencia de roedores en el lugar. En sus bancas, uno que otro habitante de calle se resguarda bajo el abrigo de unos cartones.

Cerca del hostal, atravieso una de esas calles donde permanecen varios sin techo, la gran mayoría, inmigrantes africanos que terminaron durmiendo a la intemperie y se convirtieron en toxicómanos. En esta zona hay venta y consumo de crack, la droga que circula con mayor ferocidad en ciertas calles parisinas. De momento, paso justo por el lado de algunos consumidores que están inyectándose y otros fumando en pipas. Parecen casi inofensivos , muy concentrados en tomar su dosis.

Es un París que no muestran en la televisión, ni en revistas, ni en los diarios, pero que obvio existe. Incluso no muy lejos de aquí, a unas cuantas cuadras en unos viaductos ubicados en Porte de la Chapelle hay zonas donde consumidores de crack se agrupan en mayor número y puede apreciarse, en todo su esplendor, la degradación humana consumida día y noche, en el infierno de la adicción.

Aunque tengo el metro cerca, prefiero caminar una hora hasta el corazón de la ciudad, donde se concentra la mayor parte de atractivos para ver en una primera visita. Irme a pie me da la posibilidad de entender y ubicarme siempre mejor.

De La Chapelle a Gare du Nord, una de las terminales de trenes más importantes del mundo hay apenas unas cuadras y me queda de camino al centro. Me detengo por unos instantes para observar esta obra de arte de la arquitectura. Con un moderno estilo neoclásico, su majestuosa fachada adornada con hermosas estatuas, aloja en su interior al Eurostar, el tren de alta velocidad que apenas en dos horas y treinta minutos, cruza el canal de la Mancha y conecta París con la estación de St Pancras, en Londres. Me encantan estos sitios porque, aparte de su diseño, son espacios donde las emociones humanas están a flor de piel.

La Gare du Nord (Estación del Norte) está situada en el barrio de Saint Vincent de Paul, una zona poco turística. Como muchos lugares alrededor de las estaciones urbanas, se observa descuidada en ciertas partes, y se respira un ambiente multiétnico y popular.

La ciudad que observo en principio, acoge las actuales condiciones de la humanidad. Un espacio de inmigrantes, del rebusque, donde el tráfico de drogas y el consumo de crack sucede todo el tiempo en ciertas esquinas a plena luz del día. Es el rostro más crudo de la urbe más bella y suntuosa del mundo.

Lado A

Continúo mi camino y tomo la rue de Lafayette que me lleva desde esta zona, hasta las famosas galerías de estilo art nouveau que llevan su nombre. A medida que me acerco al centro el paisaje se va transformando gradualmente. Ya no hay tanta venta de baratijas, cachivaches o locales de repuestos y accesorios para celulares. El panorama cambia y empiezo a ver esos destellos que todos tenemos en el imaginario de la Ciudad Luz.

En cuestión de minutos, pasé de ver habitantes de calle vestidos con harapos, a mirar el rostro urbano que desfila en las mejores pasarelas del mundo.

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Basta con pasear por el centro para percibir que me encuentro en una de las capitales mundiales del arte, la cultura y gastronomía. Observo viajeros y turistas de todas partes del mundo con morral al hombro mirando con admiración y asombro los variados estilos arquitectónicos que van desde el gótico, renacentista, barroco y neoclásico hasta las más emblemáticas construcciones haussmanianas, símbolo representativo de la arquitectura local. Me dice mi amiga María Isabel, que conoce bien, en un whatsapp, que me devore esta metrópoli. Que salga con el primer rayo de luz y me entre hasta que no dé más. Yo le hago caso, así que duermo poco en esta ciudad que me invita a soñar despierto. La majestuosidad aquí no tiene límites y es un deleite visual observar cada detalle; su iluminación, sus calles, sus edificios, todo. Igualmente, es un placer auditivo escuchar francés, su hermoso idioma que ambienta sonoramente todo alrededor.

Hay una razón por la que la capital francesa continúa siendo una de las ciudades más visitadas del mundo. Sus pintorescos barrios, que se recorren a pie, han sido moldeados por siglos de historia cultural y política, y cualquier breve visita implicará tomar decisiones difíciles. Monumentos como Notre Dame, la torre Eiffel, el Arco del Triunfo y en general todos los lugares que uno tiene de referencia no necesitan mayor presentación.

Corazón parisino

Ubicados en el centro, los Campos Elíseos son la arteria principal de esta metrópoli. Sus casi dos kilómetros de longitud, conectan el Arco del Triunfo con la Place de la Concorde. Rodeada a lado y lado de zonas verdes, parques y restaurantes, esta zona es perfecta para disfrutar un paseo y ver algunas de las marcas de alta costura más reconocidas mundialmente. Por esta avenida encuentro exclusivas tiendas donde comprar, a precios incluso favorables, algo de ropa y estar a la moda.

Luego del Arco del Triunfo, continúo mi recorrido hacia la torre Eiffel, que dista digamos unos 15, 20 minutos entre calles, a pie. Al llegar a les Terrasses du Trocadero (plaza del Trocadero) se observa gigante y majestuosa. Creería es aquí desde donde mejor se puede fotografiar.

De camino al hostal y antes de tomar la rue de Lafayette, me encuentro con le Palais Garnier, también conocido como la Ópera de París. Uno de los edificios más hermosos y representativos de la capital francesa. La monumental y lujosa edificación está opulentamente decorada con columnas y estatuas que representan deidades de la mitología griega. Me detengo para ver cada detalle de su fachada mientras pienso en su más ilustre habitante: el Fantasma de la Ópera.

Para admirar la majestuosa obra arquitectónica en toda su dimensión, tomo cierta distancia y cruzo a la acera del frente. Son las seis de la tarde y la calle está llena de gente saliendo de trabajar. Siento hambre y le meto un mordisco a un baguete y a un trozo de queso que llevo en la mochila. Destapo una botella de vino y me tomo un chorro.

Recuerdo en este espacio fue donde George Michael, en el 2012, grabó junto a una orquesta en vivo, su álbum Symphonica. Coloco en mi reproductor mp3 su canción Cowboy and Angels cuyo video fue grabado aquí mismo y su música se convierte en la banda sonora que acompaña todo lo que sucede a mi alrededor. Me conmueve tanto escuchar el compás de su melodía; el bajo, el piano, el saxo, los violonchelos, violas y violines, que tengo la sensación de sentir París en toda su dimensión.

Bonjour Monsieur

Sin duda alguna me alojo en uno de esos hostales europeos donde la buena onda es norma. Todo el personal que es afro, saluda con el bonjour monsieur (buenos días señor) y lo hacen espontáneamente, con agrado. Por $180.000 la noche, en habitación compartida de tres camas y desayuno buffet incluido, el Auberge de Jeunesse Yves Robert es un magnifico sitio para hospedarse por su relación precio y calidad. El albergue es súper limpio, de espacios amplios y muy cómodo. Hay gente de todo el mundo, incluso franceses que junto a sus familias vienen de visita a la capital. Creo que cada vez que venga será mi centro de operaciones.

Luego del delicioso y abundante desayuno paso al Petit Palais (Palacio Pequeño), también conocido como el Museo de Bellas Artes. Otra joya arquitectónica que a pesar de contar con una magnífica colección de pinturas y esculturas, lo que me atrapa es su estructura digna de admirar. Empieza a llover muy fuerte y aprovecho el momento y su entrada gratuita para apreciar su interior y hacer un recorrido por su vasta colección de arte que incluye obras de Monet, Renoir y Courbet entre otros.

Al salir veo a lo lejos un puente, con figuras doradas que me atraen. Es el Pont Alexandre III, sobre el río Sena, otra de sus joyas arquitectónicas más emblemáticas. Inconfundible por el brillo dorado de sus cuatro esculturas de caballos alados que adornan sus pilares en la parte alta. Construido al igual que muchos otros monumentos, para la Exposición Universal de 1900.

Cruzando el río se encuentra, más adelante, el Musée d’Orsay (Museo de Orsay), que guarda la mayor colección de arte impresionista del mundo, y donde la obra de Monet es protagonista. Ubicado en una antigua estación de ferrocarril, me detengo en su plazoleta de entrada, para observar las esculturas de un rinoceronte y un elefante que veo. Sin embargo, es un caballo el que llama toda mi atención. Obra del escultor Pierre Rouillart y de unos casi cuatro metros es tan, pero tan perfecto que lo admiro por todos los ángulos posibles. Me parece que este caballo representa mucho a esta ciudad, tan briosa y rebelde e infinitamente hermosa.

Los turistas llegan y pasan de largo, a toda prisa a la taquilla. No se detienen por un momento para detallar, sin costo alguno, aquellas maravillosas obras de arte, como este ejemplar, que se encuentra a la vista de todos.

Del Musée d’Orsay al Louvre hay solo un paso. Al llegar al que es considerado el museo más famoso e importante del mundo por obras como la Mona Lisa de Leonardo da Vinci o la Venus del Milo de Miguel Ángel, entre miles de expresiones artísticas más, me ubico en su plaza para ver la inmensa pirámide de cristal que adorna la entrada.

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Esta estructura no solo es ejemplo de ingeniería y diseño moderno, sino también un eco de la profunda conexión espiritual y cultural que la humanidad, a lo largo de su historia, ha sentido con las pirámides. En este contexto, esta pirámide de cristal se convierte no solo en una estructura arquitectónica ejemplar, sino también en una herramienta espiritual para mejorar el bienestar y la armonía del espacio.

Sentado en la plaza, pienso que las primeras veces en alguna nueva ciudad, no es tan necesario hacer actividades pagas. La idea es nutrir la vista simplemente con todo lo nuevo que el lugar tiene para ofrecer. Excluyo de esta manera, y más cuando el tiempo es corto, museos y en general cualquier tipo de recinto cerrado, privilegiando siempre la calle que es donde sucede toda la acción. ¿La razón? Percibo más el carácter de un lugar viendo gente local, que abriéndome paso entre miles de turistas apretujados y desesperados por ver a la Mona Lisa. Así que esto queda para una próxima ocasión.

Caminando por la rue Arcole llego a la catedral de Notre Dame. Ícono de arquitectura gótica, frente a su fachada unas vallas que encierran la obra, exhiben una serie de fotografías que narran las condiciones en que quedó la catedral de más de 800 años de antigüedad, luego del nefasto incendio que la consumió. También se explica el arduo trabajo de restauración que realiza un equipo integrado por arquitectos, restauradores, ingenieros e historiadores para la apertura parcial proyectada a fines del 2024.

De regreso tomo la rue de Rivoli donde encuentro una serie de galerías con tiendas de suvenires. Un lugar ideal para llevar un recuerdo.

Percibiendo la ciudad

Camino por los barrios de Les Halles y Le Marais, llenos de muchos bares y restaurantes y una actividad social impresionante muy frecuentada por los parisinos. Observo todo el tiempo y en diferentes partes, mucha gente joven, más que en cualquier otra parte y no dudo en afirmar que, esta es la capital europea de la Juventud.

París es una ciudad sumamente costosa, sin embargo a pesar de los altos precios en todo, uno puede hacerse la vida fácil, buscando siempre los precios más favorables para alimentarse bien y delicioso.

Frente al Centro Pompidou, sobre la rue Beaubourg hay un Carrefour, que al igual que todos imagino, ofrece al medio día un menú caliente: muslitos de pollo adobados especialmente, ensalada rusa y tomates cherry con rúcula por 4.50 euros. Me compro además un baguete, vino francés que no puede faltar y voilá, tremendo manjar.

Para cualquier amante de la arquitectura, estar frente al Centro Pompidou es tener la posibilidad de maravillarse con una de las piezas más vistosas del arte contemporáneo en el mundo. Diseñado por los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers en 1977, su colorida estructura de inmensas proporciones, y de aspecto industrial, representa el estilo high tech y se caracteriza por el manejo cromático en su edificación. Así los conductos de aire son de color azul, escaleras y ascensores que cumplen una función comunicativa en color rojo, conductos eléctricos de color amarillo y tuberías y canaletas en color verde. En su interior acoge grandes exposiciones con lo mejor del arte moderno mundial.

Me siento en la plaza ubicada justo al frente para admirarlo mientras almuerzo. El lugar está lleno de palomas que se aproximan como ratas por algún desperdicio y que espanto con el pie. De repente se me acerca un señor adulto mayor, de sombrero, que noto es vecino del barrio. Me saluda con una sonrisa, me toma con delicadeza por el brazo y me dice en francés en un tono muy amable:

“No comas al lado de las palomas, (haciendo un gesto de desagrado). Mejor ve al centro, hay mesas donde puedes sentarte cómodamente y almorzar con tranquilidad”. Lo miro y moviendo mi cabeza afirmativamente, le digo Mercí (gracias), mientras él sonríe y me hace un guiño con el ojo. No sé hablar francés, pero el lenguaje de la amabilidad y la buena onda es universal y le entiendo todo.

Al igual que sus variados colores, el Pompidou tiene diferentes accesos dependiendo la exposición que se quiera visitar. Hay un paso gratuito por el que ingreso. En su interior observo un inmenso hall que en el techo lleva conductos que recorren su estructura como arterias. Camino por el espacio y encuentro el sitio que el señor me indicó. Me siento ahí, junto a varias personas locales que almuerzan los alimentos que llevan en sus táper.

Aprovecho para estimular los sentidos y recorrer su espacio, ya que en el 2025 cerrará sus puertas para una importante readecuación por un largo periodo de varios años. Paso casi toda la tarde montado en sus escaleras eléctricas recubiertas por tubos transparentes circulares, que permiten apreciar una hermosa panorámica. De abajo para arriba y de arriba para abajo, una y otra vez, mi niño interior disfruta este alucinante espacio diseñado para todos los habitantes del planeta.

Entre la distopía y la utopía

Camino la rivera del Sena y observo grupos de inmigrantes africanos amontonados en tiendas de campaña durmiendo bajo los puentes. A pesar de sobrevivir a las turbulentas aguas del estrecho de Gibraltar, llegan a Europa a continuar ahora, su supervivencia enfrentando la hostilidad de la calle. Sin tener un lugar que los acoja, duermen a la intemperie, resguardándose de la inclemencia del tiempo en sitios como este. Son tantos que el país de los derechos humanos se queda corto, sin políticas claras de atención para brindar como mínimo alojamientos dignos a estas personas sin hogar. Como observé esta mañana en las noticias, mientras desayunaba, lo más probable es que durante los Juegos Olímpicos ya no estén y sean reubicados en otras ciudades transitoriamente, para ocultar ese rostro que representa la tragedia humana. Tal vez y en el mejor de los casos, quizás puedan estar en albergues de paso, pero una vez terminadas las olimpiadas muy seguramente volverán a este mismo lugar: a la calle, bajo el puente.

Cae la tarde en la ribera del río y el degradé de los colores del cielo al atardecer, me permite ver la luz de esta ciudad en medio de su oscuridad.

Aquí se disfruta el placer de observarlo todo, de mirar con detenimiento las cosas bellas que la vida ofrece. Siglos de historia han dejado su impronta en estructuras significativas que también han sido el telón de fondo de historias de amor, guerras y revoluciones. Un escenario ideal para apreciar lo cotidiano: el beso apasionado de una pareja a orillas del Sena, la mirada de alguien que uno sabe nunca volverá a ver, ese sorbo de café que toma el señor mientras lee el periódico, un saludo espontaneo en la calle, un fuerte abrazo de despedida. Así como las lágrimas de tristeza por alguna circunstancia desafortunada, las caras de zozobra de migrantes africanos, y los gestos desencajados por el desespero que produce el crack.

Hay tanto para ver que cualquier tiempo es poco para recorrer la Ciudad Luz. Tomo una piedra que veo en el camino y la arrojo al agua lo más lejos que puedo. Mercí  París, mercí… Gracias por esos inolvidables rostros que me has enseñado. Hasta una próxima oportunidad. Au revoir.

*Periodista y viajero.

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Por Camilo Bernal*

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