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Camino el área que rodea el World Port Center, que, diseñado por Norman Foster, acoge imponentes cruceros que dan la vuelta al mundo. Me siento en una banca para observar en toda su dimensión el Erasmusbrug, un puente colgante tipo futurista sobre el río Maas, uno de los íconos que mejor representa la arquitectura contemporánea de esta urbe. Cae la tarde y los cables de su estructura se visten de color neón proyectando un aura azul que irrumpe con elegancia la oscuridad de la noche. Desde aquí me deleito con esta postal que retrata la genialidad de la ingeniería moderna y una imagen de esas que se fija para siempre en la memoria.
Como el ave fénix
Más adelante observo luces rojas incrustadas en el suelo que, como cicatrices en su tejido urbano, recuerdan las explosiones de aquel 14 de mayo de 1940 cuando durante la Segunda Guerra Mundial, bombarderos alemanes dejaron la ciudad completamente devastada. Imagino el zumbido de los aviones, los estallidos, los edificios totalmente en llamas y el espeso humo que cubrió por completo el cielo azul primaveral con una densa capa de destrucción.
Sin embargo, Róterdam renació entre las cenizas, supo reinventarse y limpió sus heridas a su manera. Es una metrópoli resiliente que le apostó al arte, diseño y arquitectura, convirtiéndose en un espacio innovador y moderno donde se respira vanguardia. Un tesoro para amantes del diseño que bien vale la pena descubrir.
Fisionomía urbana
En las calles céntricas presto atención a edificios high tech de vidrio y acero de variadas formas y colores. Caminando me cruzo con gente de diversos rasgos mientras en mi mente un vertiginoso muestreo de imágenes configuran el rostro de la migración que representa el 50 % de su población. Una dinámica reveladora a medida que el puerto creció gracias a su auge como ciudad portuaria, comercial e industrial a finales del siglo XIX.
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Una ciudad para contemplar
Me encuentro en el corazón palpitante de Róterdam y transitar por esta zona es darse un baño de urbanismo, cultura y arquitectura. En Binnenrotte plein, su plaza más grande observo a mi alrededor varias joyas arquitectónicas, un must para amantes del diseño. La primera es el Markthall, un enorme mercado gastronómico cubierto en forma de arco de unos cuarenta metros de altura. Al entrar me recibe el destello de un colorido y gigantesco mural digital donde veo frutas, flores, vegetales, plantas y mariposas y que envuelve los once mil metros de su techo y paredes. Un planteamiento visual con una onda tremendamente sicodélica que me transporta al universo de la abundancia.
Me sumerjo en su interior y descubro infinidad de productos y sabores. Locales de comida italiana, francesa, alemana, oriental, turca y de todo el mundo, también panaderías, pastelerías y un montón de puestos que ofrecen toda la riqueza del campo. Un deleite para los sentidos todo lo que sucede en este espacio vital, donde además hay 228 apartamentos en los que sus habitantes disfrutan el privilegio de vivir en una obra de arte de la arquitectura contemporánea.
En frente, cruzando la plazoleta, la Biblioteca Central (Centrale Bibliotheek) una construcción de carácter público cuya red de ductos de ventilación color amarillo evoca al Centro Pompidou y abrazan su blanco exterior. Adentro una secuencia de áreas confortables genera una atmósfera acogedora que invita a disfrutar el encuentro con la cultura.
Excentricidad elevada al cubo
Subo por una escalera interna que divide dos obras del destacado arquitecto neerlandés Piet Blom. Por un lado un edificio residencial llamado Blaaktoren identificado por sus habitantes como “el lápiz” y del otro, las Casas Cubo (Kubuswoningen), uno de los emblemas arquitectónicos más importantes de los Países Bajos que diseñadas en 1984, rompen esquemas y desafían las normas del diseño convencionales. Son treinta y ocho casas amarillas y grises, en forma de cubo, que al estar inclinadas forman un complejo visualmente alucinante.
Me dirijo por el área común, donde el espacio público se filtra al interior del conjunto. Veo un par de turistas japoneses con sus poderosos lentes retratando el lugar y un poco más adelante, lo que parece la fila para entrar a una de las casas convertida en museo donde además de su diseño se expone el estilo de vida de sus habitantes. También hay un hostal, al que entro con la excusa de preguntar disponibilidad de alojamiento y de paso experimentar la sensación de habitar estos íconos de la arquitectura.
En su interior paredes inclinadas crean áreas dinámicas donde formas irregulares desafían los modelos habituales y cambian la manera de ver la vida. Me pregunto si privilegiaría la singularidad de estas viviendas sobre su funcionalidad para vivir, en todo caso estar aquí cambia la mirada y me permite apreciar estas novedosas e inusuales formas de habitabilidad.
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Otra dimensión
Del otro lado de las Casas Cubo observo la imagen de lo que parece una pintura impresionista: al fondo las columnas rojas del puente colgante Willemsbrug que conecta con la isla Noordereiland. En un plano más cercano la Casa Blanca (Witte Huis) una de las pocas construcciones históricas sobrevivientes a la devastación que conservan su imagen original y los mástiles de los barcos del Puerto Viejo (Oude Heaven). Alrededor restaurantes, bares y terrazas que a cualquier hora y en especial en las noches, son muy concurridos por quienes buscan disfrutar un ambiente súper cool y las vistas de este escenario encantador.
Toco la madera casi petrificada de embarcaciones históricas en este museo a cielo abierto y su rudeza me hace imaginar cómo alguna vez estos barcos navegaron embravecidos mares alrededor del mundo para luego encontrar en este apacible lugar su descanso final.
Aquí en el distrito marítimo la presencia del agua es permanente, así como la compañía de las gaviotas. Diferentes muelles acogen todo tipo de embarcaciones, desde exclusivos yates hasta barcos antiguos. Observo el paso continuo de Watertaxis, un servicio público de pequeños navíos que se desplazan a lo largo y ancho del caudal, siendo la manera más rápida y efectiva para moverse de un distrito a otro.
Sensaciones urbanas
Decido ponerme los auriculares, es un área extensa cuyas perspectivas arquitectónicas me permiten sentir a través del sonido su carácter. Aquí los beats de la música electrónica están siempre presentes en la cotidianidad, en su ritmo urbano. Elijo variables del género de tonos profundos cuyas melodías y matices ambienten todo lo que observo.
Cruzo uno de los elementos destacados de su horizonte: el Willemsbrug, un atractivo puente color rojo vibrante que a las noches se torna neón y que conecta a través de sus 318 metros el centro con el distrito marítimo y la isla Noordereiland. Disfruto aquí la sensación de esta odisea ambientada sonoramente por secuencias que se apoderan de mi mente mientras el viento oceánico golpea mi rostro y los autos pasan veloces a mi lado. La vista es impresionante; el río que se diluye en el mar, algunos rascacielos y el puente Erasmusbrug de fondo cuya elegante estructura dibuja un cisne a la distancia.
Panorama musical
Cada ciudad tiene su propio ritmo y banda sonora. Aquí sucede uno de los festivales de jazz más reconocidos del continente europeo, el North Sea Jazz Festival, así como también es una de las capitales mundiales del techno. Sede del Rotterdam Rave, una serie de eventos multitudinarios donde prevalecen los sonidos más fuertes y contundentes de la música electrónica.
Desde que llegué paso habitualmente frente a Perron, uno de los clubes de techno más representativos donde germina la cultura rave con toda su fuerza. Me queda de camino a donde me hospedo, muy cerca de Central Station en una zona de bares y discotecas donde desde el miércoles a la noche hay movimiento.
Ladrillo rústico a la vista, puerta grande de metal en su exterior y ventanas que a la noche se iluminan de rojo, cada fin de semana sus alineaciones incluyen los djs más reconocidos de la escena europea. Han sido unos días maravillosos, es jueves y decido disfrutar una noche frenética para sentir y conocer la vibra underground que tiene la ciudad.
Pasado el filtro me introduzco entre sus muros que retumban gracias a su impecable sonido Funktion One de alta fidelidad. En escena DJ DVS1 dibuja una curva sonora que conduce al delirio. Destellos espontáneos de luces blancas y rojas tiñen el humo que se expande como la niebla lentamente por diversas áreas del oscuro espacio. Cierro los ojos y me sumerjo bajo la luz estroboscópica, en paisajes sonoros y muestreos de imágenes que hacen eco en mi mente. Luces data flash capturan siluetas de este vertiginoso viaje que se plasman en el ambiente al ritmo de la música, una comunidad semidesnuda que multiplica sus movimientos disfrutando y sintiendo el lenguaje oculto del alma.
Y aquí junto a estos seres anónimos, estamos los que hemos buscado algo más, los que sentimos alguna vez que no encajábamos, los que nos hemos pasado la vida buscando la libertad, esa libertad que solo se siente cuando uno hace lo que le gusta.
Son las siete de la mañana y salgo del club bajo el amparo del cielo nublado. Mientras camino me acompaña el silencio como banda sonora y la sensación de calma después de la infinita euforia. Una chica rubia en ropa deportiva se aproxima a mí trotando. Ya no son los beats los que marcan el ritmo, ahora son los latidos de mi corazón que se acelera a medida que ella se acerca cada vez más y más.
Un paisaje vertical
Siento que no quiero dormir porque estoy viviendo un sueño, así que me dirijo a Kop Van Zuid, un distrito moderno y vanguardista ubicado en la zona sur a donde llegan los cruceros. Su hermosa arquitectura combina edificios históricos como el de Holland América, convertido ahora en el New York hotel, con joyas contemporáneas de arquitectos ganadores del Pritzker como el World Port Center de Norman Foster, la Torre KPN Telecom de Renzo Piano y las tres torres interconectadas De Rotterdam de Rem Koolhaas. Esta área se conecta con el centro a través de los 800 metros de longitud y 139 metros de altura que tiene el puente Erasmusbrug, uno de los íconos más importantes de esta metrópoli.
Del costado de la parte céntrica se sitúa el rascacielos más alto de los Países Bajos; el Zalmhaventoren de 215 metros, también el embarcadero de Spido, un moderno servicio turístico de yates, donde por 30 euros se puede vivir la experiencia de navegar dos horas y media por el puerto en primera clase.
Me detengo a observar desde el puente el impresionante ambiente portuario y el imponente crucero Precioza MSC, una obra maestra de los navíos que recién arriba y con él, un considerable número de viajeros del mundo. Tomo aire profundo, cierro los ojos y escucho el sonido de algunas gaviotas que vuelan encima de las embarcaciones que vienen y van. Sueño con los ojos abiertos y las suaves armonías chill out que me acompañan intensifican la sensación del vértigo que recorre mi cuerpo.
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Un día con Pascale
Es sábado por la mañana y llego a Central Station. El reloj marca las diez de la mañana y el tren en que viene Pascale no debe tardar. A pesar de ser una estación importante, no siento el agite propio de las terminales de viaje. Apenas escucho de fondo el eco de tímidas e improvisadas notas que algún espontaneo toca en el piano ubicado acá, en el hall principal. En la parte alta, al lado de los anuncios de arribos y partidas, una pantalla gigante en HD exhibe un carrusel visual de imágenes entrelazadas con suaves disolvencias de la ciudad.
A la salida del túnel de acceso que conduce a los andenes, veo parejas, grupos de amigos y familias que llegan para disfrutar el día o pasar el fin de semana recorriendo la urbe. Por mi lado pasan dos hombres y una mujer, diría cincuentones, quienes por su acento noto son ingleses. Botas Dr. Martens, jeans, abrigos negros y uno de ellos lleva puesto un sombrero. La chica lleva el pelo violeta y lentes oscuros. Arriban en Eurostar, el tren de alta velocidad que conecta a Londres y el continente europeo con estaciones en París, Bruselas, Ámsterdam y por supuesto aquí, en Róterdam.
Veo a Pascale asomarse entre la multitud y corro a saludarla. Viene desde Amberes, a una hora de aquí, donde nació y vive actualmente. Esta parte del mundo son sus paisajes habituales, así que estar con ella es conocer y entender mucho más este centro urbano, del que alguna vez dijo que me gustaría mucho cuando lo conociera. No se equivocó.
Nos damos un fuerte abrazo de esos que hicieron falta durante los años que llevamos sin vernos. Rubia, de 1.77, de belleza europea, usa lentes oscuros para proteger su mirada azul. Su rostro conserva la belleza con el paso del paso del tiempo.
Nos conocimos en el 2012 en Buenos Aires cuando ambos fuimos migrantes. Ella por su espíritu viajero buscando mejorar su español y yo por estudio. Allí nos sumergimos en las noches porteñas de la bohemia, del rock. Disfrutamos bares, restaurantes y salimos a caminar por sus calles llenas de magia y nostalgia. Recuerdo mucho a donde fuéramos despertaba todas las miradas, una especie de imán para captar la atención.
Arte como respuesta
Salimos de la estación y Pascale dirige su mirada a la escultura Momentos contenidos (Moments Contained), una estatua de casi cuatro metros que representa una joven afro de pie sobre la acera, vestida con ropa informal y zapatillas deportivas con una mirada a medio camino entre la fuerza y la incertidumbre. Mientras nos acercamos un hombre de negocios se detiene y toma una selfi, luego un grupo de turistas la rodea y se toma una foto.
Parece viva pero la toco y es de bronce. Los puños apretados dentro de los bolsillos demuestran su coraje entre otras emociones. Pascale con su acento afrancesado me dice:
- Es una obra auténtica y me gusta que esté aquí donde todos puedan verla. Es el rostro de la migración y esta es su casa.
Y es que la gran mayoría de obras de arte y esculturas que se encuentran en el espacio público de este centro urbano tienen un marcado carácter reflexivo que invita a pensar sobre diferentes temáticas como los derechos y libertades entre otros aspectos de la condición humana.
Perspectivas
En la zona de Laurens, en el centro, otro de los importantes vestigios que sobrevivieron y fueron restaurados; la torre de la iglesia de Laurenskerk. Cerca de allí encontramos un café para conversar un rato.
Apasionada por las gafas de sol, en esta ocasión luce unos lentes Dior, jeans anchos desgastados, zapatillas deportivas y un blazer descolorido, usado, fiel a su filosofía de reciclar y darle una segunda oportunidad a las prendas de vestir. Se mueve en ese medio; actualmente es manager de la más importante cadena de boutiques vintage de Bélgica y también fue propietaria del que fuera el sitio de moda en Amberes, EMMA VZW un reconocido club y centro cultural donde hasta hace un tiempo se llevaron a cabo destacados eventos.
Hablar con ella es hablar de arte, diseño, música y el mundo. Conversando acerca de la vida me cuenta su preocupación por la incierta situación actual y las posibilidades de un conflicto a escala mundial
-¿Qué harías en caso de una guerra? Le pregunto.
-Lo vengo pensando mucho, tal vez si se complica todo iré con mis hijos a Suramérica. Me gustaría bastante.
- ¿A dónde te gustaría ir?
- Oh me gustan mucho los desiertos, la aridez extrema, la desolación. Me parecería muy atractivo vivir en un lugar así, asegura mientras toma un sorbo de café y se acomoda los lentes.
Un razonamiento muy interesante y contrario a lo que el común de las personas elegiría, tal vez motivado por la costumbre de una vida rodeada de comodidades.
Una experiencia multisensorial
Salimos del café y a pocas cuadras llegamos a Binnenrotte plein donde martes y sábados se instala el mercado. A través de las carpas que cubren casi la totalidad de la plaza, se puede apreciar el carácter comercial de esta urbe portuaria. Venta de productos frescos del campo y todo tipo de mercancías. Pascale parece una niña en un parque de diversiones, yendo de un puesto a otro preguntando, probando, sintiendo, mientras ríe y hace bromas con los tenderos.
Luego nos dirigimos a la zona del puerto. Hace hambre y nos sentamos en una banca ubicada en el área circundante al World Port Center. Desde este punto tenemos una vista privilegiada del crucero Precioza MSC y un panorama inigualable del Erasmusbrug, el horizonte de edificios y rascacielos y el tráfico marítimo. De mi mochila saco un par de sánduches que preparé esta mañana, y también un vino para celebrar el reencuentro.
Almorzamos y brindamos por los buenos deseos, viendo toda la dinámica de lo que pasa, cada tanto barcos de diferentes tamaños vienen y van en un movimiento náutico continuo.
-¿Qué piensas de esta ciudad Pascale?
Antes de responder hace un gesto como si imaginara algo placentero y sonríe.
-Es apasionante, muy cool. Es joven, multicultural y hay muchos planes para hacer ¡Me gusta mucho!
Hace frío y Pascale me invita a tomar algo caliente. Nos dirigimos al bar del hotel New York, que en el siglo XIX, fue punto de embarque donde miles de personas partieron a Norteamérica en busca de una nueva vida. Su fachada de ladrillo rústico es bien vistosa y contrasta con la modernidad de sus alrededores.
En su interior paredes de concreto a la vista, tubería expuesta que recorre el techo y alimenta su estructura, lámparas colgantes de aluminio y grandes ventanales con vista al puerto generan un entorno con un carácter muy industrial. Los sonidos de los cubiertos y los platos, las conversaciones, las risas y los brindis ambientan este espacio donde la música jazz le imprime un toque de sofisticación.
Pascale le hace un guiño al mesero quien con una sonrisa de inmediato se dirige a la mesa donde estamos. Aunque podría comunicarse en inglés, que es ampliamente utilizado, prefiere hacerlo en neerlandés, su idioma natal. También domina el francés, italiano y desde luego español. Me dice que es muy común que en Bélgica, su país, las personas hablen varios idiomas.
La ecléctica carta del sitio incluye además de sushi, pescados, carnes y variedad de alimentos, repostería fina, café y exquisita tartas. Pascale pide un café con torta de zanahoria y yo otro, acompañado de un muffin de chocolate, quizás el más rico que probé en toda mi vida.
Masticando recuerdos
Pasamos un par de horas conversando, poniéndonos al día en tantos temas. De regreso entramos a un supermercado. Pascale observa las góndolas con atención y me dice que le encanta ver cómo cambian los productos de un país a otro, de una ciudad a otra a pesar de la cercanía. Compro un agua y ella lleva unas gomitas que me dice son típicas y que le encantan desde que era niña. Abre el paquete y saca una, luego me las da para que me coma el resto. El empaque dice en neerlandés Suikervrij Zoute Ovaaltjes (óvalos salados sin azúcar) un producto elaborado desde 1876. Me como una y casi me la saco de la boca pensando es una broma. Es una goma que parece ser dulce, pero que en realidad su sabor es salado, mi mente no asocia aún que una gomita no sea dulce. Es uno de esos gustos que debe ser aprendido. Después me como una, y otra y otra y así, hasta que casi desocupo el paquete. Luego compro un par de paqueticos más para llevar a casa y comérmelos cuando quiera acordarme de este momento.
Ya son las seis de la tarde y Pascale debe partir. Compra rápidamente desde el celular su tiquete de regreso y la acompaño hasta Central Station. Miro sus ojos y ella me sonríe con aprecio, la abrazo fuerte, con el alma y en silencio, beso su mano y así nos despedimos con la promesa de siempre volvernos a ver…
Cae el sol
De regreso paso por la Plaza del Teatro (Schouwburgplein), y veo una valla publicitaria que dice This is Rotterdam y el diseño de lo que parece una maqueta de Lego de una metrópoli futurista perfectamente elaborada. Volteo a mirar y lo que observo es la confirmación que en este lugar la realidad siempre supera la ficción.
Luego me detengo en la mitad del puente Erasmusbrug, desde sus barandas observo la panorámica del puerto con un atardecer que colorea de naranja el firmamento y se proyecta en los vidrios espejados de los rascacielos. Miro a la distancia y siento que cada silueta que se dibuja en el horizonte es una invitación para dejarse ir en este universo de formas, tamaños y colores.
*Periodista - @tomalaruta.75
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